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28 de abril de 2024

Françoise Bettencourt

Françoise Bettencourt

Así vive la primera mujer que ha logrado que su fortuna traspase los 100.000 millones de euros

Françoise Bettencourt, la heredera única de L’Oréal, y de un pasado familiar tormentoso lleva una vida austera sin renegar lo que posee

En el número de 18 de la rue Delabordère en Neuilly-sur-Seine, municipio con la renta per cápita más alta de Francia, colindante con el oeste de París, se ubica el palacete en el que vivió hasta su muerte, en 2017, Liliane Bettencourt, heredera única de su padre, Eugène Schueller, fundador de L'Oréal. Con más de mil metros cuadrados de superficie habitable, piscina subterránea y un servicio pletórico –alrededor de veinte personas, incluida una encargada de ayudar a madame a combinar los colores de su vestimenta–, era el epicentro de una vida que Liliane empleó a disfrutar sin complejos de su fortuna.
Unos cuantos metros más arriba, siempre en la rue Delabordère, se puede observar un dúplex, cuya apariencia no es precisamente la de una vivienda social; pero sí mucho más sobria que la mansión del 18. En ese dúplex vive Françoise Bettencourt, heredera única de Liliane, junto su marido desde hace cuatro décadas, Jean-Pierre Meyers. ¿El servicio doméstico? Está conformado por un matrimonio.
Así lo ha querido Françoise, que el próximo 10 de julio cumplirá 71 años. A diferencia de su madre, la hija tiene un círculo de amistades y de frecuentaciones más reducido, toca el piano varias horas al día, despacha con los responsables de sus compromisos benéficos –la Fundación para la Audición, destinada a mejorar la condición de las personas con sordera, es uno de ellos– y con los directivos de la empresa, aunque sin regir sus destinos, dosifica sus apariciones públicas y viaja.
Pero casi de incógnito y después de tras haber reducido gastos: al morir su madre, se desprendió sin contemplaciones del casoplón mallorquín (casi pegado al Hotel Formentor) y de la Isla de Arros, en las Seychelles, en cuya renovación y posterior acomodación Liliane se gastó decenas de millones de euros. En cuanto al ya famoso palacete de la rue Delabordère, está previsto que se convierta en sede de la Fundación Meyers.
File photo dated March 24, 2019 shows Francoise Bettencourt-Meyers in Paris, France. Francoise Bettencourt Meyers, the L'Oreal heiress and richest woman in the world, has become the first woman to hold a $ 100 billion fortune, Bloomberg reported Thursday. The Bloomberg Billionaire's Index, which reflects changes as of 5 pm ET of the previous trading day, lists Bettencourt Meyers as the 12th richest person, just ahead of Mukesh Ambani and behind Carlos Slim, who recently became the first person from Latin America to cross the $ 100 billion threshold.
L'Oreal Heir Francoise Bettencourt Meyers Becomes First Woman With $100 Billion Fortune, Paris, France - 24 Mar 2019

