
La gesta de 'Amarguras', la marcha cofrade que enterró a Durruti, el anarquista más carismático
Grandes gestas españolas
La gesta de 'Amarguras', la marcha cofrade que enterró a Durruti, el anarquista más carismático
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El 20 de noviembre de 1936 fue una fecha desoladora para el bando rebelde de la guerra civil: el asesinato en Alicante de su más preclara enseña no solo ideológica, sino también emocional: José Antonio Primo de Rivera, el único líder europeo conocido por su nombre de pila. Desde entonces, le recordarían como «El Ausente».
En una España dividida por la guerra fratricida no sería el único crimen de ese día 20. Entre las víctimas de los dos bandos se produciría una extraña casualidad, unida por una de las sintonías más emocionantes y trascendentes de la Semana Santa.
La España frentepopulista asistía también al asesinato de uno de sus dirigentes más carismáticos: el leonés Buenaventura Durruti, líder del sindicato anarquista CNT. Durruti atesoraba una larga carrera revolucionaria y delictiva con atracos a bancos, asesinatos como el del arzobispo de Zaragoza, y en la guerra se consolidó como máximo dirigente militar de la llamada Columna Durruti.
Se le atribuye la decisión de retirar a las mujeres del frente con la demoledora frase «que mataba más la sífilis que las balas». Y desde Barcelona, impartía directrices en las que el asesinato de los contrarevolucionarios era imprescindible. Las patrullas de control de ERC, CNT, UGT, POUM y los anarcosindicalistas, con el beneplácito de la Generalitat de Cataluña, poseían listas de todas las personas que debían ser asesinadas. Durruti llegaría a decir que «para hacer triunfar la revolución sólo necesitaba una buena fosa común». Sería un periodo sangriento. Tras pasar por las checas –o centros de detención– los allí llevados eran fusilados en las paredes de los cementerios, carreteras, calles, muros…

Aún así Durruti se convertiría en el héroe libertario por excelencia, mito y leyenda para los milicianos de las columnas que batallaban en el frente contra el fascismo y en la retaguardia anarcosindicalista.
La muerte de Durruti
Durruti murió ese 20 de noviembre pero no ejecutado por el bando enemigo, ni en el fragor de la batalla, sino víctima de un disparo en la calle Isaac Peral de Madrid sobre cuyo origen, todavía hoy, sobrevuela un halo de misterio. Su viuda exigiría una investigación que nunca llegó.
La versión oficial, auspiciada por la propaganda frentepopulista, responsabilizaba a un francotirador fascista. Estudios actuales desmontaron la falsa teoría de la bala fascista, y apuntan a uno de sus compañeros, ya que «el proyectil fue disparado a menos de 50 centímetros de distancia, algo deducido por la intensidad de la impregnación de pólvora en la prenda». Su propia nieta Marta Durruti daría incluso un nombre: el sargento José Manzana que en ese momento le acompañaba y sería quien le disparó por la espalda. «Vimos su cazadora de cuero: le habían disparado a quemarropa por la espalda».

Durruti
También están los testimonios del médico que lo atendió Manuel Bastos. «La herida atravesaba el abdomen y lesionó irreversiblemente importantes vísceras Cuando llegó al hospital los que lo acompañaban dejaron caer que los causantes habían sido sus propios secuaces». También se ha escrito que fue víctima de la policía secreta soviética, llamada entonces NKVD y al conocerse la proximidad del disparo llegó a contarse algo rocambolesco: que se disparó el mismo con su propio ‘naranjero’, que era un fusil ametrallador de tambor redondo que Durruti nunca portó. Otras teorías más prosaicas apuntan a que fue asesinado sencillamente por no haber llegado a un acuerdo sobre el reparto del botín en el saqueo de los palacios de los duques de Alba, Medinaceli y del marqués de Urquijo.
Muy curioso resulta que dos grandes escritores hablaron sobre ello: Pío Baroja que recogió que había sido disparado «por alguno de los que iban en su tropa», y R. J. Sender ,que reconoció haber mentido sobre el origen fascista del disparo en el obituario que escribió.
Un entierro faraónico
Fuera como fuera, el cuerpo de Durruti fue trasladado a Barcelona y expuesto en la Casa CNT-FAI. Con el cambio entonces habitual de nombres de las calles por nombres «antifascistas» a partir de ese momento la Vía Layetana. se llamó Durruti.

