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04 de mayo de 2024

Cristina Barreiro en su visita a El Debate

Cristina Barreiro en su visita a El DebatePaula Argüelles

Entrevista I Cristina Barreiro, autora e historiadora

«La prensa satírica era mucho más virulenta en el pasado que en la actualidad»

Tras el éxito de Las hijas de Isabel II, Cristina Barreiro pone ahora la mirada en otra de las piezas clave de las Cortes: los consortes reales de la Edad Contemporánea

Desde la controvertida María Antonieta hasta la glamurosa Grace Kelly, pasando por el duque de Edimburgo, Francisco de Asís, María Cristina de Habsburgo, la emperatriz Sissi, Eugenia de Montijo y otros muchos. Cristina Barreiro fija la vista en una de las piezas clave de las Cortes, los consortes reales de la Edad Contemporánea. Esposas, en su mayoría, pero también esposos de los jefes de Estado en las monarquías europeas que «cumplieron una función a veces aplaudida y otras tremendamente criticada», explica Barreiro en conversación con El Debate.
Tras el éxito de Las hijas de Isabel II, la autora e historiadora cuenta de forma concisa y entretenida las biografías de 109 consortes reales.
Cristina Barreiro en su visita a la redacción de El Debate

Cristina Barreiro en su visita a la redacción de El DebatePaula Argüelles

–¿Por qué un libro sobre consortes?
–Continuamente nos bombardean con informaciones sobre Letizia, Camila… pero parece que sabemos poco sobre quienes ocuparon este papel en el pasado. Sissi o Grace Kelly nos suenan a todos, en parte por las películas, pero hay grandes personajes por descubrir que, en su momento, en su contexto y en los parámetros políticos de la sociedad en la que vivieron desempeñaron un papel que no resultó indiferente. La emperatriz Zita, la reina Amelia de Portugal, Draga de Serbia, Olga de Grecia… cumplieron una función a veces aplaudida y otras tremendamente criticada.

Resultan vidas llenas de matices porque les toca ser protagonistas colaterales de grandes momentos históricos, exilios o guerras

¿Sabe que Catalina la Grande ni es rusa ni se llama Catalina? Su nombre es Sofía y es de ascendencia alemana, más bien polaca, porque la ciudad en la que nació hoy pertenece a Polonia. Resultan vidas llenas de matices porque les toca ser protagonistas colaterales de grandes momentos históricos, exilios o guerras. Eso nos ayuda a acercarnos un poco mejor a la realidad de su tiempo y a las relaciones dinásticas que han perdurado hasta nuestros días. Hay que romper tópicos: María Antonieta no es la culpable de la Revolución Francesa y la responsabilidad de la zarina Alejandra, la esposa de Nicolás II, en el triunfo bolchevique es más bien testimonial. Los fastos del Palacio de Invierno son sólo un elemento más en el puzle que generó la génesis leninista y que poco se ajusta a la realidad humana de las Romanov. Pero es un libro divulgativo, para todos los públicos. Creo que se lee con facilidad y he tratado de contar anécdotas divertidas.
–¿Cómo ha sido el proceso de documentación?
–Localizar a todos los «consortes reales» de la Edad Contemporánea no resultó fácil. Las fronteras políticas han cambiado y en tiempos de grandes revoluciones, como el siglo XIX, las formas de estado varían mucho. En total se han visto 28 países y se han realizado 106 aproximaciones biográficas de las que 99 corresponden a mujeres y sólo ocho a hombres. Hemos mirado preferentemente a Europa, aunque trabajamos también aquellas monarquías periféricas que por su interés estratégico o por los vínculos dinásticos establecidos con casas de mayor abolengo, han tenido un papel relevante.
Brasil, México, Irán, Jordania y Egipto, aunque fuera de los circuitos de la monarquía tradicional, encuentran espacio en el libro. Muchos de estos consortes dejaron escritas sus memorias o testimonios. Lo hizo la propia Catalina II, María de Rumanía, Federica de Grecia –madre de doña Sofía– o Farah Diba. También el príncipe Enrique de Monpezat, que durante los más de 45 años que acompañó a su esposa, la reina Margarita de Dinamarca, quiso ser rey y nunca lo consiguió. Tenemos testimonios de familiares, hijos o hermanos que han querido plasmar sus recuerdos, como el gran duque Cirilo en Mi vida al servicio de Rusia y por supuesto, obras de referencia como la de Lytton Strachey sobre la reina Victoria o de Burdiel, sobre Isabel II que presentan la visión de los consortes reales desde el lado del poder.
También las fuentes hemerográficas han ayudado a conocer a los personajes para entender cómo se les veía en su momento, sin el filtro que supone el paso del tiempo. La prensa satírica fue en el pasado mucho más virulenta que en la actualidad. Hay caricaturas geniales de Eugenia de Montijo y de las reinas de los Balcanes. Yo creo que hasta los periodistas se sentían más libres: a María Cristina de Nápoles, viuda de Fernando VII y regente, la llamaron «ilustre prostituta» y lo hizo un político que llegó a ser jefe de Gobierno. Claro que inmediatamente le cerraron el periódico, pero eso hoy sería impensable.

