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Escuela de toreo en El Retiro de Madrid

Escuela de toreo en El Retiro de MadridDaniel Vara

Entre capotes y muletas: una escuela taurina en el corazón de El Retiro

Sin carteles ni redes sociales, Jesús Montes reúne cada semana a aficionados de todas las edades, llegados de todos los rincones del mundo, para practicar toreo de salón

Entre la Puerta de Alcalá y la calle Antonio Maura, en un rincón casi secreto del parque del Retiro, hay una pequeña parcela que guarda una escena insólita en mitad del bullicio madrileño: varias veces por semana, un grupo de personas —distintas edades, distintas vidas— se reúne para practicar toreo de salón. Sin redes sociales, sin anuncios. Solo el boca a boca. Y todo gira en torno a una figura: el torero retirado Jesús Montes.

Exnovillero, banderillero, aficionado desde siempre y para siempre, Jesús encontró en este pedazo de tierra su particular escuela de toreo. «Empezó casi sin querer», cuenta con esa mezcla de humildad y orgullo de quien sabe que algo pequeño puede convertirse en algo importante. «Unos ganaderos que sabían que entrenaba aquí me propusieron prepararnos en serio para un festival. Y desde entonces, no hemos parado».

Lo que arrancó como un impulso espontáneo se ha convertido en una rutina sólida, con entrenamientos fijos —martes y miércoles— y tentaderos a final de mes en fincas de amigos, a veces incluso en Salamanca. No se necesita experiencia. Ni siquiera tener un pasado taurino. Solo ganas.

Porque el perfil de los alumnos es, en palabras de Jesús, «de lo más variado». «Entreno a chavales de seis o siete años y también a personas de más de 60. Aquí hay ganaderos, abogados, ingenieros… de todo», dice. Y tiene razón: entre capotes y muletas se cruzan acentos, historias y motivaciones distintas.

Por amor al arte

Ahí está, por ejemplo, un joven holandés de 30 años que aterrizó en este mundo casi por accidente. «No sabía que en España existía la tauromaquia. Empecé a correr encierros, y poco después encontré esta escuela. Nunca imaginé que cogería un capote… pero me enganchó. La tradición, el arte, el valor… es fascinante».

Jesús escucha y asiente. Él también sabe lo que es sentir esa llamada. En su juventud soñó con ser torero. Debutó con caballos, pero una cornada en la rodilla le cambió los planes. Años más tarde, una charla con Juan José Padilla marcó otro punto de inflexión. «Me ofreció un traje azabache a cambio de mis trajes de oro. Me convenció. Me hice banderillero en el 95», recuerda.

Hoy, algunos de sus alumnos ya han dado el paso hacia lo profesional. Nombres como Juanillo Bohórquez, novillero con picadores; Pablo Macron, que torea sin caballos; Diego Tebas, que debutará el 8 de agosto en Huesca; o Cañero, con fecha marcada en septiembre, en un pueblo de Extremadura. Jesús los menciona con cariño, pero también con la distancia justa del maestro que sabe que el camino es largo.

Aun así, insiste en que no se trata solo de formar toreros. «Aquí se entrena de verdad, se suda. Es ejercicio físico, sí, pero también sirve para aprender a ver una corrida, a entender qué está pasando en el ruedo. Hay mucha gente que va a los toros sin saber lo que está viendo».

Esa idea la comparte una joven francesa, alumna suya desde hace unos meses. «Desde pequeña he tenido toros cerca. Un día paseando por el Retiro vi el entrenamiento y me acerqué. No quiero ser torera, pero quería comprender mejor la técnica, disfrutar más como aficionada. Para mí es también una forma de sentir, como el baile, que también practico».

Otro alumno, más joven, llegó empujado por una faena en Las Ventas. «Vi torear a Marco Pérez y decidí intentarlo. Ahora es lo que más hago en mi tiempo libre. Incluso mi padre se ha apuntado también».

A pesar de ser una actividad al aire libre y en un parque público, todo se mantiene con un perfil bajo. Sin web, sin redes sociales, sin carteles. «Nunca me gustaron las redes, ni cuando toreaba ni ahora. Aquí todo se corre de boca en boca. Como quien se apunta a tocar la guitarra o a jugar al golf», zanja Jesús, antes de volver a centrar la atención en el ruedo improvisado. «¡Esa muleta, siempre recta!», le grita a un alumno, con esa mezcla de firmeza y entrega que solo tienen quienes enseñan lo que aman. Y lo enseñan por amor al arte.

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