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24 de abril de 2024

Isabel II en 1852, retratada junto a su hija Isabel. Franz Xaver Winterhalter, Palacio Real de Madrid

Isabel II, retratada en torno a 1852

Los amantes de Isabel II que marcaron el devenir de su reinado

El desbarajuste económico, social y político hizo que su reinado culminara en 1868, con la revolución conocida como «La Gloriosa», que encabezaron Serrano, Prim y Topete

En el momento de buscarle marido a la joven Isabel II, las miradas se fijaron en Francisco de Asís de Borbón, hijo de Francisco de Paula y nieto de Carlos IV. Las Cortes de Cádiz le retiraron a Francisco de Paula el título de infante, por considerarlo hijo de Godoy y no del Rey. Se aseguraban que Francisco de Asís, por razones físicas, era incapaz de consumar el matrimonio. Sobre su marido, a Fernando León y Castillo, embajador en París, le comentó «que te diré de un hombre que la noche de nuestra boda vi que llevaba más encajes que yo».
Teniendo en cuenta esto, la monarca empezó a buscarse distracciones varoniles. Gracias a ellos tuvo 12 hijos entre los cuales estaba el futuro Alfonso XII, a quien dijo: «Lo que tienes de Borbón lo tienes por mí». Melchor de Almagro Sanmartín comenta sobre el futuro Rey que su vida fue robada «por una tuberculosis fulminante, enfermedad de la cual no había antecedente alguno en la estirpe de los Borbón». Esta la heredaría de su padre, Puig Moltó.
El primer amante fue Francisco Frontera Lasierra (1807-1891), conocido como Francisco Valldemosa, músico mallorquín. Enseñó canto a Isabel II y a su hermana Luisa Fernanda. La influencia íntima entre ambos la conocía la Corte. En compensación, en 1867, lo nombraron Baile General del Real Patrimonio Balear.
El segundo fue Tirso de Obregón Piernad (1832-1889), cantante y alumno de Frontera. Se dedicó a la ópera y a la zarzuela y lo condecoraron con la Orden de Carlos III y comendador de número de la Real Orden Americana de Isabel la Católica.
Lo sustituyó el general Francisco Serrano Domínguez, conocido como «el general bonito». La Reina le concedió el título de nobiliario de duque de la Torre. Años después fue uno de los encargados de destituirla del trono. El escritor y cronista de Madrid, Pedro de Répide Gallegos, escribe que «este general disfrutó por largo tiempo de los favores de Isabel II y así vemos que en Aranjuez ella prefería el apartamento y la espesa fronda del jardín del Príncipe, jugando a perderse, en la grata compañía del general bonito por el tupido dédalo del laberinto».
Retrato de Isabel II por Federico de Madrazo

Retrato de Isabel II por Federico de MadrazoGTRES

El siguiente fue José Ruiz de Arana y Saavedra, conocido como «el pollo Arana». La Reina lo nombró duque de Baena, aunque él poseía el de conde de Sevilla la Nueva. De este romance nacieron Luis Fernando, que murió cinco minutos después de nacer el 12 de julio de 1850 y María Isabel (1851-1931), condesa de Girgenti, conocida popularmente como «La Chata». Pedro de Répide escribe que «libre de la presencia de su marido, aunque era probado que no la habían cohibido los miramientos conyugales, inició una vida caprichosa y divertida con travesuras que muchas veces tenían todo el carácter de las expansiones de una colegiala en libertad».
De Francisco de Asís una parte de la Corte se burlaba de él, llamándolo «Doña Paquita», por su voz atiplada y su cuerpo enclenque. Reconocía a los hijos que la Reina tenía, según las crónicas, si se le pagaba cierta cantidad de onzas de oro. Arana, un mujeriego empedernido, pronto encontró otras amantes, y lo mismo hizo Isabel II.
A Arana lo sustituyó el teniente de ingenieros Enrique Puig Moltó. La Reina dio a luz a María Cristina (1854), Margarita (1855) y Francisco de Asís (1856), que fallecieron poco después de nacer. En 1857 dio a luz a Alfonso, futuro Alfonso XII, fruto de su romance con Puig Moltó. La Reina le concedió el título de vizconde de Miranda.
Según Répide: «Seguíase holgando en Palacio todo el que podía, y hasta se dijo que había una buena servidora cuya misión era encontrar por las calles fornidos varones a quienes se les encomendaban misiones tan gratas para ellos de cumplir como de agradecer por la persona a quien con la apetecida frecuencia se cambiaba de plato en el amoroso banquete». Así, debemos sumar como amantes al bajo de ópera José Mirall o al conde de Bedmar.
A ellos debemos unir el nombre del sevillano Miguel Tenorio de Castilla (1818-1916), secretario de la Reina. Llegó a ser presidente de la Diputación Provincial de Zaragoza. Cuando estalló la Revolución de 1868 se exilió a Alemania con su hija María de la Paz de Borbón, casada con Luis Fernando de Baviera.
En cierta ocasión su marido, Francisco de Asís, le comentó al ministro Benavides: «Yo sé que 'Isabelita' no me ama y la disculpo, porque nuestro matrimonio ha sido por razón de Estado, y tengo que ser tolerante, porque tampoco he podido tenerla cariño. Yo he estado propicio a disimular: pero 'Isabelita' es más ingenua o más vehemente y no ha cumplido ese deber. Yo me casé porque debía casarme, porque el oficio de Rey lisonjea, y no iba a tirar por la ventana la fortuna que me brindaba la ocasión. Entré con el propósito de ser tolerante para que lo fueran conmigo. Para mí no hubiera sido enojosa la presencia de un privado. Yo habría tolerado a Serrano. Nada exigiría si no hubiese agraviado a mi persona, pero me ha maltratado con calificativos indignos, me ha faltado al respeto y le aborrezco».
Ramón María Narváez le presentó a la Reina a su sobrino político, Carlos Marfori Callejas (1821-1892). En recompensa por sus esfuerzos y agradables favores, le concedió el título de marqués de Loja. Este es el padre de los dos últimos hijos de la Reina, María Eulalia (1864-1958) y Francisco (1866), fallecido a las tres semanas de vida.
El desbarajuste económico, social y político hizo que su reinado culminara en 1868, con la revolución conocida como «La Gloriosa», que encabezaron Serrano, Prim y Topete. Así acababa el reinado de «la Reina de los tristes destinos», tomando un tren en San Sebastián y huyendo a Francia. Se estableció en el Palacio de Castilla, donde falleció el 9 de abril de 1904. En París tuvo como amantes a Marfori, Ramiro de la Puente y un tal Haltman.
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