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Alberto Ayuso durante su visita a la redacción de El Debate

Alberto Ayuso durante su visita a la redacción de El DebateMiguel Pérez

Entrevista a Alberto Ayuso García, doctor en Historia

«Las Brigadas Internacionales fueron una herramienta de presión de Stalin sobre el gobierno republicano»

«El objetivo de Stalin no era responder a Hitler y Mussolini. Lo que quería era controlar el ejército y gobierno republicano», asegura Ayuso García en conversación con El Debate

«Las Brigadas Internacionales no vinieron a España a luchar por la libertad», sentencia el doctor en Historia Alberto Ayuso García en su nuevo ensayo, El ejército de Stalin en España. Las Brigadas Internacionales. En él analiza, con base documental, sus verdaderas motivaciones para participar activamente en la Guerra Civil española, tratando de cuestionar algunas de las afirmaciones que una parte de la historiografía ha dado por buenas.

«Cuando empiezas a buscar en archivos, encuentras ciertas incoherencias», advierte Ayuso en conversación con El Debate. En primer lugar, «no cuadraba el número de voluntarios internacionales que vinieron con el Ejército de la República con los datos que estaban publicados en los libros».

Asimismo, «lo que está en la mayoría de los libros no coincide, no cuadra» con los testimonios «de gente que había estado en el Partido Comunista de España, como Jesús Hernández o algunos miembros del Servicio Instituto Soviético como Krivitsky, Orlov, etc.» Ante esta situación, «me vi un poco obligado a investigar y a poner en orden esas incongruencias que yo encontraba», confiesa a este medio.

Alberto Ayuso García en su visita a la redacción de El Debate

Alberto Ayuso García en su visita a la redacción de El DebateMiguel Pérez

–En el libro menciona que muchas afirmaciones aceptadas por la historiografía han sido cuestionadas en tu obra. ¿Qué afirmación o mito consideró más importante desmontar?

–Una es el número de voluntarios. Tradicionalmente se habla de entre 32 y 35 mil. Yo afirmo que, como mínimo, en las propias brigadas controladas por el Komintern —es decir, por Stalin— había al menos 50.000. Puede que fueran más, pero no lo he afirmado porque no puedo demostrarlo. Pero 50.000 sí, y otros 10.000 ajenos; es decir, que en total pudo haber unos 60.000. Lo curioso es que esa cifra coincide con la que proporciona un historiador, Andreu Castells, autor de la primera gran obra sobre las brigadas, publicada en 1974. También él habla de 60.000. Es casualidad, pero llego al mismo dato, no inducido por Castells, sino por distintos documentos que cruzo.

Luego hay otras afirmaciones procedentes de la historiografía, como la idea de que Stalin se limitó a canalizar la ayuda a la República y a los voluntarios. Bueno, Stalin, evidentemente, canaliza a los voluntarios, pero también los controla, así como a las brigadas formadas por esos mismos voluntarios. Los mandos eran todos comunistas, procedentes del Komintern, es decir, de la Internacional Comunista dirigida por Stalin. Por lo tanto, ejercía un control sobre esas unidades, que, junto con el control de las unidades acorazadas y aéreas del Ejército de la República, le daba una capacidad significativa de presión sobre el Gobierno republicano.

–Afirma que las Brigadas no vinieron a luchar por la libertad. ¿Cuáles eran, según sus hallazgos, los verdaderos objetivos de Stalin al crearlas?

–Aquí hay dos planos distintos. Uno: cuál era la motivación de los voluntarios, la motivación individual de cada uno. Seguramente, una gran parte eran antifascistas y voluntarios que venían con el ideal de la libertad; eso es indudable.

Pero otra cuestión es: ¿cuál era el objetivo de las brigadas como tal? ¿Cuál era el propósito de Stalin al canalizarlas y organizarlas? Su objetivo era el control del Ejército republicano, a través del cual podía controlar al Gobierno republicano. De hecho, al final, a través de sus servicios secretos y sus resortes de poder, fue él quien promovió el nombramiento de Negrín, un prosoviético de libro.

