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«Leónidas en las Termópilas», Jacques-Louis David (1814)

«Leónidas en las Termópilas», Jacques-Louis David (1814)

Picotazos de historia

En las Termópilas no murieron todos los espartanos

La historia de Pantites y Aristodemo, que sobrevivieron para lamentarlo amargamente

«Trescientos eran los espartanos, todos ellos murieron, pero su gloria es eterna». Estas palabras las pone Robert Graves en boca de uno de sus personajes en su novela El conde Belisario. Pero no es cierto. De los 300 espartanos –Leónidas y su guardia– murieron en las Termópilas 298. Hubo dos que sobrevivieron para lamentarlo amargamente: Pantites y Aristodemo.

Pantites fue enviado por Leónidas a Tesalia con el encargo de reunir voluntarios para unirse a la defensa del desfiladero. Cumplió su misión pero cuando llegó ya era demasiado tarde, todo había acabado. La vergüenza y el oprobio que sintió fueron tan grandes que no pudo soportarlo y se ahorcó.

El caso de Aristodemo fue peor. Conocedor de que la lucha final se avecinaba y que no había salvación, Leónidas ordenó que las tropas aliadas se retirasen, al amparo de la noche, para poder combatir otro día. También ordenó a dos espartanos –Eurito y Aristodemo– que volvieran a Esparta ya que ambos estaban temporalmente ciegos a causa de una infección ocular. Pero Eurito decidió desobedecer a su rey. Ordenó al ilota que le hacía de guía que volviera tras sus pasos y, ciego como estaba, formó en la línea junto a sus compañeros compartiendo su destino.

Buscó con ansia la muerte en el combate, pero no la encontró

Aristodemo no supo nada hasta que llegó a Esparta. Había cumplido la orden directa de Leónidas, había sido relevado de sus obligaciones honorablemente, pero la acción de Eurito le había hundido ante la opinión de la sociedad espartana. Se convirtió en un apestado del que todos huían y al que todos despreciaban y durante largos meses su alma se llenó de resentimiento y desesperación. Pero seguía siendo un espartano de pleno derecho y un año después formaba en la línea de batalla frente a los persas, en Platea.

Cuando la falange espartana cerraba contra la formación persa para chocar contra ella, Aristodemo hizo lo impensable. Rompió la línea, se adelantó a todos y él sólo se lanzó contra el ejercito persa.

Aristodemo luchó para si mismo, el resto para los demás

La batalla se desarrolló con fiereza y sin piedad. Todos los persas perecieron excepto tres mil a quienes se les respetó la vida. Hubo muchas hazañas que se realizaron ese día pero entre todos destacaron los hechos de armas de Aristodemo, quien peleó con todo el resentimiento y desesperación que inundaba su alma. Buscó con ansia la muerte en el combate, pero no la encontró.

Al anochecer se reunieron los oficiales espartanos para hacer valoración del comportamiento de sus soldados y nombrar a aquellos que debían ser recompensados por su actuación durante la batalla. Todos reconocieron el valor feroz desplegado por Aristodemo y todos juzgaron que no debía ser recompensado. Él había luchado esperando encontrar la muerte, había roto la disciplina al adelantarse, su coraje no tenía valor alguno ya que provenía de la desesperación. Otros, amando la vida y deseando reunirse con sus familias, habían combatido con valor, manteniendo la férrea disciplina durante la batalla. Aristodemo luchó para si mismo, el resto para los demás.

Aristodemo fue readmitido en el seno de la sociedad espartana y del ejército. Se hizo borrón y cuenta nueva. Pero nada más.

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