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Alejandra Conde

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Así es Alejandra, la discreta hija de Mario Conde que ha confirmado su relación con Colate Vallejo-Nágera

Aunque ambos habían preferido la intimidad, ha sido el empresario quien ha dado el paso definitivo al publicar su primera foto juntos, dejando claro que lo suyo va en serio… y ya no es un secreto

En un panorama mediático plagado de nepo babies que luchan por destacar más por apellido que por mérito, Alejandra Conde ha sido, hasta ahora, una excepción silenciosa. Hija menor del exbanquero Mario Conde y de Lourdes Arroyo —fallecida en 2007—, ha preferido siempre mantenerse al margen del foco público que tantas veces iluminó (y abrasó) a su familia. Discreta, elegante y prudente, parecía decidida a llevar una vida paralela a la notoriedad de su apellido. Pero basta un gesto, una imagen, una mirada… y todo puede cambiar.

Ese gesto ha llegado desde las redes sociales. Colate Vallejo-Nágera —ex de Paulina Rubio, sobrino del psiquiatra y Premio Planeta Juan Antonio Vallejo-Nágera, y hermano de Samantha, jueza de MasterChef— ha sido quien ha puesto fin al misterio. Nada de notas de prensa: una fotografía cariñosa en Mallorca ha bastado para confirmar que entre ambos hay algo más que una amistad. Él la abraza, la mira con ternura; ella responde con tres corazones. Todo muy romántico, muy digital, muy actual… aunque Alejandra, coherente con su perfil bajo, mantiene su cuenta privada.

Lo cierto es que no se acaban de conocer. Su historia viene de lejos. Se cruzaron por primera vez en los años 90, cuando ambos eran veinteañeros y compartían círculos sociales. En sus memorias, Colate confesó haberse enamorado de una joven que eligió a su «enemigo». Todo apunta a que esa joven era ella. Años más tarde retomaron el contacto, y ahora, parece, el pasado ha resurgido convertido en presente.

Alejandra, abogada de formación, madre de tres hijos —Fernando, Alejandro y Lourdes, esta última llamada así en memoria de su madre—, está separada desde 2023 del empresario Fernando Guasch Vega-Penichet, hijo del que fuera presidente de Renault. A sus 46 años, vuelve a situarse en el radar mediático.

Aunque ha evitado con constancia los focos del corazón y el ruido mediático, Alejandra Conde no ha podido —ni ha querido— borrarse de la historia pública de su apellido. Nacida en Madrid en abril de 1977, creció en el núcleo de una familia que no solo vivía en la cima del poder financiero, sino que también marcó una era. Cuando tenía nueve años, su padre fue nombrado presidente de Banesto, y en poco tiempo se convirtió en uno de los hombres más influyentes del país.

Para entonces, ella ya vivía en un entorno privilegiado: residía con su familia en el número 63 de la calle Triana, en el exclusivo barrio de Nueva España de Madrid, una zona de mansiones y embajadas. A esa edad, empezó a ir al colegio Nuestra Señora del Recuerdo —uno de los centros más selectos de la capital— y, debido al cargo de su padre, fue escoltada diariamente por guardaespaldas. En su entrevista con Vanity Fair, recordaba aquellos años con cierta naturalidad: viajes con sus padres, lujos asumidos como rutina y una adolescencia marcada por un apellido.

Tras dejar el colegio San Patricio, estudió en el internado británico Abbot’s Hill, en Hertfordshire. Allí aprendió, por primera vez, lo que era vivir sin comodidades. «Pasé de tenerlo todo hecho a tener que lavarme la ropa y controlar mis cosas», confesaba al medio citado. Años después, siguiendo el consejo de su padre, se licenció en Derecho, aunque no quiso repetir su camino como abogado del Estado. En su lugar, fundó A-Típica, una exitosa empresa de organización de eventos junto a Marina y Paola de Herrera.

Alejandra Conde

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Todo cambió en abril de 2016. Mario Conde fue detenido por un supuesto delito de repatriación de fondos vinculados al caso Banesto, y Alejandra quedó en arresto domiciliario en su vivienda de La Quintaleja, una urbanización del Encinar de los Reyes. Su casa se convirtió durante semanas en una celda sin barrotes. «Limpiaba y cocinaba todo el día para no pensar», confesó.

Desde entonces, su vida profesional dio un giro: abandonó el mundo de los eventos y se volcó en la defensa legal de su padre. Ella siempre estuvo ahí confiando en su padre. Cuando le preguntan cómo logró sostenerse, su respuesta es clara y sin dramatismo: «El deporte me ha ayudado mucho. Me he machacado. Era lo que me conseguía parar la mente».

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