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Combate de Trafalgar, óleo sobre lienzo de Justo Ruiz Luna (1889-90)

Combate de Trafalgar, óleo sobre lienzo de Justo Ruiz Luna (1889-90)

La batalla de Trafalgar, la historia de una derrota anunciada

Napoleón Bonaparte planeó un desembarco anfibio para invadir Gran Bretaña y acabar con la hegemonía naval de los ingleses, con los que se disputaba el control de los mares

«¿Para qué son las guerras, Dios mío?», se pregunta Gabriel, el personaje de Benito Pérez Galdós en Trafalgar. Para Napoleón Bonaparte fueron la herramienta necesaria para conseguir la dominación de Europa a principios del siglo XIX. Ante el peligro que suponía Napoleón para otros reinos, Gran Bretaña. Austria, Suecia, Rusia y Nápoles unieron sus fuerzas militares en lo que se llamó la Tercera Coalición. Napoleón era consciente del poderío marítimo de Inglaterra, y decidió hacerle frente. En coalición con España combatió a los ingleses en numerosas plazas, aunque la batalla en Trafalgar nunca fue parte de sus planes.

En diciembre de 1804, España declaró la guerra a Gran Bretaña por los numerosos ataques ingleses a sus buques, y firmó un tratado con Francia un mes después. Por su lado, Bonaparte reunió un imponente ejército de 170.000 hombres y diseñó una operación de desembarco anfibio sobre las costas inglesas con la intención de invadir la isla. El único impedimento era que el Canal de la Mancha estaba custodiado por numerosos buques de la Royal Navy, muy superiores a los franceses, que hacían imposible un desembarco seguro. Para reducir la presencia naval inglesa en el Canal, al Petit Caporal se le ocurrió poner un anzuelo a los ingleses.

La idea era que tres escuadras francesas junto a navíos españoles navegasen hasta las Antillas para atraer a la armada inglesa hasta allí. Los ingleses cayeron en la trampa y los persiguieron. Pero la jugada no terminó bien. Los británicos se dieron cuenta del engaño cuando la flota de Villeneuve puso rumbo hacia El Ferrol, donde fue recibido a cañonazos por navíos ingleses. Sin poder avanzar hacia el Canal de la Mancha, el vicealmirante francés tomó la decisión de navegar hacia el sur, hasta Cádiz. Cuando Napoleón supo que su oficial al mando estaba en el sur de España enfureció y decidió sustituirlo. Poco después le ordenó dirigirse a las costas de Nápoles mientras esperaba su remplazo.

La flota franco-española tenía un problema, la bahía de Cádiz estaba bloqueada por la escuadra del almirante Nelson, lo que hacía inevitable el enfrentamiento. Humillado y consciente del destino que le esperaba, Villeneuve adelantó la partida para recuperar su honor en la batalla. El 18 de octubre el vicealmirante ordenó la salida de la bahía de forma precipitada, una decisión que no gustó a los oficiales españoles, e incluso hubo un enfrentamiento verbal entre algunos de ellos. Pero la decisión estaba tomada y avanzaron hacía Gibraltar. El 21 de octubre ambas flotas se avistaron. La flota franco-española era superior en número, tenía 33 navíos de línea, siete fragatas y dos bergantines, con 27.000 marinos a bordo. Nelson contaba con 27 navíos, 4 fragatas y dos bergantines, pero solo disponía de 18.000 hombres. Según esto, la batalla era favorable a la coalición, pero no fue así. Villeneuve sentenció la derrota antes de empezar la batalla, cuando tomó la decisión de virar en redondo las naves para evitar que Nelson le costase la retirada a Cádiz.

No solo se perdieron numerosos navíos, hubo 3240 muertos, más de 2500 heridos y 7.000 prisioneros, unos datos nefastos si se comparan con los casi 450 muertos ingleses

Esta catastrófica decisión desordenó la formación y permitió que la flota británica rompiese la formación hispanofrancesa. El resultado de la batalla lo define a la perfección Galdós en su novela, cuando pregunta cuántos buques españoles se han salvado: «¿Y el San Ildefonso? Ha sido apresado. ¿Y el Santa Ana? También ha sido apresado. Apuesto a que no ha sido apresado el Nepomuceno. También lo ha sido. ¡Oh!, ¿está usted seguro de ello?». No solo se perdieron numerosos navíos, hubo 3240 muertos, más de 2500 heridos y 7.000 prisioneros, unos datos nefastos si se comparan con los casi 450 muertos ingleses. Esta derrota afectó mucho más al poderío napoleónico que al español, y encumbró a Nelson como un héroe de la Gran Bretaña.

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