Leónidas en las Termópilas, por Jacques-Louis David, 1814
Picotazos de historia
La primera vez que Esparta se rindió ocurrió en Esfacteria, y nadie lo vio venir
Por primera vez en su historia, Esparta se rindió. La batalla de Esfacteria cambió el curso de la Guerra del Peloponeso y conmocionó al mundo griego
Hay que agradecer al guionista y dibujante de cómics Frank Miller el haber creado su obra 300, que daría lugar a una exitosa película dirigida por Zack Snyder y protagonizada por Gerard Butler y Lena Headey (Cersei en Juego de Tronos). Gracias al señor Miller y a la película, muchos de nuestros jóvenes saben que los espartanos fueron unos guerreros (¡Auuu, Auuu!) que, comandados por su rey Leónidas, combatieron contra los persas en el paso de las Termópilas. Bastantes menos personas saben que esto sucedió durante las Guerras Médicas, pero es que eso no lo dicen en la película.
Tras las Guerras Médicas (492–449 a. C.) vino la llamada Guerra del Peloponeso (431–404 a. C.). Durante este último conflicto —en concreto, durante la primera parte del mismo, que se llamó Guerra Arquidámica, en honor al rey espartano Arquelao II, y de la que nos dejó una magnífica relación el general, político e historiador ateniense Tucídides— sucedió lo impensable: los espartanos se rindieron.
En el año 425 a. C., en la península de Pilos, situada al norte de la moderna bahía de Navarino, en Mesenia, tuvo lugar la batalla naval de Pilos, en la que la flota ateniense venció a la espartana. Una de las consecuencias fue que los atenienses, aprovechando que una parte de su flota había embarrancado, levantaron una pequeña fortificación en el extremo de la península de Pilos, que fue guarnecida con las tripulaciones. Al sur de la península, tapando la entrada de la bahía —que solo permitía dos accesos, por el norte y por el sur—, se encontraba la alargada isla de Esfacteria.
La construcción de esta fortificación era una afrenta y una amenaza para Esparta, por lo que envió una fuerza con la orden de eliminarla. La flota espartana no pudo controlar las dos entradas a la bahía de Navarino y la flota ateniense consiguió entrar y destruirla. Al terminar la batalla, los atenienses controlaban las aguas y, en la estrecha isla de Esfacteria, habían quedado atrapados 420 hoplitas lacedemonios, de los cuales 120 eran homoioi, ciudadanos de pleno derecho de Esparta.
Para Esparta era imperativo recuperar a esos ciudadanos, ya que representaban una décima parte de la élite del politeuma (gobierno espartano). Se iniciaron conversaciones de paz, y Atenas permitió que Esparta suministrara provisiones a los hoplitas atrapados en Esfacteria, al menos mientras durasen las negociaciones.
En Atenas, el demagogo Cleón era una estrella en ascenso. Este exigió a los espartanos condiciones exageradas, ya que pretendía que se rompieran las negociaciones y que se reanudara la guerra. Consiguió lo que se proponía, pero su rival político, Nicias, convenció al pueblo de que, ya que Cleón había dirigido tan admirablemente las negociaciones, nadie mejor que él para dirigir las operaciones militares en Esfacteria.
Así que el político se vio camino de la isla del Peloponeso al mando de una fuerza y con orden de ponerse bajo el mando del estratego Demóstenes.
Este general, que tendría un triste final en una futura campaña en Sicilia, ya había impedido el desembarco de los espartanos en la península de Pilos antes de la batalla naval. Ahora planeaba un desembarco en la isla de Esfacteria. Se fijó en que la parte sur estaba poco guarnecida y era el punto más vulnerable. El desembarco se llevó a cabo durante la noche y se efectuó en ambas orillas simultáneamente: la que daba a la bahía y la que daba al mar.
La operación —un doble desembarco nocturno, algo mucho más complejo de lo que pueda parecer— fue un éxito, y la pequeña guarnición que protegía el sur fue arrollada. El comandante lacedemonio, el espartano Epitadas, contraatacó desde el norte. Demóstenes situó sus tropas ligeras en las alturas. Estas eran más ágiles y estaban armadas con venablos, arcos, flechas y hondas.
La honda era un arma temible, ya que su proyectil podía causar tremendas heridas a gran distancia y perforar armaduras. El fuego concentrado, desde un terreno superior, contuvo el contraataque espartano, cuyos efectivos no tuvieron más remedio que retirarse a la fortificación del norte de la isla, preparándose para resistir allí.
Esto dio lugar a una fase de impasse. Los atenienses se dieron cuenta de que intentar el asalto frontal contra semejante enemigo supondría muchas bajas y pocas posibilidades de éxito. Por su parte, los espartanos no podían atacar a los atenienses al no contar con tropas ligeras y estar expuestos a los proyectiles.
Pasaron los días y Demóstenes no encontraba solución al problema —a Cleón ni le preguntaba, poco puesto como estaba en el arte de la guerra— hasta que un día el comandante de un grupo de mesenios que combatían allí se acercó para hablar con él. Comon, que era como se llamaba el mesenio, dijo a Demóstenes: «Dame tropas ligeras y me situaré a la espalda de los espartanos». Comon pensaba aprovechar la agilidad de estas tropas para atravesar la accidentada costa de la isla y atacar desde el norte de la fortificación espartana.
Comon probó ser tan bueno como su palabra, pues consiguió situar a las tropas bajo su mando al norte y esperó el ataque de Demóstenes.
Los espartanos fueron sorprendidos por la audaz maniobra. Cuando Demóstenes consiguió detener el ataque —quería tomar la mayor cantidad de prisioneros posible— controlaba los accesos a la fortificación y los espartanos habían sido expulsados de la mayor parte de ella.
Se iniciaron negociaciones. El espartano Estifón estaba al mando, ya que habían caído tanto Epitadas como su lugarteniente, y viendo lo apurado de su situación envió —con permiso de los atenienses— un mensaje a Esparta solicitando órdenes. La respuesta fue: «Los espartanos os ordenan que toméis la decisión vosotros mismos, siempre y cuando no suponga nada deshonroso».
Estifón no tenía esperanza alguna de victoria ni de recibir ayuda, por lo que se vio obligado a rendirse. Esto fue una conmoción absoluta en el mundo griego. ¡Por primera vez los espartanos se habían rendido! Se suponía que eso era imposible.
Tras Esfacteria, Atenas y sus aliados recobraron la iniciativa en la guerra y la voluntad de lucha. El conflicto se volvió más agresivo, más cruel, y Cleón —que se apropió de buena parte del mérito de Demóstenes, convirtiéndose en el héroe del momento— aprovechó para hacer aprobar unas leyes que aumentaron las cargas impositivas de los aliados de Atenas, lo que no la hizo más popular.