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La gesta de Pedro Guerrero, el sargento de la Guardia Civil que humilló a ETA

La gesta de Pedro Guerrero, el sargento de la Guardia Civil que humilló a ETA

Grandes gestas de la historia

La gesta de Pedro Guerrero, el sargento de la Guardia Civil que humilló a la ETA

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Hace apenas unos días fallecía en León el sargento retirado Pedro Guerrero Arias. Era ya un nonagenario y ningún medio recogió su muerte, pero años atrás había protagonizado un sonado capítulo. Uno más en la secuencia de los luctuosos acontecimientos que se vivieron en la España de los años de plomo.

La extorsión –pero sobre todo el secuestro– fue durante dos décadas la principal fuente de financiación de la banda terrorista ETA. Otrora fue conocida como La Eta, aunque tal vez para descafeinarla los medios hoy le hayan quitado el artículo. El colectivo empresarial fue en este campo su principal blanco y como consecuencia, casi cuarenta empresarios fueron asesinados y cincuenta secuestrados.

Pedro Guerrero Arias

Pedro Guerrero Arias

Una larga lista de nombres resonaba entonces en los telediarios blanquinegros. Desde el primer industrial asesinado, el director de «Sigma», Angel Berazadi, en 1976, al último, Ignacio Uría, de Altuna y Uría, constructora del tren de alta velocidad, en 2008.

Entre estas dos fechas Javier Ybarra, del Banco de Vizcaya, que fue asesinado tras su secuestro (1977); José Luis Legasa, quien se negó a pagar el impuesto revolucionario (1978), José Edmundo Casan, subdelegado de Ferrovial (1991), José Antonio Santamaría (1993), copropietario de una discoteca y exjugador de la Real Sociedad, José Manuel Olarte (1994), el empresario de la construcción Isidro Usabiaga (1996) que ya había pagado 10 millones o José María Corta, presidente de la patronal Adegi.

En la extensa lista de secuestrados estuvieron el propietario de los helados Avidesa, Luis Suñer, Javier Artiach, presidente de la fábrica de galletas, José Lipperheide, Diego Prado y Colón de Carvajal, Juan Pedro Guzmán, Lucio Aguinagalde, Adolfo Villoslada, Julio Iglesias Zamora, Emiliano Revilla de los famosos embutidos, liberado tras el supuesto pago de 1.500 millones de pesetas y 249 días de cautiverio. José María Aldaya, que casi llegó al año de secuestro el más largo de los sufridos por empresarios. Y el último secuestrado sería Cosme Delclaux, liberado en julio de 1997.

Saturnino Orbegozo

ETA político militar era una de las ramas escindida de la banda terrorista. De extrema izquierda, anteponía al nacionalismo su componente radical comunista y exhibía una extrema crueldad. Había inaugurado el secuestro a los empresarios y entre otros de sus items estaba el tener como objetivo a los políticos de la UCD como Cisneros o Rupérez. Necesitaba recaudar fondos, y el Comité Ejecutivo del que formaba parte el hoy diputado Arnaldo Otegi ordenaba secuestrar a un empresario vasco. Se trataba de Saturnino Orbegozo Izaguirre.

Saturnino Orbegozo

Saturnino Orbegozo

Saturnino Orbegozo, tal vez por su cabello blanco y su mala salud ya que había sufrido dos infartos, revisando la prensa de la época se dirigen a él como el «anciano empresario» aunque solo tenía 69 años. Era un industrial siderúrgico y propietario de una conocidísima marca de electrodomésticos que incluían unas famosas cocinas de hierro que tenía media España de la posguerra. Sabía que estaba en el punto de mira de la banda desde hacía tiempo, como tantos otros empresarios españoles. Pese a ello, no había variado sus costumbres y aquella mañana del 14 de Noviembre de 1982, como siempre hacía, asistía a misa de once en Zumárraga.

El secuestro

El secuestro de Orbegozo se produjo cuando se disponía a arrancar el coche para volver a casa. Dos desconocidos le abordaban y capturaban a punta de pistola. Condujeron su coche hacia Beasáin donde otros dos terroristas les esperaban: Ignacio Odriozola y Elena Bárcenas, conocida como «la tigresa». Allí cambiaron de coche y con los ojos vendados lo llevaron al lugar donde sería custodiado en su cautiverio: una cabaña de pastores en la falda norte de un pequeño monte a 500 metros de Donamaría, en la comarca navarra del Alto Bidasoa.

¿Se había negado a pagar el impuesto revolucionario a la banda? Lo desconocemos. Y es que no era la primera vez que intentaban secuestrar a un Orbegozo. Su hermano Faustino y su propio hijo Juan María habían sufrido intentos fallidos. Pero esta vez los terroristas lo habían conseguido.

Esa misma noche del secuestro, en una llamada anónima a un periódico guipuzcoano, ETA pm VIII Asamblea reivindicaba la autoría del hecho y pedía la liberación de varios etarras. Pero pronto, el comunicado fue desmentido y se confirmó que el móvil era puramente económico. A cambio de su vida, debían entregar 100 millones antes del 31 de diciembre.