El entierro de Durruti
Su féretro fue cubierto con la bandera roja y negra. Era un día lluvioso de noviembre y su entierro se recuerda como de los más concurridos del siglo. Se cuenta que cerca de medio millón de personas inundaron los aledaños y calles por donde pasó la comitiva camino del cementerio de Montjuïc. Banderas antifascistas, responsables políticos, sindicales y militares, entre ellos, Companys, Comorera, García Sandino, Pi i Sunyer, Garcia Oliver, Montseny, Nin y, entre otros, el cónsul de la URSS Ovseenko, milicianos de la FAI y el POUM a caballo y la guardia urbana, rendían honores al luchador anarquista.
Todos los sindicatos de la CNT, agrupaciones de la FAI, comités de las JJ. LL. y de las Mujeres Libres seguían la comitiva y detrás de ellos miles de trabajadores con pancartas de «venganza». Se ha escrito que su entierro auguraba que con Durruti terminaba la revolución española, ya que poco después comenzarían las grandes matanzas que emprendieron contra ellos socialistas y comunistas.

Marcha con pancartas tras la muerte de Durruti
Dos bandas de música iban interpretando el himno anarquista Hijos del Pueblo, la canción más emblemática del anarcosindicalismo junto a la conocida A las Barricadas.

Hijos del Pueblo, himno anarquista
El mismo día a la misma hora
El mismo día, a la misma hora, el bando frentepopulista asesinaba a un músico. Su nombre: Manuel Font de Anta. Nacido en 1899 en Sevilla, había estudiado con los maestros de capilla de la Catedral de Sevilla y tenido como profesor a Joaquín Turina. Posteriormente, había ampliado su formación en Nueva York y París, donde frecuentó a Manuel de Falla.

Manuel Font de Anta
Pertenecía a una gran saga musical. Su abuelo José Font Marimont, era un militar y músico director de la banda del al Regimiento Soria Nº9 de Sevilla y fue el primer músico que realizó una marcha específica para la Semana Santa. ‘Quinta Angustia’, de gran importancia pues estableció un estilo que sería seguido por compositores posteriores.
Su padre fue el compositor Manuel Font Fernández fundador de la Banda Municipal de Sevilla, y su hermano, el violinista y compositor José Font, formado en Bruselas. Ambos hermanos además de componer, daban conciertos por toda Europa y América.

Nuestra Señora de la Amargura de Sevilla
Manuel Font Fernández padre rogó a su hijo Manuel Font de Anta que compusiera una marcha para Nuestra Señora de la Amargura de Sevilla, pero este, inmerso en una vorágine de conciertos y ocupaciones, nunca cumplió el encargo. Y en 1919 recibió una carta de su padre que incluía cuatro pequeñas fotografías de la Dolorosa de San Juan de la Palma ataviada de hebrea como las que colgaban en un pequeño bar cercano a la sede de la Hermandad de la Amargura. Una pregunta las acompañaba: «Ya que a mí no me haces caso, ¿serías capaz de negárselo a la Virgen que te mando?».
Y estas cuatro imágenes le inspiraron a componer lo que l llamó «Poema sinfónico en forma de marcha fúnebre». Y desembocaría en la archifamosa Amarguras, la marcha procesional sin cuyos sones no podría concebirse la Semana Santa sevillana, andaluza y española.

Retratos que inspiraron a Font
Una autoría cuestionada
Pero curiosamente, al igual que la muerte de Durruti, la autoría de Amarguras se sumió en la incertidumbre. ¿Fue de Manuel, una colaboración de los dos hermanos o de José? Solían trabajar de forma conjunta para atender los encargos ya que estaban en la cresta de la ola y eran muy requeridos. Amarguras, una vez compuesta, la remitirían a su padre y este la instrumentó para orquesta y banda. Sería una coautoría por tanto de los tres músicos: el ideólogo e instrumentador Manuel Font Fernández y sus hijos Manuel y José Font de Anta.
Otros barajan que, cotejándola con otras composiciones, la obra es sin duda solo de Manuel, aunque José le hubiera hecho sugerencias al piano. La partitura original está firmada por Manuel y hay una carta manuscrita agradeciendo el regalo que se le hizo, ya que no cobró y que terminaba con la frase «por la marcha que yo compuse».

La última teoría es que el autor fue –como consta en los registros– José , pero quiso dejar todo el mérito a Manuel, al que adoraba y no paró hasta encontrar su cadáver y traerlo a Sevilla, y cuya injusta muerte había convertido en mito.
La muerte de Manuel
Manuel era católico, pero llevaba una vida un tanto atípica y casi novelesca. Tenía una familia oficial en Sevilla, pero también otra en Tomelloso con cuatro hijos ilegítimos y una tercera familia en Madrid en la que había nacido Juan Font Torró. No se le conocía filiación política, pero sí la de este hijo Juan de 18 años, activo militante del Sindicato Español Universitario, dependiente de Falange Española de las JONS.
El fatídico 20 de noviembre, fueron a buscarlo a su domicilio chequistas del Partido Comunista. Al abrirles la puerta, el músico negó que el hijo estuviera en casa. Pero los milicianos hicieron un registro, lo encontraron y se lo llevaron detenido. Y como represalia por haberles mentido, también apresaron al padre. Cuando eran trasladados en una camioneta hacia el paredón de fusilamiento, el hijo se tiró y logró escapar. En cambio, el padre, no pudo. Otros cuentan que cuando los milicianos aporrearon la puerta, el padre dijo al hijo: «Corre, escóndete». Y cuando le preguntaron por Juan Font, el compositor respondió: «Soy yo». Y se lo llevaron inmediatamente.

