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Isis Barajas, en su casa, durante la entrevista

Isis Barajas, en su casa, durante la entrevistaDaniel G. Mata / Misión

Isis Barajas: «Con el cáncer de mi hijo entendí que Dios me pide la vida no de uno, sino de todos mis hijos»

Periodista especializada en temas de matrimonio y familia, Isis Barajas ha explicado en la revista Misión por qué decidió dejar su carrera profesional para dedicarse a su hogar y cómo vive la enfermedad oncológica de uno de sus ocho hijos

Periodista especializada en temas de matrimonio y familia, Isis Barajas ha dado a voz a numerosos testimonios en diferentes medios, especialmente en la revista Misión, donde trabajó durante nueve años como redactora jefe.

Muchos de sus artículos trimestrales han llegado a hacerse sumamente virales, e incluso han llegado al otro lado del mundo, donde diversos medios han reclamado a la autora para que explicase su experiencia doméstica.

Ahora, retirada desde hace casi una década de la primera línea de las redacciones para dedicarse por completo a su familia numerosa, ha sido ella la que ha aceptado aparcar su habitual discreción para mostrar su propio testimonio en esa misma revista que ella ayudó a fundar.

En una entrevista con Isabel Molina, directora de Misión, esta voz libre del periodismo católico aborda entre otras cuestiones, qué lleva a una mujer joven a aparcar una carrera prometedora para cuidar de su hogar, cómo trata de construir en él un pequeño santuario, y cómo viven la enfermedad de uno de sus hijos, a quien hace algo más de un año diagnosticaron un complejo cáncer pediátrico.

– Eres periodista y trabajabas en un diario. ¿Por qué aceptaste ir a una revista que ni tan siquiera existía?

– Fue un salto de fe. Nosotros nos casamos prácticamente sin nada, porque mi marido tampoco tenía un trabajo estable. Pero noté que en esto había una llamada del Señor. Me fie de lo que Él me ponía. Era providencial poder trabajar para editar una revista dirigida a las familias. Además, yo venía del ritmo de trabajo de un diario, y para mí era importante darle a la familia un puesto preeminente.

– ¿Recuerdas alguna entrevista que te dejara especial huella?

– Hay muchas, pero de primeras me viene a la cabeza Anne-Dauphine Julliand, que, además, me toca ahora de una forma muy personal. Me impactó escucharla hablar de cómo vivieron ellos el sufrimiento por la enfermedad de sus hijas. Una de ellas ya había fallecido, y la otra falleció después. También me tocó mucho la visita a la unidad de oncología infantil que llevaba la doctora Blanca López-Ibor, por sus lecciones sobre el dolor y el sufrimiento. El dolor de los niños es algo que siempre me ha tocado muy fuerte.

– Estuviste nueve años, hasta que decidiste dedicarte de lleno a tu familia. ¿Por qué?

– Fue una decisión muy difícil porque para mí no era un trabajo más. Misión es para mí mi casa. Pero estábamos viviendo un momento familiar muy intenso. Además del trabajo, con mi marido coordinábamos la pastoral familiar de nuestra vicaría. Dábamos cursos de novios, de reconocimiento de la fertilidad… Eso, sumado a una vida familiar con cinco hijos, los dos pequeños mellizos y recién nacidos. Entonces empecé a notar un runrún… Una llamada a tener mayor presencia en casa.

– ¿Algo así como una vocación dentro de su vocación?

– Sí, porque la historia de los mellizos revolucionó mi maternidad. Cuando nacieron, ya me revoloteaba la idea de emprender un camino de mayor sencillez y humildad. Dejar de trabajar fue una llamada vocacional que yo no entendía porque me gustaba mi trabajo, nunca he tenido una especial vocación para hacer las labores de la casa y, además, para mí significaba pasar a no ser nadie para el mundo, ya que hoy en día somos etiquetados por lo que hacemos profesionalmente.

Puedes hacer muchas otras cosas, pero sólo se te conoce por tu trabajo profesional. Así que dejar de trabajar para dedicarme a mi familia fue un gran combate y una renuncia a la seguridad económica.