Lo que Stalin pretendía, en la geoestrategia del momento —no lo olvidemos— era reforzar su posición en un contexto en el que España representaba la puerta trasera de Francia y se encontraba junto a Gibraltar, enclave estratégico en manos de los británicos, en la entrada al Mediterráneo. Por tanto, tener una fuerza de presión que le permitiera mantener relaciones diplomáticas sólidas y con peso frente a Gran Bretaña y Francia era fundamental. Con el control del Gobierno republicano, en esa geoestrategia, podía alinearse con ellos frente al poder de Hitler o de las potencias fascistas en Europa. Se trataba de una baza diplomática, geoestratégica, geopolítica.

No buscaba simplemente contrarrestar la ayuda alemana e italiana, aunque efectivamente lo hizo de facto después, al comenzar una carrera armamentística entre Hitler, Mussolini y Stalin en suelo español.

Eso es un hecho que se desarrolló durante toda la guerra, con un equilibrio entre ambas partes. Pero el objetivo inicial no era ese. No lo digo yo: lo dicen agentes soviéticos y miembros del Partido Comunista, como Jesús Hernández y otros —como Castro Delgado, etcétera—, quienes afirman que sus objetivos eran otros. El control de las brigadas era una herramienta para controlar al Gobierno de la República. De alguna forma, lo logró, aunque perdió la guerra.

–¿Por qué el Gobierno republicano aceptó la intervención de las Brigadas Internacionales si inicialmente recelaba de su ideología comunista?

–Fue el Gobierno de Largo Caballero el que abrió las puertas a las Brigadas. Largo Caballero no recelaba de la ideología comunista. Lo que recelaba era de Stalin y del Komintern, porque no quería depender de Stalin y deseaba mantener su autonomía e independencia. El Partido Comunista de España, en cambio, era un instrumento del Komintern en España. No olvidemos que eran partidos distintos. Largo Caballero no estaba por la labor, pero, al igual que con el envío del oro a Moscú, se vio ante la necesidad de trasladarlo, dado que resultaba difícil movilizarlo dentro de Europa.

Y fue estando él en el Gobierno cuando se envió el oro a Moscú. No les quedó más remedio. Cuando Largo Caballero aceptó finalmente la entrada de las Brigadas, al principio se había resistido. ¿Por qué? Especialmente por el temor a que Stalin pudiera ejercer una influencia demasiado fuerte: eso era lo que le hacía recelar.

Luego, cuando vio que los nacionales avanzaban —llegando desde Extremadura y aproximándose las columnas de Yagüe a Madrid—, le entró la preocupación. Y fue entonces cuando no le quedó más remedio que aceptarlas por necesidad, porque temía la fuerza con la que avanzaban las tropas de Yagüe hacia la capital.

Portada del libro 'El ejército de Stalin en España. Las Brigadas Internacionales'

Portada del libro 'El ejército de Stalin en España. Las Brigadas Internacionales'

–En el libro abordas el número de voluntarios internacionales y extranjeros que lucharon al margen de las Brigadas. ¿Qué datos nuevos o sorprendentes has encontrado en este sentido?

–Los datos, en su mayoría, no son nuevos. Lo curioso es que la mayor parte ya existe. Lo que ocurre es que nadie los ha integrado ni contrastado adecuadamente.

Por ejemplo, los estados de fuerza que se conservan en el Archivo General Militar están disponibles. También están los documentos del oficial pagador. Muchas Brigadas, en ocasiones, tenían batallones de españoles, aunque no formaban parte oficialmente de la estructura de las Brigadas hasta ese año. Eran complementos tácticos utilizados puntualmente en combate. No obstante, los registros del pagador sí indican quiénes eran. Por ejemplo, cuando aparecen cifras de 30.000 personas a las que pagar, se menciona que unas 2.000 eran españoles.

Así se puede estimar un porcentaje más exacto cruzando estos datos con otros registros. En el Archivo General Militar hay abundante información. Pero el documento del que todos parten para afirmar que fueron 32.000 voluntarios ya era conocido por Castells en 1974.