Conversaciones infructuosas

Comenzaron las conversaciones con la familia, que movilizaba al mundo empresarial de su entorno para que les ayudara a pagar un rescate que escapaba de lejos sus posibilidades. Pero ni vendiendo todo lo posible alcanzaban a reunir más de 80 millones. Juan Félix Eriz, fue el elegido por los terroristas como mediador en el secuestro e intentaba negociar ajustando la cantidad con los terroristas que contestaban que los 80 millones les parecían «solo calderilla» y en un alarde de despotismo aumentaron la cifra a 200. Las gestiones resultaron infructuosas. A falta de noticias concretas, en las especulaciones gravitaban negros presagios. Poco después se confirmaba: todo diálogo estaba roto.

Liberación de Saturnino Orbegozo

Liberación de Saturnino Orbegozo

El zulo y el fin del plazo

Saturnino llevaba 46 días secuestrado en condiciones infrahumanas. El zulo bajo tierra apenas superaba el metro de altura, lo que le obligaba a estar agachado. Faltaba un día para fin de año, aunque él había perdido la noción del tiempo.

Esa mañana en un primer momento pensó que había tenido suerte. Lluvias torrenciales habían inundado el zulo y por ello, le habían dejado salir para desayunar. Pero algo le indicó que su vida iba a llegar a su fin. Los dos secuestradores, siempre encapuchados, le mostraban sus rostros con naturalidad, sin importarles que les pudiera identificar. Malo. Y es que el 31 de diciembre, fin de año de 1982, acababa el plazo estipulado, y ETA-pm VIII Asamblea, ya había decidido: ese día sería el último día de Orbegozo y lo «ajusticiarían».

Para ellos no era demasiado problema. Habían invertido recursos, pero les compensaría por el pelotazo publicitario de mandar un mensaje gráfico y contundente a aquellos que no pagaban el impuesto revolucionario. Y nada menos que se difundiría en fin de año con la sensibilidad navideña a flor de piel y con todas las familias frente a los televisores.

La oportuna llamada

Mientras eso sucedía, el sargento de la Guardia Civil Pedro Guerrero Arias, cuarentón, mediana estatura e incipiente calvicie, estaba destinado como Comandante de Puesto de en Santesteban. Había salido a tomar un café y despedir a un compañero que se trasladaba a otra comandancia. Justo el día anterior habían acribillado a tiros en Irún a dos guardias civiles, y en esta tesitura nunca se sabía si sería la última vez que se verían.

La versión oficial cuenta que al volver, se le informaba de que se había recibido una llamada anónima que contaba que «los sábados y los domingos se había visto «gente extraña» en una borda de Donamaría». Borda era como denominaban a las cabañas de pastores. Pero fue más explícito: el comunicante aseguró que había visto, en días anteriores, a dos jóvenes y un hombre mayor envuelto en una manta.

Donamaría

Donamaría

El sargento, acompañado de otros seis guardias civiles, raudo y veloz se encaminaba a inspeccionar el lugar. «Las bordas suelen estar abiertas por un lado para que entre el ganado lanar, pero en este caso estaba cerrada y además se veía reconstruida recientemente», declaró Guerrero.

El grupo de la Benemérita dio unas vueltas por la zona que se les había indicado, pero no se percataron de que hubiera algo fuera de lo normal. Y cuando ya se iban, descubrieron entre la vegetación muchos excrementos humanos y en una pileta exterior, restos de haber fregado platos. Guerrero ordenaba con decisión a sus hombres que rodearan la cabaña en formación de combate.

Volvieron a la borda. Construida en piedra, medía unos 40 metros cuadrados. Miraron a través de una tronera, y a duras penas pudieron correr una cortinilla ayudados por un subfusil. Vieron entonces una mesa con algo de comida y tazas. Dieron una voz, pero nadie respondió. Decidieron arriesgarse y subir al techo de la edificación de unos dos metros de altura, que no parecía tener una estructura demasiado boyante. Consiguieron separar unas tejas y horadar un boquete para acceder al interior. En su entrada arrastraron involuntariamente un mueble que cayó al suelo con cierto estruendo. Y entonces oyeron gritos.

Los siete miembros de las fuerzas del orden, armados y con los subfusiles en posición no sabían a lo que se enfrentaban.

Los secuestradores tenían dos pistolas Browning de fabricación belga con cuatro cargadores para defenderse. Pero quien hablaba era el empresario:

–Por favor, ¡no disparen! ¡Que se rinden!, ¡que se rinden!

–¿Quién es usted?

–Soy Saturnino Orbegozo.

