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20 de abril de 2024

Gallina y uvas. Pintura pompeyana del IV estilo. Museo de Nápoles

Gallina y uvas. Pintura pompeyana del IV estiloMuseo de Nápoles

Todavía nosotros: Europa, España

El mundo romano persiste en cierta forma. Se mantiene entre nosotros porque somos hijos de sus pensamientos, de sus conocimientos, de sus exploraciones y de sus hechos

Nuestro devenir, nuestro futuro, tanto como el presente, están en gran parte determinados por el pasado. Por lo que fuimos y por cómo se desarrollaron nuestras posibilidades, por el avance y el proceso de nuestra historia. Y sí, en lo personal y en lo social. En la cultura y en la civilidad.
Los países del entorno mediterráneo somos parte del legado que Roma dejó a la historia. Sin olvidar lo complejo de nuestros avatares y que otros pueblos también han influido en ella, ninguno de ellos tuvo la capacidad de organización de Roma, su perspectiva, su huella material.
Y sin la aculturación y enorme progreso que vivió el Mediterráneo durante su larga prevalencia, no podríamos entender nuestra historia.
El mundo romano persiste en cierta forma, se mantiene entre nosotros porque somos hijos de sus pensamientos, de sus conocimientos, de sus exploraciones y de sus hechos.
El historiador se encuentra en continua lucha para conseguir llevar el pasado a la vida, para conocer más y mejor ya que, con frecuencia, lo que conocemos de la historia suele ser insuficiente: faltan escenas, faltan datos, escasean los detalles en innumerables ocasiones.
Así que la historia ha tratado de solventar el problema requiriendo el auxilio de otras ciencias para documentar los huecos, lo que ha sido una gran ayuda. Por ejemplo, las dinastías de faraones se van completando gracias a los estudios de ADN, y muchas de sus momias al fin descansan bajo su auténtico nombre.
La mejora en las técnicas arqueológicas y la combinación de estas con procesos de carácter químico y físico dejarían asombrado al mismísimo Indiana Jones. Y cada vez, con estos métodos, el conocimiento histórico se hace más fuerte, más amplio, más rico.
Pero más allá del esfuerzo del historiador por bucear en el pasado y traerlo al presente y más allá de las dificultades de la propia ciencia, lo que es imperdonable es desconocer la propia historia. ¡Aunque sea a grandes rasgos! Saber algo de nosotros que nos vincula con el pasado, con lo que fuimos, algo que nos proyecte hacia un mejor conocimiento de nosotros mismos. Nuestras más hondas raíces.
Desde luego que en España tenemos una impresionante y larga historia: podemos hablar de poblaciones neolíticas y después de íberos, tartessos, celtas, túrdulos y turdetanos, oretanos, bastetanos, cántabros, astures, y una lista de lo más interesante y extensa.
Se trata de pueblos que han ido dejando su impronta en multitud de aspectos de la vida cultural, en el pensamiento, en el patrimonio material e inmaterial. Pero tras todos ellos llegaron los romanos y entonces fue todo diferente, radicalmente distinto.
Roma dejó un legado portentoso, organizando un imperio que terminó haciendo nacer a Europa, y así ha llegado hasta nosotros. Por su importancia conocemos este proceso como romanización, y podemos decir sin atisbo de duda que Roma civilizó el mundo.
Ninguna ciencia les fue ajena, ninguna actividad permaneció sin conocer el efecto de su laboriosidad: desde la medicina a la arquitectura, desde la filosofía al arte, desde la gastronomía al derecho, desde la economía al calendario, a la religión, al sistema numérico y a la lengua.
Todo lo humano les importaba, todo les atañía. La romanización que afectó a las provincias hispanas forma parte de nuestra realidad actual, en nuestro patrimonio material, visible y bellísimo: el acueducto de Segovia, el teatro de Mérida, el puente romano de Córdoba y el de Alcántara, el foro de Tarraco, la torre de Hércules, Itálica… Y de nuestro patrimonio inmaterial, nuestra lengua, costumbres, leyes, administración y un larguísimo etcétera.
Roma es nuestra raíz civilizadora más profunda, la más hondamente cimentada en nosotros. Somos en gran parte lo que ellos hicieron de su presente para su futuro, que es a su vez nuestro presente.
Es simple y real. Y nos reconocemos en esas raíces que nos han regalado una lengua, una legislación, una agricultura, y con ella una gastronomía. También nos dejaron un sistema de vida, una forma de entender los principios y los valores del hombre.
Esas raíces mediante las que aún seguimos tratando de ser humanos mediante el conocimiento que aportan las humanidades y a las que Roma aportó orden en aquel complejo mosaico cultural hispano.
Una civilización que dejó elementos que permanecen: desde una efectiva red de vías de comunicación hasta una gastronomía singular en forma de flanes, gachas, torrijas, cocidos y guisos de legumbres, hamburguesas (si, hamburguesas), estofados de verduras, panes, cervezas y vinos y un sinfín de platos que sería muy prolijo describir en su totalidad.
Esas raíces por las que la cultura light que nos invade, con afán de divertir y dar placer como primer objetivo de la vida, se van diluyendo. Los motivos de esa pérdida sustancial son multifactoriales, en parte ese olvido es provocado, en otras resulta fruto de la pereza intelectual o de la ignorancia.
Pero sí es cierto que esas raíces nos hacen como somos hoy: es imprescindible recordar nuestro pasado romano, civilizador y culto que hizo de nosotros gran parte de lo que seguimos siendo. Una historia apasionante, viva y que encontramos a cada paso, ¿podríamos pedir más?
Son las raíces comunes del entorno mediterráneo, la historia que podemos observar y disfrutar en cada esquina abriendo simplemente los ojos. Romanización, cultura, civilización: todavía, nosotros.
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