Castells no publicó ese documento, pero sí dio a conocer las cifras. Había tenido acceso a ellas o alguien se las facilitó. A mí me llama especialmente la atención cuando encuentro que el propio general Walter, que mandó una división de las brigadas, declaró que las cifras procedentes de la base de Albacete no eran creíbles.

Envió una carta a la Unión Soviética en la que expuso cómo las cifras que él manejaba en sus unidades diferían radicalmente de las proporcionadas desde Albacete, con desviaciones que alcanzaban entre el 40 y el 50 %. También decía que no se fiaba de lo que figuraba allí. El propio Castells —a quien he mencionado repetidamente— estuvo en el Estado Mayor de una brigada internacional.

Era comunista, y en 1974 escribió que, cuando se abriera el archivo soviético, se produciría un despropósito informativo, porque buena parte de la documentación respondía a fines políticos o justificativos ante Stalin. Incluso la propia Academia de Ciencias soviética, en los años setenta, estimó que hubo más de 40.000 voluntarios. Es decir, ignoraban el documento oficial que hablaba de 32.000 y afirmaban que debía haber más de 42.000.

Claro, cuando veo que los propios soviéticos desestiman ese documento, que un miembro del Partido Comunista que participó en una brigada afirma que no se puede confiar en esos datos, y que un general de las brigadas internacionales, como Walter, también insiste en lo mismo, uno se pregunta: ¿qué está pasando? Y cuando empiezas a cruzar documentos —muchos de los cuales ya estaban publicados desde hace más de veinte años, por ejemplo, en estudios de historiadores como Radosh en Estados Unidos—, te das cuenta de que las cifras no cuadran, de que hay una inconsistencia evidente.

La mayor parte de la información lleva más de veinte o treinta años disponible. ¿Por qué nadie la ha analizado con rigor? ¿Por qué se ha seguido citando solo un documento, emitido por la central de las brigadas en la base de Albacete, que tenía un interés concreto? Hay muchos más. ¿Se han cruzado? ¿Se han analizado? La respuesta es no.

En este sentido, discrepo abiertamente de Rémi Skoutelsky, uno de los principales referentes en el estudio de las brigadas. Aunque sus investigaciones sobre los voluntarios franceses son insuperables, creo que presenta un sesgo excesivo al basarse exclusivamente en el documento de la base de Albacete, sin contrastar ni actualizar sus datos. Aun siendo un gran investigador, creo que comete errores importantes, tanto en la interpretación como en los números. Discrepar es saludable en historia: es así como se avanza hacia una visión más completa y rigurosa.

–¿Qué diferencias había entre los voluntarios encuadrados en las Brigadas Internacionales y otros extranjeros que combatieron por su cuenta o integrados en otras unidades republicanas?

–Dentro de las Brigadas Internacionales había varios tipos de voluntarios: idealistas, exiliados de regímenes fascistas, personas que venían a buscarse la vida durante la crisis de los años treinta y aventureros. No había un perfil único. Lo que unificaba a las brigadas era su vinculación con el Partido Comunista y el Komintern.

Fuera de las brigadas también hubo cerca de 10.000 voluntarios, muchos integrados en divisiones anarquistas del frente de Aragón. Figuras como Willy Brandt o George Orwell, por ejemplo, no formaron parte de las brigadas. Orwell luchó en una división con comunistas heterodoxos, socialdemócratas y anarquistas, y rechazaba el control estalinista.

Al comienzo de la guerra también hubo voluntarios extranjeros en Cataluña, bajo el control del PSUC. Aunque comunistas, no se integraron en las brigadas por estar fuera del control del PCE. Por ejemplo, la brigada 123, formada por voluntarios extranjeros comunistas, quedó fuera de esa estructura. Muchos socialdemócratas, anarquistas y comunistas no alineados con Moscú fueron excluidos.

Alberto Ayuso García durante la entrevista

Alberto Ayuso García durante la entrevistaMiguel Pérez

–¿Qué papel jugaron las Brigadas Internacionales en batallas clave como Madrid, Jarama o el Ebro?

