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Submarino británico HMS K-3

Picotazos de historia

La catastrófica inauguración del submarino británico de guerra

El submarino K3, con el futuro rey Jorge VI a bordo, se sumergió incontrolablemente. Se hundió a 150 pies con la popa y las hélices elevadas por encima de las olas. Se necesitaron 20 minutos para liberar el submarino del lodo del lecho marino y salir a la superficie con éxito

En 1913 el Almirantazgo británico ordenó el diseño de una nueva clase de submarinos más grandes y potentes que los existentes de la «Clase J». Los nuevos submarinos, denominados «Clase K», se impulsarían con calderas de vapor, no con motores de petróleo, y entraron en servicio en el año 1916 alcanzando un récord, nunca igualado, de desgracias. A lo largo de la Primer Guerra Mundial estas unidades serían denominadas como «Clase Katástrofe» o «Clase Kalamidad» y sus tripulaciones alegremente saludadas por el resto de la Royal Navy como «el club de los suicidas».
En diciembre de 1916 se llevó a cabo la presentación oficial de la nueva arma. El lugar elegido fue la bahía de Stokes, en Hampshire, y el K-3 (oficialmente HMS K-3), que recientemente había pasado las pruebas, fue designado para ello. El acto fue enaltecido por la presencia del su Alteza Real el duque de York, futuro rey Jorge VI y padre de Isabel II que felizmente reina. Su Alteza acababa de ser rebajado de servicio activo debido a una úlcera estomacal, tras una meritoria actuación durante la reciente batalla naval de Jutlandia.
Tras las ceremonias de rigor, el duque de York se introdujo dentro del ingenio, junto con algunas personalidades y el resto de la tripulación, y el comandante de la nave dio las ordenes para proceder a la inmersión. Como dije antes, los submarinos de esta clase se propulsaban por vapor pero no quemaban petróleo, por lo que su inmersión era más lenta, al tardar más las calderas en alcanzar el optimo de presión.
¿Tenían las calderas al máximo esperando la maniobra? No se sabe. Lo cierto es que el submarino se descontroló completamente, se hundió como una flecha en un ángulo de 45 grados y la proa se enterró en el lecho marino, a 45 metros de profundidad. Impulsado por la inercia, la popa afloró y las hélices quedaron mirando al cielo mientras giraban de manera enloquecida.
Se tardaron más de 20 minutos de frenética actividad en desincrustar al K-3 del fondo de la bahía. En todo momento, el duque de York, mantuvo la compostura aunque abandonó la nave bastante más pálido de como había entrado. Es de suponer que no le hizo ningún bien a su úlcera.