Enrique de Monpezat durante los más de 45 años que acompañó a su esposa, la reina Margarita de Dinamarca, quiso ser rey y nunca lo consiguió

–En la historia ha predominado las princesas consortes, pero existen algunos casos interesantes de príncipes consortes, como reflejas en tu libro. Casos como Felipe de Edimburgo o Francisco de Asís.
–Sí, tenemos casos de hombres que han ocupado el rol de consortes, siempre dos pasos por detrás de sus augustas majestades. Y no les gustaba nada. En total han sido solo ocho; un porcentaje bajísimo frente a las mujeres. ¡A ver si nos van a tachar de no ser paritarios! Les costó asumir su papel, además, salvo en el caso español, en el que sí es «rey consorte», en el resto de países el marido de la reina queda relegado a príncipe con el tratamiento de Alteza Real. La mayoría de consortes masculinos los encontramos en Holanda.

Salvo en el caso español, en el que sí es «rey consorte», en el resto de países el marido de la reina queda relegado a príncipe con el tratamiento de Alteza Real

Son los príncipes Enrique de Mecklemburgo-Schwerin, esposo de la reina Guillermina; Bernardo de Lippe-Biesterfeld, un distinguido aristócrata de antiguas veleidades nacionalsocialistas que se casó con la reina Juliana y Claus von Amsberg, acaudalado diplomático culto y discreto, que también tuvo que lidiar con su pasado en las juventudes hitlerianas, miembro de la Wehrmacht, y al que le costó conseguir la aprobación del Parlamento para casarse con la entonces heredera princesa Beatriz. Curiosamente, los tres eran de ascendencia alemana.
También tenemos a Félix de Borbón-Parma, marido de la Gran Duquesa Carlota de Luxemburgo. Durante la Gran Guerra había combatido en el lado de los Imperios Centrales, lo que complicó el noviazgo. Era hermano del pretendiente carlista al trono de España, don Javier, pero ¿cómo entender que la soberana se casase con un príncipe que había servido «en el lado equivocado»? Y tenemos, por supuesto, a los dos Príncipes de la Gran Bretaña y a nuestro Francisco de Asís, que no era ni tan apocado ni tan insulso como la historia nos ha querido vender, aunque causase mofa en los españoles por eso de «Paco Natillas». Era un hombre muy culto, aunque un tanto conspirador.
–¿Qué funciones desempeñaban?
–Alberto de Sajonia-Coburgo es una figura romántica. Llegó a Londres en 1840 para casarse con la reina Victoria de Inglaterra y aunque quiso ejercer su influencia política se vio relegado a hacer de su posición en la corte un estímulo para el desarrollo científico y la filantropía. Su muerte prematura en 1861 dejaba coja la labor institucional de la Corona y a Victoria vestida de negro el resto de sus días. No será hasta la proclamación de Eduardo VII en 1901, cuando en el Imperio Británico encontremos una nueva consorte, Alejandra de Dinamarca, durante décadas Princesa de Gales y flamante consorte real.

