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La llegada de Colón al Nuevo Mundo, en un libro de Eva March (1914)

La llegada de Colón al Nuevo Mundo, en un libro de Eva March (1914)Wikimedia

El error de cálculo de Cristóbal Colón que condujo al descubrimiento de América

Parece ser que Colón también tomó la distancia de las millas árabes como millas romanas (más cortas). Conclusión: el almirante estaba navegando en un planeta mucho más pequeño de lo que realmente era

A medida que pasaban los días, aumentaban los nervios entre la tripulación de aquellos tres navíos, involucrados en una navegación que nadie había intentado hasta la fecha. Durante la Edad Media, habían llamado a esa parte del océano Atlántico «el mar tenebroso», y se creía que estaba habitado por monstruos marinos y seres mitológicos. Para muchos, más allá de Madeira y Las Azores, descubiertas por Portugal en 1419 y 1427, respectivamente, solo existían nieblas espesas y abismos que hacían la navegación imposible. Además, aun suponiendo que todo eso no fuese más que supersticiones y lograsen llegar a la Especiería por la ruta de occidente, ¿cómo podrían regresar?

La ruta portuguesa, circunnavegando todo el planeta, la tenían prohibida; y, además, en el siglo XV las naos de velas cuadradas, como la Santa María, apenas podían ceñir, es decir, navegar contra el viento. Solo llevaba una vela latina en el palo de mesana. En cuanto a las carabelas, la Pinta también llevaba velas cuadradas, y la Niña —que sí había partido de la península con velas latinas, por lo que en principio podía ceñir— durante la estancia en Canarias le cambiaron el velamen, salvo en mesana, por entender que las velas cuadradas eran más adecuadas a la navegación oceánica. La tripulación desconocía, entonces, la existencia de los vientos alisios.

Por otra parte, el agua ya olía mal, tenía que mezclarse con vinagre para intentar purificarla, y algunos alimentos —las galletas, sobre todo— comenzaban a tener gorgojos y moho. Aquella singladura, vista desde la perspectiva actual, es como si se hubiesen mandado astronautas a la Luna, pero sin saber, siquiera, la distancia ni si habría, entre medias, otros objetos celestes.

La Pinta, la Niña y la Santa María en el primer viaje de Colón a América

La Pinta, la Niña y la Santa María en el primer viaje de Colón a AméricaWikipedia

El almirante, sin embargo, recoge en su cuaderno de bitácora un estado de ánimo diferente. Escribe el 16 de septiembre: «Era el tiempo como abril en Andalucía». La expedición, como es bien conocido, había partido del puerto de Palos el 3 de agosto de 1492. La Gallega o Santa María era la nave capitana, al mando de Cristóbal Colón; las dos restantes las comandaban dos de los hermanos Pinzón: Martín Alonso, la Pinta; y Vicente Yáñez, la Niña. Su concurso ha sido muy opacado por el protagonismo de Colón, cuando tuvieron un papel fundamental de cara al enrolamiento e, igualmente, a la hora de parar los intentos de motín durante la travesía. Tras la escala en Canarias, la expedición continuó la navegación el 6 de septiembre.

El 17 de septiembre, Colón escribirá en su diario que vieron hierba, un ave blanca que se llama «rabo de junco», que no suele dormir en el mar, e incluso pudieron capturar un cangrejo vivo, por lo que pensaron que se encontraban mucho más cerca de la costa de lo que estaban. En realidad, los cálculos sobre la circunferencia terrestre de Colón eran erróneos. Eratóstenes de Cirene ya había calculado con bastante precisión el perímetro de la Tierra en el siglo III a. C., pero en el siglo II d. C. el astrónomo Ptolomeo realizó nuevos cálculos —estos sí claramente erróneos— reduciendo dicho perímetro en más de 10.000 km y extendiendo Asia.

Por si fuese poco, parece ser que Colón también tomó la distancia de las millas árabes como millas romanas (más cortas). Conclusión: el almirante estaba navegando en un planeta mucho más pequeño de lo que realmente era.

