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Panorámica del puerto de Adén, conquistado por Elio Galo en el 24 a. C. para proteger el floreciente comercio romano con la India

Panorámica del puerto de Adén, conquistado por Elio Galo para proteger el floreciente comercio romano con la India

Un trotamundos del siglo I a.C.: Elio Galo, el prefecto romano que encabezó una expedición a Arabia

Galo, de clase ecuestre, era prefecto de Egipto. El Emperador Augusto le encomendó encabezar una expedición, inicialmente, con fines comerciales: hacerse con el control de las rutas mercantes de los lujosos productos exportados desde el sur de Arabia

Gracias al geógrafo griego Estrabón conocemos la accidentada expedición del romano Elio Galo a la península arábiga, y sus desventuras con los nabateos. La Geografía de Estrabón, lejos de ser un «manual» de estrategia geopolítica para gobernantes, es más bien una obra de carácter divulgativo –por supuesto con los esperables prejuicios y tópicos característicos de este género y este tipo de autores– que pretendió dar a conocer el mundo de su tiempo para una reflexión en conjunto, de carácter cultural y político. Además, tenemos certeza de que Estrabón proporcionó un relato directo y de primera mano (Geog. II, 5, 12), ya que era amigo personal de Elio Galo.

Galo, de clase ecuestre, era prefecto de Egipto. El Emperador Augusto le encomendó encabezar una expedición, inicialmente, con fines comerciales: hacerse con el control de las rutas mercantes de los lujosos productos exportados desde el sur de Arabia, y, en consecuencia, controlar también políticamente la región.

De acuerdo con Estrabón, los romanos, impulsados por las noticias de la riqueza de los árabes, emprendieron una expedición con el objetivo de controlar esta área, y esperaban poder contar con la ayuda de los nabateos. Elio Galo, a la cabeza de la expedición, decidió encomendarse a Sileo, ministro del Rey de los nabateos, como guía por el territorio desconocido. Éste, en cambio, resultó ser un traidor, ya que, según Estrabón, intencionadamente los llevó por caminos absolutamente impracticables, largos, costosos, llenos de penurias y de peligros. También es cierto, según el geógrafo, que los romanos habían acudido con los barcos equivocados (de guerra: 80 birremes, trirremes y galeras) y hubo que cambiarlos por barcos de carga (130), adecuados para la situación.

Los romanos se encontraban en un grave estado de penuria: habían sufrido pérdidas de barcos y tripulación durante el viaje

En ellos montaron 1.0000 soldados de infantería, tanto romanos como aliados, y, entre ellos, 500 judíos y 1000 nabateos, éstos últimos bajo el mando de Sileo. Finalmente, tras grandes dificultades y angustias, llegaron a Leuke Kome, el puerto comercial desde donde las caravanas viajaban de forma fácil y segura hasta Petra. En este punto, los romanos se encontraban en un grave estado de penuria: habían sufrido pérdidas de barcos y tripulación durante el viaje, consumidos por el hambre, la enfermedad, etc.; tuvieron que pasar el verano y el invierno siguientes allí hasta que se recuperaron de las enfermedades. Según Estrabón, esto fue a consecuencia de la perfidia de Sileo, que habría querido provocar esa situación para tratar de adueñarse de todo el país.

Una vez recuperados, los romanos marcharon de Leuke Kome hacia el sur, hasta llegar al territorio de Aretas (posiblemente, Medina), donde fueron recibidos amistosamente. Tanto en ese trayecto como en los siguientes, Estrabón siguió insistiendo en que el malvado Sileo guiaba a sus «huéspedes» por los lugares más inhóspitos posibles, pasando demasiados días en el desierto. Desde allí, viajaron hacia la zona de La Meca.

En la mayoría de los casos se trataba de zonas pacíficas, que no presentaban problemas. Al llegar a la tierra de los mineos, fueron atacados por los «bárbaros», a los que sin embargo derrotaron con facilidad. Tomaron varias ciudades, dejando allí guarniciones, y continuaron su camino hacia el sur. Finalmente, pudieron alcanzar el ansiado objetivo: estaban a dos días de la región de las plantas aromáticas (donde crecían los árboles de incienso y mirra). A continuación, pusieron fin a la expedición y decidieron retornar.

Al regresar, cuenta Estrabón, Elio Galo se dio cuenta de que lo que antes le hubo llevado seis meses, ahora le estaba llevando tan sólo sesenta días, y, así, vio la traición de Sileo. Llegó a Alejandría con el ejército diezmado, no por las batallas, que en todo caso salieron bien, sino por el hambre y las penurias sufridas a causa de la dificultad de la ruta. Por todo ello, la expedición no contribuyó demasiado a aumentar el conocimiento sobre esta región, y Sileo, el traidor, sería condenado en Roma años después.

En este curioso episodio, Estrabón nos hace testigos de una aventura por la ruta del incienso. Para comprender correctamente los hechos, debemos situarnos en el contexto correcto: las rutas caravaneras, comerciales, surcaban el Próximo Oriente. Las ciudades caravaneras como Petra eran puntos de descanso e intercambio. Ubicadas en lugares estratégicos, donde podían disponer de agua y alimentos, facilitaban el transcurso de los viajes.

Litografía de Louis Haghe representando Al-Khazneh, tallada en roca por los nabateos en su capital, Petra

Litografía de Louis Haghe representando Al-Khazneh, tallada en roca por los nabateos en su capital, Petra

En la Antigüedad, el incienso y la mirra eran bienes de lujo, sobre los que había una enorme demanda dada la variedad de usos que se les daba (casi siempre actividades asociadas a las élites: culto religioso, culto funerario, perfumes, ambientadores de viviendas, alimentos, diluidos en bebidas, psicotrópicos y usos medicinales). Su elevado precio respondía a la unión de varios factores: una gran demanda, escasez de distribución geográfica –sur de Arabia y Somalia– y lejanía con respecto a los centros importadores.

Por ello, este comercio era una fuente de enriquecimiento segura. Esto daba a los habitantes de Arabia una enormemente extendida fama de gentes ricas y opulentas. Por supuesto, no deja de ser un tópico: los nabateos, como muchas otras gentes del desierto, tenían una avanzadísima adaptación al medio tan inhóspito en el que vivían, y habían alcanzado un nivel de conocimiento técnico magistral para aprovechar al máximo todos los recursos hidráulicos de que pudieran disponer. Esto les permitía tener una excelente agricultura y ganadería, que era la base de sustento del grueso de la población, como en toda sociedad preindustrial: campesinos, y no ricos comerciantes, que eran muchos menos.

La expedición no aportó nada a la economía romana, pero sí al conocimiento interno y etnográfico de Arabia

Estrabón, aun siendo amigo de Elio Galo, no pudo evitar reconocer la «metedura de pata» del romano al aparecer con 80 barcos bélicos, cuando lo que hacía falta para la ocasión era una flota de barcos de carga. La evidencia de que hubo, al menos, una equivocación, junto con el hecho bien sabido de que está hablando de un amigo, puede llevar a plantearos si realmente es cierto que Sileo tuviera intenciones tan pérfidas como nos cuenta Estrabón, o si, por el contrario, las capacidades militares de Galo no eran las que se esperarían de alguien de su rango.

Si bien para Estrabón la expedición no aportó nada, esto no es del todo cierto. No aportó nada a la economía romana, pero sí al conocimiento interno y etnográfico de Arabia. De esta manera, Augusto pudo tomar la determinación de no avanzar más por un territorio que nunca se habría podido romanizar.

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