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04 de mayo de 2024

Miguel de Cervantes imaginando El Quijote, Mariano de la Roca y Delgado (1858)

Miguel de Cervantes imaginando El Quijote, Mariano de la Roca y Delgado (1858)

Picotazos de historia

Cuando la segunda parte de 'Don Quijote' pudo no haberse publicado

Miguel de Cervantes deseaba repetir el éxito del primero y retoma las andanzas y desventuras de ese caballero orate que dio en llamar Don Quijote

Estamos en Madrid en el año de gracia de 1615, en el que felizmente reina Su Católica Majestad el buen Rey Don Felipe, tercero de ese nombre, sobre las dilatadas posesiones y muchos reinos que forman la monarquía hispánica.
En esos días del mes de marzo –el día 30 de marzo para ser exactos– se firmó en la corte el Privilegio Real de Impresión de un libro escrito por un fulano, soldado viejo, estropeado por la guerra e hidalgo, que ya había tenido cierto éxito con un libro anterior. Tal parece que deseaba repetir el éxito del primero y retoma las andanzas y desventuras de ese caballero orate que dio en llamar Don Quijote.
Pero no vayan a pensar vuestras mercedes que alcanzar dicho privilegio es cosa muelle o baladí. Al contrario. En estos tiempos actuales el escritor entrega su obra a la editorial, quienes en base a criterios muy ajenos a los del autor deciden o no la publicación del manuscrito. Lo imprimen, se encuaderna y distribuye; las menos de las veces se promociona –aunque juren como mercaderes o sarracenos que lo hacen con todos– y, después, si hay suerte se vende.
Miguel de Cervantes –pues ya habrán adivinado que del ilustre lisiado en la jornada de Lepanto estaba hablando– tuvo que presentar su manuscrito a dos grupos de censores diferentes, buscando el nihil obstat (nada que objetar, en latín) que condujera al deseado imprimatur (imprimase, también en latín). El primero al poderoso Consejo de Castilla , que a su vez lo pasó a un censor quien –todo celo y dedicación– no pudo encontrar tacha alguna en el escrito, indignas de un cristiano o contraria a la moral. La siguiente línea de obstáculos a superar la representa la máxima institución –después de la Monarquía– en estos católicos reinos.
Pasó el manuscrito a la consideración del Vicario de Madrid, quien lo hizo llegar –¡Vamos, como para leerse todo lo que pergeña cada alma perturbada de estos reinos y aspirante a Tito Livio!– al capellán del arzobispo de Toledo. Este se tomó el encargo en serio, leyó el texto y no encontró nada que atentara al Dogma u ofendiera las buenas costumbres.
Superados estos dos obstáculos, triunfante alcanzó el manuscrito las gradas del sitial de Su Católica Majestad, quien designó a un diligente propio con el «mandao» de firmar la licencia para la impresión –aquel ya lejano día de 30 de marzo de 1615– de la segunda parte del Quijote. Esta vez no fue llamada en el título el ingenioso hidalgo, puesto que en la primera parte dos rameras y el ventero le habían armado caballero. Es por ello que en la segunda parte del libro se titulo El ingenioso caballero Don Quijote de la Mancha.
También cambió el mecenas al que se lo dedicara; la primera parte fue al duque de Bejar, cabeza del linaje de los Zúñiga, la segunda lo dedicó al conde de Lemos, del linaje gallego de los Castro pues el primero «le salió rana» (expresión que viene de los tiempos del Rey Felipe IV y que hace referencia al actor Cosme Péres, alias Juan Rana, que siempre hacía personajes de marido cornudo o de sexualidad difusa) en lo que mercedes y protección económica se esperaba de él.
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