El Cardenal Segura antes de proceder a la coronación de la imagen, de la Virgen de Guadalupe como Reina de las Españas
Picotazos de historia
Alfonso XIII y el laureado de la guerra de Cuba
El día de la coronación de la imagen de la Virgen de Guadalupe, el Rey estrechaba la mano de un anciano enjuto y menudo que portaba en su pecho la brillante cruz de 2ª clase de la Laureada de San Fernando
Alfonso XIII llegó a Guadalupe, Extremadura, el 11 de octubre de 1928. Era una ocasión importante, al día siguiente se procedería a la solemne coronación canónica de la imagen de la Virgen de Guadalupe como Reina de las Españas y, por lo tanto, Reina de la Hispanidad. En las escaleras del atrio, ante la entrada de la basílica, esperaban al Rey las autoridades civiles, eclesiásticas y militares, allí congregadas, para la ceremonia del día doce.
El Rey procedió a saludar a las autoridades, todas ellas engalanadas, y al acercarse al alcalde de la localidad, los allí presentes contemplaron con asombro cómo la figura imperturbable del monarca sufría una sacudida, rápidamente se cuadraba y saludaba militarmente a alguien. El asombro aumentó al ver que, tras el saludo militar, Don Alfonso estrechaba la mano de un anciano enjuto y menudo, con las pardas ropas desgastadas pero limpias, propias de un labriego de la zona. En su pecho brillaba la cruz de 2ª clase de la Laureada de San Fernando. Alfonso XIII tuvo muchos defectos, todos somos humanos y nadie está libre de ellos, pero para estas cosas siempre tuvo una especial sensibilidad.
El alcalde presentó al vecino, Filomeno Sánchez Rubio, veterano de Cuba, donde había ganado la condecoración que lucía. El Rey sacó a Filomeno de la fila y le llevó hacia el lugar donde se encontraban las autoridades militares, allí les presentó a todos al caballero laureado. En el desfile posterior, insistió, que permaneciera junto a su lado.
Al día siguiente, 12 de octubre, la imagen de la Virgen de Guadalupe, espléndida con el nuevo manto que, para la ocasión, le había regalado la condesa de Via Manuel, fue solemnemente coronada. Tras la ceremonia, una unidad del ejército desfiló delante de ella rindiendo honores. En la vanguardia de la unidad, por orden expresa del Alfonso XIII, flanqueando al alférez que portaba la enseña nacional, marchaba, orgulloso, el anciano veterano con su laureada en el pecho.