Francoise Bettencourt-Meyers, en ParísGTRES

La residencia veraniega de l'Arcouest –en la costa norte de Bretaña– es la única posesión familiar que Françoise ha conservado. Ni cuando el pasado mes de noviembre reventó las estadísticas al pasar a ser la primera mujer cuya fortuna personal traspasa los 100.000 millones de euros, se arrepintió del peculiar plan de reducción de gastos. Sobre todo, de mantenimiento.
Cuando Françoise vino al mundo, lo hizo con una cuchara de oro en la boca –L'Oréal ya iniciaba su internacionalización–, siendo educada en los centros más exquisitos. Siguiendo esa lógica, la siguiente etapa tendría que haber sido un matrimonio «de altura»: sus padres se decantaban por un buen linaje. Al final, Françoise eligió a Jean-Pierre Meyers, cinco años mayor que ella, que se desempeñaba como ejecutivo medio de L'Oréal y profesaba la fe judía. Este último detalle tendría que haber pasado completamente desapercibido.
Sin embargo, fue el origen del largo y latente enfrentamiento entre madre e hija: Meyers era nieto de un rabino que participó en la Resistencia y fue deportado a Auschwitz, donde pereció. Françoise era nieta de Schueller, uno de los mejores empresarios de su época, un visionario que supo anticipar la incipiente corriente higienista con sus jabones y champús a la par que un antisemita redomado: sin ir más lejos, a finales de los treinta fue uno de los mecenas de «La Cagoule» (el pasamontaña), una organización paramilitar de corte fascista. Colaborador durante la Segunda Guerra Mundial, evitó la cárcel al final del conflicto gracias a la intermediación dos políticos en ciernes y de pasado sulfúrico, habiendo estado ambos al servicio del régimen Vichy antes de incorporarse a la Resistencia: François Mitterrand y un íntimo amigo de este último, André Bettencourt.
Francoise Bettencourt-Meyers and her husband Jean-Pierre Meyers attending the funeral of Franco-Chinese painter Zao Wou-Ki who died aged 93, at the Montparnasse cemetery, in Paris, France, on April 16, 2013.
Funeral of Franco-Chinese painter Zao Wou-Ki - Paris, France - 16 Apr 2013

Francoise Bettencourt-Meyers y Jean-Pierre MeyersGTRES

El historial del futuro yerno de Schueller –y futuro ministro de centro derecha en los sesenta y setenta de los presidentes Charles De Gaulle y Georges Pompidou contenía, además, otros aspectos que dejaban mucho que desear. Esto escribía en abril de 1941 en la publicación vichysta La Terre Française: «los judíos, los fariseos hipócritas, han perdido la esperanza. Para ellos el caso está resuelto. No tienen fe. No tienen esperanza de recuperación. Su raza estará eternamente mancillada por la sangre de los justos. Serán maldecidos por todos. Han condenado a Dios sin querer siquiera reconocer su ignominia, o lamentarla».
De ahí que las nupcias de Françoise implicasen una comparación desfavorable para su familia, sobre todo para Liliane, enamoradísima de su marido y muy unida a su padre. El resultado es que nunca congenió con su yerno. Baste decir que Françoise y Jean-Pierre contrajeron matrimonio por lo civil en Toscana en la primavera de 1984 antes de una celebración por todo lo alto en París. Pero sin bendición religiosa de ningún tipo. Este «empate» voluntario era el precio que pagar para mantener una frágil paz familiar.
Porque la boda de Françoise era la agudización de una incomprensión entre hija y madre alimentada desde la infancia por el amor no correspondido por parte de la segunda. «Era como un mejillón pegado a la roca». «Una forma de decir», narran Vanessa Schneider y Raphaelle Bacqué en el libro Successions, «hasta que punto [Françoise] buscaba el afecto materno. Como si también subrayase también que ella era el ser tierno apegado a una roca dura y fría».
Bien es cierto que Liliane benefició a su hija con nueve donaciones amplias entre 1980 y 1992 y que jamás tuvo la intención de dispersar su fortuna; ni siquiera con los regalos valorados en más de mil millones de euros– con los que agasajó a François-Marie Banier, el fotógrafo obsesionado con brillar en la sociedad parisina que se convirtió en su asiduo acompañante; sin carga amorosa alguna, pues es un homosexual que va con su novio a todas partes.
Por eso, cuando murió André Bettencourt en 2007 y Banier se atrevió a pedir a Liliane que le adoptase, Françoise reaccionó con una querella que mantuvo en vilo a Francia a lo largo de 2010. Al final, la hija logró la tutela de su madre. A cambio, Banier se quedó con todo lo recibido, si bien fue condenado a 4 años de cárcel en modalidad de pena suspensiva y a 375.000 euros de multa. La paz definitiva entre madre se plasmó en un documento de 28 páginas. Hoy L’Oréal perdura: Françoise Bertrecourt se encarga de ello y prepara a sus hijos para sucederla: no para dirigir la empresa, sino para vigilarla. Como ella y su madre.
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