Fundado en 1910

09 de mayo de 2024

San Ero de Armenteira

San Ero de Armenteira

La leyenda de Ero, el soldado, monje y santo fundador de monasterios

Caballero de la Corte de Alfonso VII, casado, no tenía hijos, lo cual era causa de dolor para él y para su esposa. Por intercesión de la Virgen María pidió a Dios un heredero... y ahí comienza la leyenda

En los montes que señorean el valle del Salnés, escondido entre robledales y brumas, escudriñando, entre parras de albariño, las inquietas aguas de las rías de Pontevedra y de Arosa, se encuentra un precioso monasterio medieval.
En la entrada al atrio llama la atención un conjunto escultórico que representa a un monje, que a la sombra de un árbol y con un mirlo de testigo, le reza a la Virgen y al niño Jesús. Ese monje es San Ero, el fundador del monasterio de la Armenteira, y esta es su leyenda.

En la Corte de Alfonso VII

Viajamos al siglo XII, en una península ibérica en donde los diversos reinos cristianos se enfrentan a almorávides primero y almohades después, al tiempo que dirimen rencillas y guerras civiles entre ellos. Así, en 1105 nace en Galicia Alfonso VII, borgoñón por parte paterna e hijo de Urraca I de León, la temeraria.
Urraca, antes de acceder al trono, gobernará Galicia, donde se educa el futuro Rey. Por esa razón, algunos de sus nobles más cercanos son gallegos, y entre ellos destaca Ero de Armentariz. Aunque hay quien defiende la tesis de que este Ero es distinto al Ero de Armenteira, pero como estamos moviéndonos en el terreno de leyendas medievales, pensemos que ambos son el mismo.
Como mayordomo o consejero de Alfonso VII, el emperador es de suponer que le acompañaría en los numerosos conflictos civiles, por ejemplo, en la misma Galicia, con su tía Teresa de León o con su padrastro Alfonso I el batallador de Aragón, así como en sus luchas contra los musulmanes en tierras de Al-Andalus, en donde tomará ciudades como Jaén, Córdoba o Almería, aunque algunas las volverá a perder años más tarde.
También es de suponer que ante tanta sangre derramada en los múltiples conflictos del emperador y posiblemente, sintiendo cierta carga de conciencia por la violenta vida de soldado, Ero le solicitase licencia al Rey para regresar a sus dominios del Salnés. Allí se casará con una mujer virtuosa que le mostrará el lado más religioso de la existencia.

Padre de «hijos espirituales»

Un día, rezando ambos a la Virgen para pedirles descendencia, esta se les aparecerá en sueños y les dirá que serán padres de muchos hijos espirituales, invitándoles a fundar dos monasterios, uno para mujeres y otro para hombres, de tal manera que en el año 1149 o 1162 (dependiendo de las fuentes) el antiguo caballero, ya viudo, transformará uno de sus palacios en el monasterio de Santa María de la Armenteira, convirtiéndose en su abad. El monasterio será benedictino al principio y algunos años más tarde se convertirá en cisterciense.
En cuanto al Abad Ero, llevará una vida austera, ejemplar y contemplativa. Al parecer, en una de sus oraciones le pidió a la Virgen que le mostrase el paraíso y así, cuenta la leyenda, recogida en la Cantiga 103 de Alfonso X el sabio, que una tarde de verano del año 1176 salió a pasear bajo los robledales del cercano monte de Castrove y, de repente, se sintió atraído por el canto de un mirlo posado sobre la rama de uno de aquellos árboles.
El monje se sentó a contemplarlo a la sombra del roble, entró en un profundo trance y quedó dormido. En sueños, la Virgen le enseñó la paz y el gozo del paraíso, despertó algo entumecido y sintió el frescor de un sol cansino que se acercaba a su ocaso. Dándose cuenta de que se le había hecho tarde, apresuró el paso en su camino de regreso al monasterio. Pero al llegar se quedó profundamente sorprendido. En el monasterio había muchos muebles nuevos que no estaban allí cuando partió. «¿Cómo los habrán instalado en una sola tarde?», se preguntó.

Un santo «durmiente»

Pero su sorpresa fue en aumento cuando se le acercaron los monjes y no conocía a ninguno, ni ellos le conocían a él. De hecho, el monasterio contaba con un nuevo abad que tampoco sabía de ningún Ero en el presente o en el pasado. Sin embargo, fueron al archivo y entre los legajos fundacionales encontraron el nombre del primer abad, quien había desaparecido una tarde de verano de hace doscientos años (trescientos para otras fuentes). Los monjes se arrodillaron, alabaron al Señor y rezaron ante el milagro. El nuevo abad, fray Francisco Alonso, le ofreció su cargo, pero Ero lo rechazó para regresar a su vida austera y santa hasta su fallecimiento.
Hoy en día Ero está considerado un santo «durmiente». Su fecha en el santoral es el 30 de agosto y su biografía forma parte de un cierto tipo de leyendas, que tienen su origen en la de los denominados «siete durmientes de Éfeso», siete mártires cristianos que en época del Emperador Decio, a mediados del siglo III, son emparedados en una gruta en la que dormían y que en época de Teodosio, a finales de siglo IV, cuando se abre la gruta, despiertan con la misma apariencia que tenían 150 años antes, en un imperio que ya no persigue a los cristianos y que está plagado de cruces e iglesias católicas.
En consecuencia, más que de un milagro se trataría de una narración legendaria; de hecho, aunque la tradición afirma que fue enterrado en el monasterio y dada su relevancia se supondría que sus restos reposarían en un sitio privilegiado, su tumba nunca fue encontrada. Sin embargo, su historia, además de en las cantigas de Alfonso X, fue estudiada y escrita por fray Basilio Duarte en 1624 y relatada en poemas por Valle-Inclán en su libro Aromas de Leyenda. También la estudió con detenimiento el erudito profesor pontevedrés Filgueira Valverde y la narra Otero Pedrayo en su Guía de Galicia al hablar del Monasterio de la Armenteira.
En la increíble historia de San Ero, en realidad, sus hagiógrafos pretenden poner en valor la conversión del aristócrata y soldado que pasa de los violentos campos de batalla y de los lujos cortesanos a la vida austera y espiritual y como la meditación y el rezo pueden hacer perder, por completo, la noción del tiempo. Ese sería el verdadero milagro de este santo legendario.
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