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Howard Carter examinando el tercer ataúd de Tutankamón, el de oro macizo

Howard Carter examinando el tercer ataúd de Tutankamón, el de oro macizoThe Griffith Institute

Tutankamón, Anastasia o Ricardo III: cómo el estudio del ADN ha resuelto enigmas históricos

La ciencia forense se ha utilizado para confirmar y desmentir hipótesis históricas

En 1922, Howard Carter hizo uno de los hallazgos arqueológicos más importantes del siglo XX al descubrir la tumba de Tutankamón, un joven faraón egipcio cuya cámara funeraria estaba sorprendentemente bien conservada.

Sin embargo, pocos podrían haber imaginado que casi un siglo después, en 2010, los avances científicos permitirían realizar un minucioso chequeo médico al faraón momificado. Se descubrió que Tutankamón padecía malaria y tenía una pierna fracturada pero, además, se hizo un análisis de su ADN que confirmó que sus padres eran parientes cercanos entre sí.

No ha sido el único personaje histórico cuyo ADN se ha analizado. En 2012, se descubrió un esqueleto bajo un parking de Leicester, donde un día hubo un convento franciscano. Se especuló que podría tratarse del rey inglés Ricardo III, famoso por la frase «¡Un caballo, mi reino por un caballo!» inmortalizada en la obra de Shakespeare.

El esqueleto de Ricardo III tal y como fue descubierto en 2012

El esqueleto de Ricardo III tal y como fue descubierto en 2012

Para confirmar la identidad del último rey de la dinastía Plantagenet, los científicos compararon su ADN mitocondrial con el de dos descendientes directos de Ana de York, la hermana del rey. Sin embargo, la investigación también desenterró un dato incómodo: al compararlo con el de los descendientes directos del bisabuelo de Ricardo, Eduardo III, se evidenció una discrepancia en la línea paterna que planteó dudas sobre una infidelidad a lo largo del linaje Plantagenet, bien fuese en tiempos remotos o en las últimas generaciones.

Otro misterio que durante décadas alimentó leyendas y teorías fue el de Anastasia Romanov, la hija menor del zar Nicolás II de Rusia. Tras la ejecución de la familia imperial en 1918, circularon rumores persistentes de que Anastasia había logrado escapar.

Durante el siglo XX, varias mujeres afirmaron ser ella, manteniendo viva la duda. Sin embargo, en 2007, el análisis de ADN de los restos encontrados en Ekaterimburgo permitió confirmar científicamente que Anastasia murió junto a su familia. El estudio comparó su perfil genético con el de familiares vivos de los Romanov, cerrando así uno de los capítulos más trágicos y mitificados del siglo XX.

La familia imperial rusa. De izquierda a derecha: Olga, María, Nicolás II, Alejandra, Anastasia, Alekséi y Tatiana

La familia imperial rusa. De izquierda a derecha: Olga, María, Nicolás II, Alejandra, Anastasia, Alekséi y Tatiana

El ADN también ha permitido reescribir cómo interpretamos la historia, derribando mitos de nuestro tiempo. Un buen ejemplo es el guerrero vikingo de Birka, cuya tumba se excavó en la década de 1870. Se asumió que el esqueleto pertenecía a un hombre, ya que en su tumba encontraron varias armas, entre ellas una espada, así como escudos, y dos caballos.

En la década de 1970 una experta en arqueología forense apuntó que los huesos de la pelvis y la mandíbula parecían pertenecer a una mujer, y lo confirmó con un análisis osteológico de los restos. Sin embargo, su hallazgo fue desestimado, y sus colegas dijeron que podría tratarse de un error de catalogación, apuntando que los huesos podrían haberse mezclado con los de otras tumbas cercanas.

Ilustración de Evald Hansen basada en el plano original de la tumba, elaborado por el excavador Hjalmar Stolpe, publicado en 1889

Ilustración de Evald Hansen basada en el plano original de la tumba, publicado en 1889

Un estudio posterior en 2017, dirigido por Charlotte Hedenstierna-Jonson, confirmó mediante análisis de ADN extraído de un diente y un hueso del brazo que la persona enterrada tenía cromosomas XX, sin presencia de cromosomas Y, dejando claro que la tumba pertenecía a una mujer guerrera. Este hallazgo desafió las ideas tradicionales sobre género e identidad en la sociedad vikinga, abriendo un debate sobre el papel de las mujeres en ella, y sobre cómo los sesgos del presente afectan al estudio del pasado.

En 2010, el entonces presidente venezolano Hugo Chávez ordenó la exhumación de los restos atribuidos a Simón Bolívar, con el argumento de que el Libertador no había muerto de tuberculosis, como sostiene la versión oficial, sino que pudo haber sido víctima de un asesinato. El proceso, transmitido en cadena nacional y cargado de simbolismo político, incluyó la creación de una comisión científica que tomó muestras de ADN con la promesa de confirmar su identidad y esclarecer las verdaderas causas de su muerte.

Muerte de Simón Bolívar, por Antonio Herrera Toro

Muerte de Simón Bolívar, por Antonio Herrera Toro

Sin embargo, el estudio nunca fue debidamente publicado ni sometido a revisión científica independiente, y los resultados permanecen envueltos en opacidad. No se ha confirmado que se realizara un análisis genético comparado con el ADN de descendientes directos de Bolívar y, aunque el análisis forense descartó el envenenamiento como causa de la muerte, Chávez se mantuvo firme y afirmó: «Creo que lo asesinaron (…) No tengo pruebas, no sé si las tendremos, pero son las circunstancias».

El ADN ha permitido también reconstruir los movimientos migratorios de pueblos antiguos, revelando conexiones insospechadas entre civilizaciones. También ha servido para tratar de resolver crímenes que parecían condenados al olvido, como en el caso de Jack el Destripador, donde análisis genéticos recientes apuntan a un sospechoso concreto más de un siglo después, si bien no se ha confirmado. Estas técnicas, que cruzan arqueología, medicina forense y genética, están reescribiendo capítulos enteros del pasado.

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