Puedes hacer muchas otras cosas, pero sólo se te conoce por tu trabajo profesional. Así que fue un gran combate y también una renuncia a la seguridad económica. Pero ese embarazo vino en una época en la que yo me había acercado a Celia y Luis Martin, los padres de santa Teresita del Niño Jesús, que son un matrimonio santo, a pesar del poco tiempo que vivieron como esposos (ella murió con cuarenta y pocos años). Ellos fueron un signo para redescubrir la esencia de la santidad en el matrimonio y en la vida ordinaria. Tras conocerlos y pedir su intercesión, me quedé embarazada, y de dos hijos, que además son niño y niña.

– Algunas madres también desean dejar de trabajar, pero ven que «no se lo pueden permitir».

– No era una cuestión de que nosotros nos lo pudiéramos permitir. Ya teníamos cinco hijos, y era pasar a vivir con un único sueldo. Era otro salto de fe. Pero cuando ya tomamos la decisión, nos llegaron las ayudas económicas que necesitábamos. Fue necesario dar primero el sí, porque el Señor no te pone la colchoneta si saltas con el paracaídas abierto. Y, pasado el tiempo, veo que el trabajo escondido era una llamada a hacerme pequeña, algo que yo necesito. No puedo decir que este tiempo haya sido fácil. En aquel momento, tuvimos que sacar a los niños del comedor escolar, dejamos las ayudas para la limpieza de la casa, cambiamos a los niños a un colegio más económico…

– ¿Qué consejo darías a una madre que también tiene una llamada a dejar su trabajo fuera del hogar?

– Siempre me da pudor hablar de este tema porque creo que las mujeres tendemos a la comparación, y eso nos hace mucho daño. Cada vida tiene su combate: lo tiene la mujer que trabaja fuera de casa, y también tiene un combate enorme la que está en casa. El camino del cristiano va acompañado de la cruz y del combate. Pero tanto la madre como el padre de una familia tienen que hacer una lectura de dónde están poniendo la vida. A veces decimos que lo más importante es nuestra familia, pero es a lo que menos tiempo dedicamos. Teniendo eso claro, cada uno tiene que ver cómo materializa su llamada. Por supuesto, nuestra primera llamada es a ser cristianos, y como esposos, nuestra prioridad es el matrimonio y la familia. Por eso, no puedo dar consejos, es un tema que cada matrimonio tiene que mirar con cautela. Yo sólo puedo hablar de lo que he vivido por si a alguien le ayuda.

– ¿Soñabais ya de novios con tener una familia numerosa?

– Pues no. No hicimos un proyecto de tener ni dos, ni tres, ni ocho hijos. Hablamos de muchos temas y nos formamos, pero precisamente antes de casarnos uno de mis miedos era a tener un hijo. Me ayudó el hermano de Jaime, mi marido, que es sacerdote. Él nos dijo que había que mirar el hoy: «¿Hoy tú quieres casarte? Pues para lo que venga mañana ya el Señor te concederá la gracia», nos dijo. Al casarnos se me fueron todos los miedos. Con los años hemos visto que en cada momento la llamada se ha ido actualizando, porque el amor se plenifica cuando está abierto a la vida.

– ¿Qué opinión te merece eso que se dice de que «el problema no es que la mujer haya salido a trabajar fuera de casa, sino que el hombre no acaba de entrar en el hogar»?

– Nosotros no hemos hecho nunca un pacto o una partición de tareas. Estamos los dos entregados a nuestra vida familiar al cien por cien. Durante los embarazos, en que yo he estado peor, Jaime se ha hecho cargo de todo. En una familia con ocho hijos no puede ser de otra manera. La familia es una vocación de los dos.

«o hemos hecho nunca un pacto o una partición de tareas. Estamos los dos entregados a nuestra vida familiar al cien por cien. En una familia con ocho hijos no puede ser de otra manera.

– En muchas familias, aunque los esposos tengan esto claro, cuesta que salga de modo tan natural. ¿Cómo logró tu marido verlo así?

– El ejemplo de su padre ha sido crucial. Mi marido es el cuarto de ocho hermanos, siete chicos y una chica, y todos sus hermanos son así porque su padre es el primero que cuando llegaba a casa de trabajar le decía a su mujer: «Descansa que has trabajado mucho». Y sigue siendo el primero que se levanta y se pone a recoger. No por una cuestión de hacer tareas de la casa, sino por una cuestión de amor. Yo sé que si mi marido se levanta por la noche, que se levanta más él que yo, es por amor a nuestros hijos, pero sobre todo por amor a mí, porque sabe que si yo me levanto me desvelo.