–Las brigadas internacionales tuvieron su cumbre en Madrid. Mucho menos de lo que se ha dicho. Se ha escrito mucho al respecto, pero, en realidad, cuando comenzaron los primeros combates —el único momento en el que los nacionales pudieron haber entrado, ya que contaban con muy pocas fuerzas—, solo había 2.000 internacionales en Madrid. No había más. Posteriormente se fueron incorporando, y finalmente llegaron a actuar dos brigadas en el frente madrileño.

Pero, inicialmente, eran solo 2.000. Es decir, no es cierto que Madrid no cayera por la presencia de las Brigadas Internacionales. Madrid resistió porque las fuerzas republicanas españolas ofrecieron una feroz resistencia, a pesar de sus carencias, su escaso conocimiento militar y su improvisación. Con mucho tesón, lograron frenar la entrada de los nacionales.

Es cierto que hubo dos batallas clave en las que las Brigadas Internacionales desempeñaron un papel destacado: la del Jarama y la de Guadalajara. En la batalla del Jarama llegaron a combatir cuatro brigadas internacionales. En el centro del combate —la zona más dura y menos divulgada—, las tropas de Franco chocaron frontalmente contra las Brigadas Internacionales. Estas lograron detener la ofensiva y forzaron un empate en el frente, aunque sí pudieron impedir el objetivo principal de Franco: aislar Madrid por la carretera de Valencia. En esa acción las brigadas desempeñaron un papel crucial.

La segunda gran batalla fue la de Guadalajara. En ocasiones se ha exagerado la participación de los fascistas italianos y de las propias Brigadas Internacionales, pero lo cierto es que estas sí tuvieron un papel relevante en ese frente.

En Brunete también intervinieron, aunque en ese momento comenzaron a sublevarse y amotinarse, pues eran empleadas como carne de cañón. A partir de entonces, su papel se volvió irrelevante, como también ocurrió en la batalla de La Granja, donde volvieron a ser utilizadas del mismo modo. Desde ese momento, su presencia dejó de ser significativa. En realidad, no desempeñaron ningún papel decisivo en ninguna batalla posterior. Incluso en Brunete su protagonismo fue muy limitado.

En resumen, solo en el Jarama y en Guadalajara las brigadas internacionales tuvieron una verdadera relevancia. Y aunque también combatieron en la defensa de Madrid, no fueron ellas quienes evitaron su caída, como tantas veces se ha afirmado.

–¿Cómo cree que este libro puede contribuir al debate sobre la memoria histórica en España?

–Creo que todo lo que contribuya a centrar la historia y a buscar la verdad nos puede ayudar a comprender con mayor claridad lo que sucedió en aquella época. Porque no hay una única versión, no hay una única visión. Igual que decía que no existía un único modelo de voluntario —porque hubo muchos perfiles distintos—, tampoco hay una sola manera de interpretar los hechos.

Hay historiadores, como Ricardo de la Cierva, que describieron a las brigadas como una panda de forajidos que vinieron a España. Otros, como el propio Skoutelsky, las presentan como un grupo de voluntarios románticos. Y lo cierto es que ambas versiones contienen una parte de verdad. Porque hubo idealistas, sí, pero también hubo forajidos.

Existieron ambas realidades. Hubo quienes vinieron a sacrificarse y a morir, y también quienes vinieron a aprovecharse o incluso a delinquir. Porque la verdad, en historia, es poliédrica. Tiene muchas caras. No se puede afirmar que las brigadas internacionales respondieran a un único tipo de brigadista ni que todos vinieran por una sola causa.

¿Fueron manipuladas y organizadas por Stalin? Sí. ¿Stalin ayudó a la República? Sin duda. A pesar de lo que se ha dicho, incluso perdió dinero. El análisis del oro de Moscú demuestra que hubo pérdidas económicas. Pero, al mismo tiempo, Stalin también tenía su propia guerra: la guerra geopolítica. La verdad nunca es monolítica ni tiene una sola cara.

Por eso creo que la verdadera memoria histórica —la auténtica— no debe basarse únicamente en el recuerdo, sino en la investigación. La historia se construye con rigor, con documentos y con análisis. Y eso implica aceptar todas las caras de un mismo acontecimiento. Las brigadas internacionales son un buen ejemplo de ello.

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