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Carmen Fernández de la Cigoña
ENORMES MINUCIAS

Educación y poder sin autoridad

Los padres tienen que buscar el bien de sus hijos, y aunque nos cueste, el bien no es que en un mar de ignorancia y mediocridad ellos sean uno más. El bien es que ellos aprendan, y crezcan y sean capaces de formar su propio criterio

Actualizada 09:42

No sé si somos conscientes de todo lo que supone la nueva ley de educación, y lo que marcan los Reales Decretos para cada etapa educativa.

Muchas son las voces, y muy cualificadas, que alertan de las consecuencias desastrosas que va a tener el nuevo currículo, ese plan de estudios que elimina asignaturas fundamentales para «amueblar la mente», o borra de un plumazo siglos y siglos de historia, como si nada tuvieran que ver en lo que ahora somos.

También han escrito sobre los motivos de esta nueva modificación, que quizá, siendo realistas, a la vista de la deriva de este gobierno, no debería haber sorprendidos a nadie. Su afán adoctrinador, contra todo vestigio de libertad, su sesgo sectario en el que la realidad no importa porque ellos quieren construir una distinta, al margen de la historia, de la filosofía, de la biología y del sentido común, están perfectamente plasmados en estas normativas que se quieren imponer en las aulas.

Esos motivos nos convencen de que «el poder los prefiere tontos». Porque sin duda es mucho más fácil manipular a quien no tiene criterio, si además eso viene acompañado del intento enconado de desarraigarle de sus vínculos más íntimos y naturales (y por eso hay que desestabilizar la familia) y del desmoronamiento de las instituciones y la exaltación del individualismo. Porque, si solo quedamos el poder y yo, ¿a quién voy a acudir y quién me va a hacer caso? Aunque sepa que no me lo va a hacer.

La autoridad deberían tenerla las familias y los profesores, en ese orden

Porque, sin ninguna duda, la falta de conocimiento nos lleva a la dependencia. Si el conocimiento (y la Verdad) nos hace libres, la falta de él nos somete de una manera atroz, no al que sabe más (que ya no importará) sino al que tenga más poder, que a su vez será cada vez más acaparador. ¡Qué ingenuidad la de quienes pensaron que eso era cosa de hace mucho, mucho tiempo, al menos en sociedades libres! Claro que dentro de poco ni serán capaces de saber hace cuánto, porque nadie se lo habrá enseñado.

Pero se ha abordado poco el tema de la autoridad al hablar de nueva ley de educación. Y creo que, a la vista de la normativa, cada vez la distancia es mayor entre autoridad y poder en materia educativa. Porque si el poder lo tiene el gobierno que saca adelante una ley educativa que premia la ignorancia, la autoridad deberían tenerla las familias y los profesores. En ese orden. Pero lamentablemente digo deberían.

Porque esa ley, en la que da igual que se estudie o no, que se esfuerce o no, que aprenda o no, porque igualmente va a pasar de curso, es otro paso más en la desaparición de la autoridad del profesor. Pero también en la degradación de la autoridad de las familias.

Lo que tiene que hacer la autoridad es cuidar y buscar el bien de aquellos que tiene encomendados. Por eso la autoridad dirige, vigila, incentiva y también sanciona (si es que es necesario), pero todo ello no buscando sus propios intereses sino lo mejor para aquellos a los que tiene que servir. Todo esto desaparece con esta nueva ley en la que los profesores no van a poder suspender a sus alumnos aún en el caso de que no hayan aprendido nada. Porque a ver quién los suspende y además el suspenso, como el sobresaliente, no valdrá nada.

Y la autoridad de las familias también se ve claramente perjudicada. Porque los padres tienen que buscar el bien de sus hijos, y aunque nos cueste, el bien no es que en un mar de ignorancia y mediocridad ellos sean uno más. El bien es que ellos aprendan, y crezcan y sean capaces de formar su propio criterio. El bien es que no sean dependientes de un Estado y un poder a quienes no le importa nada más que mantenerse.

Por eso la autoridad de las familias se verá en el esfuerzo, no para que sus hijos pasen de curso, sino para que verdaderamente aprendan, más allá de las imposiciones del poder.

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