– Tú has explicado en un lenguaje cotidiano distintos destellos de lo que es un matrimonio que camina hacia el Cielo. Además del ejemplo del matrimonio santo de Celia y Luis Martin, ¿cómo llegaste a entender y desear la santidad matrimonial?

– Antes de casarnos, Jaime empezó a estudiar en el Instituto Juan Pablo II y me contagió a mí también el deseo de conocer en profundidad la Teología del Cuerpo. Esto se convirtió en un pilar en nuestro noviazgo y matrimonio. Hemos estudiado toda la riqueza de la enseñanza de san Juan Pablo II. Y, luego, a través de personas que el Señor nos ha ido poniendo en el camino y de conocer la vida de otros matrimonios santos, entendí que la santidad no es sólo para curas y monjas. Todos estamos llamados a vivir ese amor del Señor en nuestro matrimonio y a hacer palpable a nuestros hijos la santidad de la vida ordinaria.

– ¿Qué importancia le dais vosotros a la sacralización del espacio familiar?

– Este tema no se puede impostar, tiene que ir saliendo, poco a poco. No se trata de decir de repente: «¡Venga, tenemos que sacralizar nuestra casa!». Nosotros, por ejemplo, tras peregrinar a Garabandal y a Loreto quisimos hacer visible la presencia de la Virgen en nuestra casa. Entonces, buscamos una imagen, la elegimos juntos, la compramos… Desde entonces, en medio del bullicio, antes de empezar el día, nos juntamos ahí para rezar. Y ahora que hemos hecho la consagración al Sagrado Corazón queremos hacernos con una imagen suya contundente para entronizarlo en nuestro hogar.

– Una de las cosas que aprendiste de Anne-Dauphine Julliand, la autora que ya has mencionado, es que hay mucha vida en la enfermedad. Ahora que tienes un hijo enfermo ¿corroboras esta afirmación?

– Desde luego, pero es algo que cada uno tiene que descubrir. Que te digan que tu hijo tiene una enfermedad que podría acabar en la muerte es un shock. Aun así, no alcanzaría a enumerar las gracias que hemos recibido en este tiempo. Se ha generado mucha comunión entre nosotros. Al principio, cada día los médicos nos contaban algo nuevo. Entonces, por las noches teníamos una reunión familiar y los niños preguntaban: «¿Hoy qué sabemos?». Y ahí les contábamos las novedades.

Que te digan que tu hijo tiene un cáncer es un shock. Aun así, no alcanzaría a enumerar las gracias que hemos recibido en este tiempo

– ¿Cómo les hablabais de este tema?

– Vimos como algo bueno que ellos supieran la verdad, con la palabra «cáncer», desde el principio. Nos hacían preguntas muy serias a las que respondimos con la verdad, con esperanza y con una fuerte convicción de que el Señor estaba con nosotros. Sabíamos que esta enfermedad no era algo casual ni «mala suerte». Era un acontecimiento que iba a suponer un bien para nosotros.

– ¿Qué tipo de bien?

– Se ha creado un movimiento de oración muy fuerte por mi hijo. Ya sólo ver que esto ayuda a las personas a rezar es algo bueno. También se han gestado amistades nuevas. A veces me pregunto: «¿Por qué Dios ha puesto a estas personas en nuestra vida justo en este momento?» . Es un misterio. La gente se ha volcado con nosotros, nos han traído comida, se han hecho cargo de nuestros hijos… Para nosotros ha sido un bien dejarnos ayudar y creo que esto ha sido un bien para esas familias porque a veces tenemos ganas de ayudar, y no sabemos cómo… Además, he sentido una intimidad muy grande con Jesucristo, y he podido hablar con Dios, mi Padre. Al principio me venía la pregunta: «¿Estás dispuesta a entregarme a tu hijo?». Me daba más miedo pensar que pudiera resistirme.

– ¿Qué respuesta encontraste?

Entendí que Dios me pide la vida de todos mis hijos, no sólo de mi hijo enfermo; que Él es su Padre y los ama con una profundidad mucho mayor de la que yo pueda llegar a tener nunca. Tenemos un destino final glorioso, que es la vida con Dios en plenitud, pero el Señor ya nos va preparando para degustar esa experiencia del Cielo en la tierra. Mucha gente está pidiendo la curación de mi hijo y, por supuesto, yo deseo que se cure. Pero, sobre todo, quiero que él y todos sanemos: que podamos vivir, en todo momento, con la mirada puesta en Dios.

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