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19 de abril de 2024

En esta foto de archivo tomada el 22 de enero de 1963, el presidente francés, el general Charles de Gaulle (der.), y el canciller alemán, Dr. Konrad Adenauer (izq.), se abrazan mientras celebran la ceremonia de firma del tratado germano-francés.

En esta foto de archivo tomada el 22 de enero de 1963, el presidente francés, el general Charles de Gaulle (dcha.), y el canciller alemán, Dr. Konrad Adenauer (izda.) se abrazanAFP

60 años de la reconciliación entre Alemania y Francia

El 22 de enero de 1963, Konrad Adenauer y Charles de Gaulle daban por terminados 90 años de enfrentamientos, plasmados en tres guerras, dos de ellas mundiales

El Tratado de Amistad entre Francia y Alemania, o Tratado del Elíseo, suscrito con el máximo grado de pompa por ambos países el 22 de enero de 1963 en el palacio presidencial francés, selló la reconciliación definitiva entre dos países. Una necesidad para la estabilidad de ambos, y también para el conjunto del continente europeo. En la memoria colectiva aún imperaban los recuerdos del conflicto de 1870, estrictamente germano-francés y, sobre todo, los de las dos guerras mundiales que devastaron a Europa y en las que Francia y Alemania tuvieron un papel protagonista.
La cesación de hostilidades, la reintegración progresiva de Alemania Occidental en el juego multilateral y los inicios de la construcción europea crearon un ambiente propicio para la reconciliación. La vuelta al poder de Charles De Gaulle, en contra de las expectativas –no destacaba especialmente por su europeísmo y atlantismo– iba a suponer el aldabonazo definitivo.
El 14 de septiembre de 1958, cuatro meses después de haber retomado las riendas de Francia, De Gaulle hizo de huésped del canciller alemán, Konrad Adenauer, en Colombey-Les-Deux-Églises. Por primera y última vez en su vida pública, recibía a un mandatario en su domicilio particular. La deferencia mereció la pena: entre los dos surgió una confianza que no se rompería pese a alguna que otra desavenencia.
El encuentro de Colombey, supuso, pues, el inicio del camino hacia la reconciliación definitiva, allanado por otros tres viajes de Adenauer a París –marzo y diciembre de 1959, septiembre de 1960– y la visita de Estado de De Gaulle a Alemania en julio de 1962. La fecha para solemnizar la tan ansiada paz fue fijada para el 22 de enero de 1963 en la capital francesa.
Todo estuvo a punto de irse al traste seis días antes al vetar De Gaulle la candidatura del Reino Unido a la adhesión a la Comunidad Económica Europea. El compromiso europeísta era uno de los dos pilares de la estrategia exterior alemana –el otro era la Alianza Atlántica–, por lo que los dos ministros más partidarios de la integración, el titular de Economía, e inmediato sucesor de Adenauer, Ludwig Eerhard, y Gerhard Schröder, jefe de la diplomacia, sugirieron al canciller anular su viaje. El interesado se negó en redondo.
Una dificultad jurídica también se interpuso en las semanas que precedieron a la firma: el Gobierno alemán exigió, según escribe Charles Williams, uno de los biógrafos de Adenauer, elevar la categoría de acuerdo intergubernamental a la de tratado. Desde Bonn se temía, como mínimo, un serio retoque del texto por parte del Tribunal Constitucional. París aceptó sin problemas.
La anécdota se produjo cuando la delegación alemana se percató de que no disponía de los papeles bordeados de azul en los que solía firmar sus tratados: en su lugar fueron utilizados los franceses de borde rojo. También faltaban las carpetas de cuero que contienen el documento definitivo. Este último entuerto, señala Williams, fue subsanado con una compra en la tienda de Hermès en el Faubourg-Saint-Honoré. La firma definitiva se produjo, al final, según lo previsto.
Las dificultades llegarían inmediatamente debido a su contenido. En Washington saltaron las alarmas, conscientes de que, tal y como corrobora Éric Roussel, riguroso biógrafo de De Gaulle, el principal objetivo del estadista galo, era acabar con la tutela norteamericana sobre el Viejo Continente. Eso significaba una restructuración de la defensa europea desligada en gran medida de la OTAN y pilotada por Francia.
La Administración Kennedy replicó con formas tan suaves como implacables, ejerciendo una presión agobiante sobre el muy atlantista diputado Kurt Birrenbach, al que convencieron para añadir un preámbulo en el texto sometido a ratificación parlamentaria, en el que se destacaba la determinación alemana de asegurar la defensa europea a través de la Alianza Atlántica y consolidar los vínculos con América del Norte. En esos nuevos términos ratificó el Parlamento alemán el tratado a mediados de mayo. El Parlamento francés no tuvo más remedio que aceptar la novedad. De Gaulle, precisa Roussel, estaba furioso.
Más el tratado surtió sus efectos en otro de sus objetivos primordiales: hacer de la sólida alianza entre Alemania y Francia el eje de la construcción europea. Y así fue mediante los impulsos dados por los sucesivos tándem, formados por Willy Brandt y Georges Pompidou, Helmut Schmidt y Valéry Giscard D'Estaing, Helmut Kohl y François Mitterrand, Gerhard Schröder y Jacques Chirac –el más controvertido de todos– y Ángela Merkel con cuatro inquilinos del Elíseo.
Una dinámica que se ha agotado con el alejamiento –pero sin llegar a un a ruptura que sería catastrófica para Europa– protagonizado recientemente por Olaf Scholz y Emmanuel Macron. La prueba: por primera vez la conmemoración de una fecha redonda del tratado se ha hecho mediante una mera nota conjunta. No es momento de solemnidades.
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