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07 de mayo de 2024

El HMS Cressy, buque líder del escuadrón

El HMS Cressy, buque líder del escuadrón

Picotazos de historia

Cuando el Almirantazgo británico envió viejos cruceros acorazados a combatir en la Gran Guerra

El 'Escuadrón carnada viva' navegaban sin saber que habían sido localizados por el submarino alemán U-9 que estaba bajo el mando de uno de los «ases» submarinos de la Primera Guerra Mundial: el teniente de navío Otto Weddinger

El 7º escuadrón de cruceros o fuerza de cruceros C fue creada en 1912 como parte de las fuerzas de la reserva activa estacionadas en el sur de Inglaterra. El escuadrón se componía de cinco cruceros de la clase Cressy, los cuales estaban obsoletos para los estándares técnicos de 1914. Los cruceros habían estado tripulados por una dotación nuclear, esto es la mínima necesaria para tener los barcos en situación de operatividad. Con el inicio del conflicto armado la tripulación fue complementada con reservistas llamados a filas, jubilados y estudiantes de las academias navales.
El HMS Aboukir en Malta

El HMS Aboukir en Malta

Tras el inicio de la guerra de 1914 la segunda y tercera flota fueron combinadas para crear la flota del Canal, encargada de la defensa de esa estratégica zona del sur de Inglaterra. Al 7º escuadrón, que era parte de la tercera flota y que se componía por los cruceros de la misma clase Cressy, Aboukir, Bacchante, Euryalus y Hogue, le fue asignado la patrulla de en el área conocida como el banco de Dogger (gran banco de arena situado en la zona central del mar del Norte) y los Broad Fourteens (amplia área al sur del banco de Dogger caracterizada por tener una profundidad media de catorce brazas, 26 metros).
Su objetivo era proteger los barcos encargados del transporte y suministro que hacían la ruta de Inglaterra a Francia y viceversa. Se suponía que el escuadrón 7º contaría con la protección de la Harwich Force (fuerza naval por cruceros ligeros y destructores con base en el puerto de Harwich).
La situación del 7º era crítica. Todos los mandos estaban de acuerdo en que los buques estaban demasiado obsoletos y que las dotaciones de fortuna que las tripulaban –formadas por jubilados y estudiantes en su mayoría– suponían un riesgo mayor y no compensaba cualquiera beneficio que pudieran aportar. Pero, como señaló un oficial del Almirantazgo, no había otra cosa de momento y, hasta que estuvieran en operativo los nuevos cruceros de la clase Arethusa, había que pechar con lo que había.
El 22 de septiembre, a las 6:00 de la mañana, los cruceros Aboukir, Cressy y Hogue navegaban en fila a una velocidad de diez nudos. El crucero Euryalus, junto con los destructores de la fuerza de Harwich que tenían que haberles dado escolta, se habían quedado en puerto, al abrigo de la mala mar.
El HMS Hogue

El HMS Hogue

Los cruceros navegaban sin saber que habían sido localizados por el submarino alemán U-9 que estaba bajo el mando de uno de los «ases» submarinos de la Primera Guerra Mundial: el teniente de navío Otto Weddinger. El comandante alemán dio orden de aproximarse a los confiados cruceros.
Terminada la guerra el comandante de submarinos Johannes Spiess, miembro de la tripulación del U-9, dejó unas magnificas memorias en las que relata con detalle los sucesos de ese día. El hecho es que el U-9 hundió, uno tras otro, los tres cruceros con unas perdidas totales para los británicos de 1.459 vidas. Solo pudieron ser rescatados 837 oficiales y marineros.
Representación del hundimiento

Representación del hundimiento

Este hecho de armas tuvo una repercusión brutal en todas las armadas de los países beligerantes. Fue una espectacular señal de aviso de que el arma submarina había llegado a la mayoría de edad y que, a partir de ese momento, había que contar con ella. El almirante Fisher, creador de los cruceros de batalla, desarrolló una psicosis hacía los submarinos que lastrarían buena parte de las operaciones navales británicas. El hundimiento, el día 15 de octubre, del crucero acorazado HMS Hawke por el mismo submarino de Weddinger, elevó la paranoia del almirantazgo británico a alturas estratosféricas.
En tierra la reina del campo de batalla sería la ametralladora –el rey el cañón– , los aviones y dirigibles conquistarían el aíre pero en la mar la combinación de un recién llegado y un veterano se demostraría letal. El submarino y la mina marina aterraron y castraron la actuación de las grandes formaciones navales compuestas por los enormes acorazados y cruceros de batalla. La acción conjunta de estas dos armas estranguló la línea de suministros de Gran Bretaña y estuvo a punto de hacerla claudicar, durante esos años.
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