La historia acabaría de la misma manera: el músico caería acribillado en las tapias del viejo estadio de Chamartín.
La banda sonora del entierro
Al día siguiente del óbito de ambos, de Font de Anta y Durruti, 21 noviembre de 1936 , sonaba la marcha Amarguras. No era en la calle Sierpes de Sevilla, ni en la carrera oficial sino en el cementerio de Montjuïc en Barcelona. Sonaba Amarguras, sin incienso, ni imágenes bajo palio, ni saetas. Milicianos con pistolas arropaban el féretro tapado por la bandera negra y roja: Durruti estaba recibiendo sepultura y un grupo de músicos no interpretaba un himno libertario, sino esta marcha procesional. No sabían que el autor había sido asesinado a la misma hora y en la misma ciudad donde había caído su líder.
Durruti, como buen anarquista, era ateo, pero le gustaba la música de la Semana Santa. Su marcha favorita era Amarguras. Porque Amarguras es el paisaje sonoro de la Semana Santa. Tan perfecto, tan hecho para el dolor, que hasta servía para este funeral. Cuentan las crónicas que aquel noviembre de 1936 los milicianos se estremecieron con sus notas evidentemente sin saber que era la melodía que acompañaba a las Vírgenes en su camino de duelo. Paradójicamente, vírgenes como las centenas que habían profanado en las iglesias españolas, de norte a sur y de este a oeste, en la fatídica furia anticlerical que vivió España en la Segunda República y la Guerra Civil.

La difusión de 'Amarguras'
A finales de los años treinta, Amarguras se fue popularizando convirtiéndose en uno de los referentes de la Semana Santa española. Hoy es la marcha procesional más grabada: desde la Orquesta Filarmónica de Londres, a las Hermanas de la Cruz, Bienales de Flamenco de Sevilla, a órgano o por la familia Morente y ha formado parte de audiovisuales como Semana Santa de Gutiérrez Aragón o Cuéntame, musicalizando el entierro de Carrero Blanco.
Pero, ¿por qué sonó 'Amarguras' en el entierro de Durruti?
Pero ¿por qué sonó Amarguras en el entierro de Durruti? Helios Gómez, fue el responsable. Era un artista anarquista gitano y trianero, aprendiz de alfarero y pintor en la fábrica Pickman de la Cartuja. Había sido nombrado «miliciano de cultura» en la columna Durruti. Por ello, se encargó de preparar su entierro y diseñó la escenografía del sepelio y la banda sonora. Y ¿qué mejor música para despedir a Durruti que la que acompañaba a las Dolorosas de su Sevilla natal? Su intensidad dramática y emotiva no tenía parangón. De hecho, Amarguras estuvo en un tris de sonar en la escena final de la película Alatriste, con la muerte heroica del último Tercio de Rocroi, espléndidamente pintado por Ferrer-Dalmau, aunque al final por su cadencia eligieran La Madrugá.

Helios, el escenógrafo sevillano del entierro de Durruti
Se cuenta que palabras de Durruti eran poesía revolucionaria en acción, y los acordes de Amarguras de Font de Anta se han calificado como el paisaje sonoro más estremecedor del dolor. Y los cuerpos de ambos caían el mismo día en la misma ciudad y a la misma hora. El 20 de noviembre de 1936, la obra cumbre del patrimonio musical cofrade unía a ambos en una extraña vuelta de tuerca. Los más religiosos afirman que ese día sonó la marcha en una pirueta mágica, en un entorno incomprensible, porque el cielo, en su postrer momento, quiso acompañar al autor de su música más insigne.

Nuestra Señora de la Amargura de Sevilla
Y la gesta de la marcha procesional de Font de Anta surgió desde que fue compuesta y sigue vigente hoy. Porque no es solo una partitura que transmite como ninguna el dolor de la Virgen y la heroicidad de la muerte de Cristo. Es la partitura. Y la gesta de Amarguras es haber trascendido en el tiempo, el poder desvincularse de lo inmediato para entrar en las esferas místicas de la devoción y emoción en las que se resume el alma de la Semana Santa de España.