A partir de finales de septiembre comienzan a ver algunos alcatraces, pero el poco viento y el no divisar tierra firme exasperaban los ánimos. El 10 de octubre hubo un serio conato de motín. Veían hierba, aves marinas de distinto tipo, incluso peces voladores perseguidos por llampugas, pero ni rastro de costa. Parte de la tripulación solicitó regresar antes de consumir todos los alimentos y el agua que llevaban a bordo. La intervención de los Pinzón facilitó que las cosas no fueran a mayores.

Así llegamos al 11 de octubre. Ese día la navegación iba a buen ritmo, pero lo más importante es que se multiplicaron las señales de estar próximos a la costa. Ahora ya no era solo hierba flotando y algún pájaro aislado, sino aves de distintas especies y otras señales, como un palo lleno de escaramujos. Ahora sí, pensaban, la tierra tenía que estar muy próxima. Colón ordena que en cada nave se turne un vigía en la cofa.

Dos horas pasadas la medianoche, desde la Pinta —la que siempre iba en vanguardia por ser la más rápida— se lanza el grito de «¡Tierra!». Para la historia, el primer occidental en avistar el Nuevo Mundo fue Rodrigo de Triana. Lo cual no es exactamente cierto, porque ni fue el primero —existen restos arqueológicos vikingos en Canadá de la época de Leif Erikson, así como fuertes indicios de pescadores vascos, gallegos y bretones en Terranova con cierta anterioridad—, ni se llamaba Rodrigo, ni era de Triana. Se trataba de Juan Rodríguez Bermejo. Aunque para algunos era vecino de Sevilla, la mayoría de los expertos piensan que era natural de Lepe. Para la investigadora Alice B. Gould, la confusión se debe a un error de transcripción al tomar su apellido, «Rodríguez», como nombre, copiándolo como «Rodrigo».

El ceremonioso desembarco no se produce hasta el día siguiente. En la barca viajan los tres capitanes con diversos estandartes, Colón con la bandera real, acompañados por el escribano de la armada, Rodrigo de Escobedo, y Rodrigo Sánchez de Segovia, quienes deberían dar fe de que el almirante tomaba posesión de aquella isla en nombre de los Reyes Católicos. «Luego se ajuntó allí mucha gente de la isla», nos dirá de Las Casas transcribiendo el diario de Colón.

Se trataba de nativos desnudos, atraídos por la curiosidad que les despertaba ver aquellas tres enormes casas flotantes y aquellos individuos de rostro pálido, enfundados en extrañísimos ropajes. Los españoles pronto se dieron cuenta de que se encontraban en la Edad de Piedra, ya que desconocían por completo los metales.

Intercambiaron regalos, cuentas de vidrio y cascabeles por papagayos e hilo de algodón, y al almirante le llamó la atención su ingenuidad y su aparente carencia de religión, lo que, pensó, haría más fácil evangelizarlos. Descubrió que denominaban a su isla «Guanahaní», que rebautizó como San Salvador, como una forma de agradecer a Dios que los hubiese salvado; aunque los partidarios de la tesis del Colón gallego ven como segunda razón su eventual lugar de nacimiento, es decir, San Salvador de Poio (Pontevedra).

Cristóbal Colón, junto a unos indígenas.

Cuadro titulado 'Primer homenaje a Cristóbal Colón', de José Garnelo

En cualquier caso, seguía pensando que había llegado a Asia, concretamente a algunas islas cercanas a la India. Por eso denominó indios a los habitantes de esas islas, nombre que con el tiempo se extendería a todos los nativos americanos. En realidad, Guanahaní pertenecía al archipiélago de las Bahamas. Con el devenir del tiempo, y tras convertirse en refugio de piratas y corsarios, acabó siendo inglesa, y la isla recibió el nombre de uno de sus colonos, John Watling, hasta que en 1926 el Gobierno de Bahamas recuperó el nombre castellano.

Colón no era consciente todavía, pero aquel 12 de octubre de 1492 acababa de descubrir, para Occidente, un nuevo continente. Un acontecimiento que cambiaría la historia de la humanidad.

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