Los consortes comienzan a desempeñar labores de caridad o mecenazgo cultural, visitas a hospitales, asistencia sanitaria…aunque no solo

Y a Felipe de Edimburgo todos lo recordamos: el imponente príncipe griego, que nació en Corfú en 1921 y salió de Grecia en una cesta de naranjas. Le costó aceptar que su apellido Mountbatten no perduraría en sus sucesores. Fue el esposo eterno de la reina Isabel y padre del actual soberano. El futuro está por ver. En Suecia, la princesa heredera Victoria, se casó en 2010 con quien había sido su entrenador personal, pero Leonor de Borbón, Ingrid de Noruega, Isabel de Bélgica y Amalia de Orange, tienen, todavía, que encontrar consorte.
–¿Ha cambiado en algo el papel de los consortes reales?
–Si, claro, evoluciona con el tiempo y con las circunstancias políticas de cada época. Al principio nos movemos en las estructuras del antiguo régimen en transición hacia la sociedad liberal. El papel de los consortes estaba circunscrito a establecer meros lazos dinásticos y a mantener relaciones amistosas entre estados. Todos son familia y se convierten en simples monedas de cambio. Pero precisamente, por esas uniones concertadas encontramos curiosidades que han llegado hasta nuestros días. ¿Sabía que los colores de la bandera de Brasil se deben a una austriaca que se casó con el emperador Pedro I? El amarillo de los Habsburgo y el verde de los Braganza. En el siglo XIX y ya dentro de los círculos de la realeza, los consortes comienzan a desempeñar labores de caridad o mecenazgo cultural; bazares benéficos, visitas a hospitales, asistencia sanitaria…aunque no solo.
Por ejemplo, Eugenia de Montijo, Emperatriz de los Franceses por matrimonio con Napoleón III ocupó en tres ocasiones la regencia en vida de su marido y su influencia, fue mucho mayor de lo que a priori podría suponerse en política internacional respecto a las relaciones con los Estados Vaticanos, la política religiosa o incluso en la creación de un imperio en México. Su labor va más allá de la inauguración del canal de Suez o lucir fabulosos vestidos de Worth, que también.
Pero, ¿Qué define ser un «consorte real»? ¿Qué tienen que hacer? Pues la verdad es que las atribuciones constitucionales que marcan las diferentes legislaciones son bastante neutras al respecto. No sancionan ni promulgan leyes, tampoco convocan Cortes. El papel de la esposa o esposo del Jefe de Estado en las monarquías queda relegado a las funciones que desde la propia Casa Real se quieran atribuir. Esto se ve muy bien a partir de la Segunda Guerra Mundial con casos como el de Isabel Bowes-Lyon, a la que luego hemos conocido como la incombustible «reina madre», Muna y Alia de Jordania, o la propia Soraya, repudiada por el sah por no tener hijos, pero ¿quién iba a decirles en Irán que cinco décadas después iban a encontrarse en la situación en la que están ahora?

¡España ha exportado grandes consortes reales!

–¿Cuál sería tu top 5 de consortes reales?
–María de Rumanía, Missy, como la llamaban en familia. Ella fue la artífice de la Gran Rumanía, la ampliación de fronteras de su país consecuencia de la participación en la Gran Guerra con la incorporación de Transilvania. Se presentó en París en 1919 luciendo la moda más exquisita y con las piezas deslumbrantes de su joyero, pero se ganó el reconocimiento político de la diplomacia internacional. Era una mujer apabullante con mucho más peso que su marido, el rey Fernando.
Josefina, la primera mujer de Napoleón a la que convirtió en Emperatriz. A ella le debe mucho, casi todo, pues es quien introduce a Bonaparte en los círculos de poder en los días del Directorio. Con él no tuvo hijos, pero aportaba dos al matrimonio, que dejaron su estela en toda Europa y muchas de sus tiaras, que son extraordinarias. ¿La de camafeos que luce la reina Silvia de Suecia en la entrega de los Nobel? Viene de ahí. María Cristina de Habsburgo estaría en mi top 3. Era una auténtica mujer de Estado; seria, responsable y con una idea muy clara de sus responsabilidades en el marco de la Constitución canovista de 1876 y el contexto de la Restauración. Y, por supuesto, las dos españolas, Eugenia de Montijo y Fabiola de Bélgica. ¡España ha exportado grandes consortes reales! Seguiría con el ranking, pero creo que ya estoy desvelando demasiado…
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