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28 de abril de 2024

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Ninguna civilización con tantas posibilidades y alimentos y ninguna tan frágilGTRES

Gastronomía

El verdadero precio de los platos preparados

El primer síntoma de la decadencia de una civilización es la alimentación

Me declaro progresista. Me entusiasman las mejoras, anhelo el perfeccionamiento, pulir las ideas, mejorar la vida, desarrollar el esfuerzo que nos nutre de adelantos para mejorar la salud, para pensar mejor, para comer mejor.
El pensamiento griego clásico pulido, que entronca y da sentido a la civilización occidental ha conducido el progreso hasta nuestros días bajo un concepto extraordinario por su sencillez: estamos destinados a desarrollar nuestras características naturales. Que son la razón, las capacidades personales, las oportunidades que a cada uno nos proporcionan nuestro tiempo y nuestra vida.
El progreso también incluye una mirada en derredor: al futuro, al presente, al pasado. Conservar lo valioso que hay en el pasado no es óbice para el progreso, muy al contrario. Probablemente nos proporcione herramientas que habíamos desechado y que, de nuevo, vuelven a ser útiles. Ideas que se refrescan y tienen de nuevo sentido, lo que permanecía oculto y de nuevo se revela valioso. Una forma de renacer.
Así que también me declaro conservadora. Porque conservar lo que es precioso es un acto de inteligencia y de prudencia. También de riesgo, porque hay que saber qué conservar y cómo hacerlo. El progreso histórico es una larga marcha, aunque no siempre hemos caminado en línea recta, ni para la mejora del ser humano. A veces el avance de la historia no representaba adelanto, sino retroceso y hasta barbarie (recordemos la desaparición de innumerables civilizaciones, desde Babilonia a Roma, desde Bizancio a Egipto).
Quizás porque a lo largo del tiempo dejaron de apreciar y conservar lo que era verdaderamente valioso: los principios que construyeron una moral, los sistemas de valores, el nacimiento de niños, la conservación de tradiciones que proporcionan cohesión. Y entre estas últimas, de forma singular, la alimentación.
La idea del progreso en la humanidad no es nueva, en el mundo antiguo fue contemplada por Hesíodo, que hablaba de las edades del hombre y de los ciclos de mejora; también Jenófanes, en el s. VI a.C. señalaba que los seres humanos aprendieron por su propia experiencia y su inteligencia. Y Platón, en su obra Las leyes detalla el progreso humano desde sus inicios hasta alcanzar las altas cotas de cultura y política que se dieron en el mundo griego.
Sin embargo, hoy se ha maleado el concepto, y esto se ha hecho de forma intencionada. Progresar es avanzar, pero no destruir el pasado en la vieja táctica de tierra quemada. Lo que nos ha traído hasta el presente es fruto de los diferentes impulsos del progreso en sus tiempos. Y llamamos conservar a la inteligencia de mantenerlo vivo. Así que conservar y progresar son dos conceptos aliados, jamás enfrentados. Porque se necesitan, imbricándose en nuestro propio beneficio.
Y esto sucede tanto en filosofía como en política, en economía o en alimentación. Vivimos tiempos convulsos, se concatenan circunstancias difíciles en muchos frentes: la agricultura, los precios, el mercado cotidiano, la política internacional… los intereses se superponen y conducen a la población a sufrir unos precios imposibles y dificultades que no imaginábamos. Hasta el punto de que muchos basan su dieta en platos preparados que en apariencia son más económicos. Pero no lo son, porque el precio de estas comidas elaboradas es la salud. Así que pagarán y con intereses, a largo plazo, en sus propias carnes. Ninguna civilización como esta, ninguna con tantas comodidades para tantos, ninguna con tanta cultura, posibilidades, confort, e incluso alimentos a disposición de todos.
Y ninguna tan frágil, con los pies de barro que la arrogancia amasa con la vanidad. El primer síntoma de la decadencia de una civilización es la alimentación, porque es algo que sucede de manera inmediata; no como las corrientes culturales, que requieren más tiempo. La alimentación cambia de un día a otro, por eso es un marcador inmediato y visible. Y porque es expresión de la producción, de las políticas agrícolas y comerciales, de la distribución o de los intereses creados.
Reivindico la palabra progreso para mí, conservadora. Reivindico el verbo conservar para mí, progresista. Porque no se camina sin ambos, porque no están contrapuestos, porque en la vida necesitamos observar el presente y conocer el pasado para encaminar los pasos hacia un buen futuro. Y porque preocupa de verdad la constatación de que no caminamos por la mejor senda. Está impreso en este camino, como signo evidente, el tipo de alimentación que se practica, el valor de lo que se come y el significado de los cambios que intentan imponernos.
Recuperen el patrimonio familiar gastronómico disfrutando de comidas caseras y cocinen todo lo que les sea posible. Gocen de las comidas en buena compañía y transmitan a los niños sus historias a través de los alimentos. Recuperemos la memoria de quienes fuimos, conservemos lo valioso para progresar. Progresemos impulsados por nuestro milenario patrimonio.
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