La gesta de Pedro Guerrero, el sargento de la Guardia Civil que humilló a ETA

Los guardias españoles en los años de plomo estaban viviendo una situación como nunca antes habían vivido. Ni en las duras épocas del bandolerismo, ni en las del maquis. Además estaban los cadáveres calientes de sus compañeros asesinados el día anterior que podrían haber funcionado como resorte emocional para incitarles a disparar, argumentando, y tal vez no les faltaría razón de que había sido en legítima defensa, ya que no podían prever su actuación y peligraban las vidas de todos. Pero nada de eso hicieron.

Los terroristas tampoco usaron sus armas. Tal vez porque eran conscientes de que no podían resistir el asedio. Se cubrieron como niños pequeños tras el secuestrado y se rindieron sin oponer resistencia.

Liberación de Orbegozo en prensa de la época

Liberación de Orbegozo en prensa de la época

Agradecimiento y nuevas amenazas

Los guardias les hicieron avanzar lentamente hacia la salida con las manos tras la cabeza y con los subfusiles apuntándoles a la nuca. Al igual que en otras detenciones, los etarras, salieron temblando. Rápidamente les pusieron las esposas para meterlos en el coche.

Al abandonar la cabaña, Orbegozo «tenía la barba espesa y mucho frío, estaba delicado de salud. Le tapamos con una manta y con el coche le bajamos al puesto de la Guardia Civil», narraron. Los propios agentes llamaron a la familia para darles la noticia y Saturnino se negó a trasladarse a un centro para recibir atención sanitaria: solo quería irse a casa.

«Gracias, muchas gracias». Con estas palabras y un fuerte apretón de manos al sargento y a los seis números de la Guardia Civil que participaron en su rescate, el empresario volvía a recobrar su libertad.

Pasadas las tres de la tarde llegaba su hogar, Danen Gain. Las fotografías de la época le retratan con su físico carismático entrando con gafas de sol. Le esperaban sus nueve hijos y sus once nietos. A 'Satur', como le llamaban en Zumárraga y Urretxu, le aplaudieron al llegar. En sus fábricas sus miles empleados se habían manifestado recurrentemente pidiendo su liberación, incluso horas bajo la lluvia, y ahora brindaban celebrándola.

Liberación de Orbegozo en Diario 16

Otra publicación en prensa de la época

La ETA reaparece

Pero sólo ocho horas después de ser rescatado, la ETA reaparecía. Una llamada telefónica a Juan Félix Eriz, aseguraba que la liberación había representado «un grave contratiempo» y comunicaba que le matarían si no entregaba 80 millones de pesetas. Y lo que pedían era perfectamente factible. Era el dinero que la familia había dicho que disponía para pagar. Aunque fuentes familiares negaron que tuvieran la intención de marcharse del País Vasco, en enero de 1983 Saturnino Orbegozo y varios de sus hijos huían a Madrid.

¿Existió la llamada?

Nunca se supo quién había hecho esa llamada crucial y tan específica. Hoy algunas fuentes hasta dudan que existiera, Guerrero y sus hombres habían registrado ya 84 caseríos de la zona y es más que posible que las redes de confidentes hubieran dado su fruto, pero dadas las circunstancias no podían contarlo. La llamada anónima resultaba ser un buen parapeto informativo.

Con el tiempo estos terroristas serían condenados a años de cárcel, fue juzgado un colaborador y el propio Eriz fue detenido. Los mediadores en estos casos son cómplices del pago de rescates que sirven para financiar que muchos inocentes mueran y por ello, en España las fuerzas de seguridad intentan siempre abortarlos. Al igual que pasa con los rescates de las incautas cooperantes en países en conflicto. por la misma razón, los países con principios deberían negarse en rotundo al pago de estos chantajes.

Aramburu Topete

Aramburu Topete

Aramburu Topete, en ese tiempo Director de la Guardia Civil, alabó la profesionalidad de aquellos guardias alabando que su honor había llegado hasta tal punto que nunca pensaron en tomarse la justicia por su mano.

Pero es más, gracias a la detencion se localizaron dos pisos francos y se constató que los detenidos estaban implicados en un plan para hundir un barco de guerra de la Armada y en la futura colocación de varios artefactos explosivos en delegaciones del gobierno. Nada de esto sucedió por la atinada intervención de aquellos guardias.

Continuando con su trabajo cotidiano

Después de aquel día, el sargento nunca volvió a ver a Saturnino Orbegozo al que hubieran asesinado sí o sí sin su intervención. Pedro Guerrero Arias en aquellos difíciles «años de plomo», en los que tantos compañeros dejaban su sangre en defensa de la democracia y la libertad de todos los españoles, continuó con su trabajo cotidiano. Pero cuando se vestía de gala, algo había cambiado. Su pecho lucía con orgullo la más alta distinción del Cuerpo que se le podía conceder: La Cruz de Oro del mérito de la Guardia Civil.

Cruz de Oro del mérito de la Guardia Civil

Cruz de Oro del mérito de la Guardia Civil

Y tal vez por ello, narramos su gesta. Nada más y nada menos que con el estricto cumplimiento de su deber, había escrito una página ejemplar en la historia de la institución más respetada por el pueblo español: la Benemérita.

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