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Recepción del Galeón de Manila por los chamorro en las islas Ladrones, c. 1590 (Códice Boxer)

Recepción del Galeón de Manila por los chamorro en las islas Ladrones, c. 1590 (Códice Boxer)

¿Para qué quería España las islas Marianas? Un eslabón clave en su estrategia imperial en el Pacífico

En 1898, al perderse las Filipinas en la guerra con EE. UU., alguien en el Gobierno se hizo la pregunta crucial: ¿para qué quiere España las islas Marianas?

Con la cantidad de posesiones que alguna vez tuvo España en Asia y Oceanía, la escasa población de peninsulares desplazados, la lejanía de la metrópoli y la distancia entre ellas, es milagroso que se mantuviera el dominio de alguna de ellas hasta finales del siglo XIX. Solo las Filipinas eran más de 7.000 islas. Hay que añadir las Carolinas, las Marianas, Guam, Palaos, Joló, parte de Borneo, las Marshall, etc. Era imposible mantener soberanía y autoridad efectiva sobre todas ellas. Se buscaron destinos económicos o sociales, pero no había potencia para tanto territorio. La colonización requería gente y dinero.

Uno de los casos más paradigmáticos fue el de las islas Marianas, descubiertas por Magallanes el 16 de marzo de 1521. La situación acabó mal, en un enfrentamiento entre españoles y nativos debido a que estos habían robado un bote amarrado a uno de los barcos. Las llamaron entonces Islas de los Ladrones y no se volvió hasta la expedición de Loaísa y Elcano a Filipinas en 1525. Se quedaron en el olvido oficial, demasiado lejos y con otras prioridades en los gobiernos reales.

En 1563 el virrey Luis de Velasco preparó en México una expedición para ocupar Filipinas. Iban tres naves al mando de Legazpi y de Álvaro de Saavedra. Las tripulaciones eran mayoritariamente mexicanas, con algunos españoles. El 22 de enero de 1565, Saavedra tomó oficialmente posesión de las Marianas en nombre del rey de España. Más tarde, la reina Mariana de Austria, esposa de Felipe IV, decidió financiar unas misiones a las islas, y de ella tomaron el nuevo nombre.

Los jesuitas enviaron al padre Diego de San Vítores y otros trece misioneros a través de México. Llegaron a Filipinas en 1662 y se mantuvieron en Manila sin que nadie dispusiera su viaje a Marianas. En 1666, el misionero jesuita, desesperado por la inactividad, viajó a México para exponer la penosa situación de las posesiones al virrey. Volvió casi dos años después con algunos pesos que le permitieron llegar a las islas anheladas.

Carta de España de Bachiller con todas sus posesiones de ultramar e islas adyacentes 1858, fragmento

Carta de España de Bachiller con todas sus posesiones de ultramar e islas adyacentes 1858, fragmento

El primer lugar que tocaron a su regreso fue la isla de Guam, que unieron a las Marianas. En un poblado llamado Agaña, encontraron al cacique Quipuha, que ya estaba cristianizado por unos náufragos españoles en 1638. En ese lugar, rebautizado como San Ignacio, iniciaron la colonización levantando una iglesia y un colegio. Los jesuitas fueron los verdaderos agentes de la Corona en muchos lugares remotos de Asia. Todavía hoy, Agaña sigue siendo la capital de Guam (uno de los 17 territorios no autónomos según la ONU), y se mantiene un español criollo llamado chamorro.

Lograron bautismos masivos, que era como decir aceptación de la autoridad española. Pero fue un dominio no exento de desgracias. El dominio se admitía, casi sin comprenderlo, siempre que no les fuera oneroso a los habitantes. Por eso las situaciones de pacífica convivencia se alteraban con episodios de violencia contra los españoles y la consecuente represión.

Cuando no se producían esos altercados, la vida era plácida en las diecisiete islas para los algo más de ocho mil habitantes a finales del XIX. El gobernador gozaba de tranquilidad y no había más españoles que algunos militares, misioneros y pocos comerciantes. Las comunicaciones con Manila se limitaban a un barco semestral.

Pero estos territorios no podían ser solo una colonia religiosa. Los intentos de obtener beneficio económico se limitaron a poner en manos alemanas los recursos principales. Las posesiones en Asia se regían por las Leyes de Indias, y conocemos que, por Real Cédula de 26 de enero de 1730, se impedía el comercio a los extranjeros en los dominios de América.

No obstante, como bien describe el coronel Luis Ibáñez García, antiguo gobernador de Marianas, en su libro Historia de las islas Marianas, Carolinas y Palaos (Granada, 1889), en 1880 se estableció en Marianas una casa alemana de comercio —Mr. Capelle y Compañía—, a la cual se arrendaron varias islas para que pudiese aprovechar la copra. Los alemanes levantaron casas y almacenes y se extendieron por otras islas. Tenían una flota de buques dedicados a toda clase de negocios y empleados en diversas partes.

En el siglo XIX se intentaron buscar utilidades a los territorios. Entre las soluciones estuvo la de crear colonias penitenciarias. Es decir, llevar a los delincuentes a lugares remotos. Las patrias se liberaban de estos y, a la vez, se les daba una oportunidad concediendo tierras y favoreciendo un poblamiento de metropolitanos. Muchos de ellos eran condenados solo por hurtos famélicos y poco más, pero en el derecho penal de la época las penas eran terribles. Ya estaba previsto en el Digesto y se desarrolló ampliamente en ese siglo.

El marqués de Pombal envió portugueses a Mozambique, Dinamarca lo hizo en Groenlandia, Rusia en Siberia, Turquía estableció indultados en Trípoli, etc. La más exitosa de estas experiencias fue la de los ingleses en Botany Bay, cerca de la actual Sídney, origen de la población europea en Australia. La Academia de Ciencias Morales y Políticas convocó un concurso en 1875 con esta idea que, a pesar de presentarse algunas buenas memorias, se quedó en nada. O, mejor dicho, en casi nada, porque fueron llevados algunos presidiarios filipinos, pero nunca peninsulares.

En 1898, al perderse las Filipinas en la guerra con EE. UU., alguien en el Gobierno se hizo la pregunta crucial: ¿para qué quiere España las islas Marianas? Decidieron que para nada, y fueron vendidas al Imperio alemán, junto con Carolinas y Palaos —pero sin Guam—, por 25 millones de pesetas en el Tratado de 1899. Final de una posesión desaprovechada.

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