Escombros tras el derrumbe de una parte de la Torre dei Conti, cerca del Foro Imperial de Roma, Italia, el 3 de noviembre de 2025
De la Torre dei Conti a Notre Dame: monumentos caídos que alertan sobre la fragilidad del patrimonio histórico
A escasos metros del Coliseo, parte de la Torre dei Conti se vino abajo el pasado 3 de noviembre, lo que volvió a recordar que incluso los monumentos que parecen desafiar al tiempo están sujetos a su fragilidad
En pleno corazón de Roma, junto al Foro Romano y a escasos metros del Coliseo, parte de la Torre dei Conti se vino abajo el pasado 3 de noviembre de 2025. Este sólido bastión medieval, erigido a inicios del siglo XIII por orden del Papa Inocencio III y vinculado a la poderosa familia Conti di Segni, se alzaba como un claro vestigio de la Roma feudal.
En su origen superaba los cincuenta metros de altura, aunque los terremotos y los siglos de abandono redujeron su estructura a menos de treinta. El edificio, cerrado al público durante años, estaba siendo rehabilitado para un uso cultural cuando parte de su fábrica cedió durante las obras. El suceso volvió a recordar que incluso los monumentos que parecen desafiar al tiempo están sujetos a su fragilidad. ¿Sabías que Italia ya ha vivido otros derrumbes importantes de monumentos emblemáticos? A continuación se presentan varios ejemplos de los más destacados.
El Campanile de San Marcos en Venecia (1902)
Uno de los precedentes más célebres se remonta a Venecia, el 14 de julio de 1902. Aquella mañana, una fisura recorrió el cuerpo del Campanile de San Marcos, uno de los más famosos de Italia. Construido entre los siglos XII y XIV y restaurado varias veces por los dogos venecianos, había sido durante siglos el emblema de la Serenísima República y faro visible para los navegantes que llegaban a la laguna. Sin previo aviso, los ladrillos comenzaron a desprenderse y en pocos minutos toda la torre colapsó sobre sí misma. Milagrosamente no hubo víctimas, pero el impacto emocional fue inmenso. El Ayuntamiento decidió reconstruirlo com’era, dov’era —«como era y dónde estaba»—, y en 1912 se inauguró una réplica idéntica al original.
Restos del campanario
La Torre Cívica de la ciudad de Pavía (1989)
Casi un siglo después, otro derrumbe volvió a sacudir Italia. El 17 de marzo de 1989, la Torre Cívica de Pavía, adosada al Duomo, cuyo origen se remonta al siglo XI, se desplomó en apenas unos minutos. Durante siglos fue uno de los puntos más altos del norte de Italia y orgullo de los pavianos. Cuando cayó, causó la muerte de cuatro personas y varios heridos. Más allá del horror inmediato, el suceso desencadenó un debate nacional sobre el estado del patrimonio arquitectónico y la falta de inspecciones periódicas. Los informes posteriores revelaron fisuras internas y vibraciones que se habían pasado por alto durante años. La torre nunca se reconstruyó, y su caída sigue siendo recordada como un ejemplo de cuánto puede fallar lo que creíamos inamovible.
Derrumbe de la Torre Cívica de la ciudad de Pavía en 1989
La Basílica de San Francisco de Asís (1997)
El siguiente caso nos traslada a la región Umbría. La Basílica de San Francisco de Asís, erigida tras la canonización del santo en 1228, es una obra maestra del gótico italiano y uno de los templos más admirados del mundo medieval. Sin embargo, el 26 de septiembre de 1997, un terremoto de gran magnitud sacudió la región. Dos bóvedas de la iglesia superior se desplomaron, destruyendo frescos de valor incalculable de maestros de la talla de Giotto o Cimabue y acabando con la vida de cuatro personas, dos frailes y dos técnicos que trabajaban en su interior. El desastre mostró la vulnerabilidad del arte ante la naturaleza y transformó el modo en que Italia afronta las restauraciones: no basta con reparar, hay que prevenir. La reconstrucción posterior se convirtió en ejemplo de coordinación internacional entre ingenieros, restauradores y expertos en conservación, y la basílica volvió a abrir sus puertas en 1999 como símbolo de resiliencia cultural.
El incendio de la catedral de Notre-Dame de París (2019)
Pero ningún colapso reciente ha tenido tanta repercusión mundial como el incendio de la catedral de Notre-Dame de París. Levantada en el siglo XII este emblema del gótico francés fue testigo de coronaciones, revoluciones y guerras, y se convirtió en el corazón espiritual de la capital. El 15 de abril de 2019, durante unas obras de restauración, un fuego accidental se propagó por el tejado y la aguja, que terminó desplomándose ante millones de espectadores conectados en directo. Las llamas devoraron parte del entramado de madera del siglo XIII y amenazaron con destruir la estructura completa. La catástrofe desató una movilización internacional sin precedentes. Tras más de cinco años de trabajos, la catedral reabrió al público el 8 de diciembre de 2024, devolviendo a París uno de sus mayores símbolos.
El incendio de la Catedral de Notre Dame de París el 15 de abril de 2019
Desde Roma hasta París, estos episodios demuestran que la caída o el daño de un monumento nunca es sólo un hecho arquitectónico: es un golpe a la memoria colectiva. Cada piedra que se pierde borra una parte de la historia que sostiene la identidad de las ciudades. Por eso, más que simples accidentes, estos derrumbes y catástrofes son recordatorios de la necesidad urgente de invertir en conservación preventiva, de vigilar con rigor y de entender que el patrimonio no es un adorno del pasado, sino una presencia viva que nos conecta con lo que fuimos. Protegerlo no es solo un deber técnico o institucional, es una forma de garantizar que el diálogo con la historia no se interrumpa.