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La gesta de Alfonso Graña, el Rey español de la Amazonia

La gesta de Alfonso Graña, el Rey español de la Amazonia

Grandes gestas de la Historia

La gesta de Alfonso Graña, el Rey español de la Amazonia

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La emigración española hacia América fue una auténtica epopeya colectiva protagonizada por millones de compatriotas. Suele atribuirse a la pobreza endémica de la población rural, olvidándose de que se trató de un fenómeno que afectó a más de media Europa.

Muchos emigrantes morirían allende los mares, con el deseo truncado de regresar a su tierra natal. Otros, aunque los menos, hicieron fortuna y conocidos como «los Indianos» se convirtieron en filántropos de sus localidades de origen, levantando escuelas, fuentes y casas que aún hoy hablan de su prosperidad.

Alfonso I, rey de los jíbaros

Pero la historia que nos ocupa hoy no se parece a ninguna de aquellas, ni a la de los humildes que nunca volvieron, ni a la de los ricos indianos que regresaron con gloria. Porque muy pocos trazaron un periplo vital tan fascinante como el de Alfonso Graña Cortizo, vecino de la aldea de Amiudal, en el municipio orensano de Avión.

Su destino, lejos de cualquier molde conocido, lo convirtió en protagonista de una de las gestas más extraordinarias de la emigración gallega, tanto que si no fuera por tantas pruebas fehacientes, todo parecería ficción.

Graña con las hijas de Cesáreo el de la Librería

Graña con las hijas de Cesáreo Mosquera

Raptado por los jíbaros

Nació en 1878 y con dieciocho años, Graña siguió la estela de tantos que soñaban con «hacer las Américas». Entonces Brasil costeaba el pasaje de quienes quisieran establecerse allí y su condición de gallegoparlante, tan próximo al portugués, le allanó el camino. Los documentos lo describen como «analfabeto y quinto prófugo».

Recaló en Belém do Pará, pasó por Manaos y más tarde llegó a Iquitos. Allí se instaló y dedicó al comercio y a la extracción de caucho hasta finales de 1921. Allí frecuentaba «Amigos del País», una librería de Cesáreo Mosquera, gallego de Rivadavia, que era el centro de reunión de los españoles. Pero el sector sufrió una gran crisis que le empujó a buscar fortuna en el Alto Marañón y con un amigo emprendió viaje a caballo y en burro, alternando con largas caminatas. En pleno trayecto sucedió un encuentro que pudo acabar en tragedia. Todavía lo acontecido es una incógnita, pero sí se sabe que durante un tiempo se perdió su rastro y obviamente, se pensó lo peor.

Alfonso Graña y Cesáreo Mosquera con dos indígenas

Alfonso Graña y Cesáreo Mosquera con dos indígenasArchivo de Galicia

En las profundidades de la selva amazónica, entre Ecuador y Perú, habitaban los shuar, conocidos como jíbaros, célebres por sus técnicas de guerra letales y por el ritual de reducir cabezas humanas con una técnica milenaria que hasta hace poco era un misterio. Las momificaban y conservaban como trofeos de guerra.

Sobre cómo llegó Graña al territorio de los temibles jíbaros, existen varias versiones. Una de ellas, relata que consiguió trabajo en una tienda fronteriza. Periódicamente los nativos se desplazaban a zonas urbanizadas para intercambiar mercancías y en una de estas ocasiones, la hija de un jefe indígena lo vio. la familia de Graña en Avión, se la conocía como «los chulos» por su galanura y atractivo físico. Era alto y bien parecido y se encaprichó de él. Poco después, un grupo de nativos lo raptó y lo llevó ante el rey de la tribu, quien le anunció que había sido elegido para casarse con su hija. Era eso o la muerte.

Otra versión casi igual de exótica es la que yendo por la selva se topó con esta tribu. Lo capturaron y cuando lo iban a matar a la hija del jefe le atrajeron las gafas que usaba y por ello, salvó su vida, aunque el amigo no tuvo tanta suerte. Fuera una cosa u otra durante años a Graña, Cesáreo, el de la librería, declaraba que «se lo había tragado la tierra».

Graña junto a Mariano el Brujo y un grupo de técnicos

Graña junto a Mariano el Brujo y un grupo de técnicos

Alfonso, Príncipe de la Amazonia

Pero dos años más tarde llegaba a Iquitos una comitiva de balsas con remeros indígenas cargadas de más mercancías que nunca. Y pronto, lo reconocieron y las piezas encajaron: llevaban tiempo oyendo que en el Pongo de Manseriche vivía con las tribus un hombre blanco. Y vieron que era Graña.

Nunca nadie pudo sospechar que aquel hombre, perdido en la espesura, no solo había sobrevivido, sino que se había convertido nada menos que en yerno del monarca indígena. Quienes escribieron sobre él consideraron su evolución asombrosa: había partido de España siendo analfabeto y acabaría por ganarse el respeto de los más temibles habitantes de la selva con tres valores: valentía, afecto y sabiduría.

Alfonso Graña

Valor y afecto por su nuevo pueblo

El valor lo demostró cuando acompañaba a los jíbaros sorteando el cruce de ríos que los propios naturales consideraban imposibles y siendo siempre el primero en internarse en la selva. Poseía además una particular «baraka», como se dijo después de Franco, que le permitía eludir todo tipo de peligros: la picadura de una serpiente, tarántulas, arañas, resistir las fiebres y se negaba a que lo atasen cada vez que cruzaba el terrible Pongo de Manseriche, un rápido que se tragaba continuamente balsas. Graña se encomendaba a voz en grito al padre Rafel Ferrer, un sacerdote español que 100 años antes había muerto en ese río y él pensaba que su espíritu le protegía.

Pero también desplegó una extraordinaria empatía con su nuevo pueblo: curaba sus úlceras, les cortaba el pelo y protegió a mujeres y niños porque acabó con una práctica que era habitual. Las armas eran especialmente valiosas: si una tribu enemiga estaba armada y ellos no, era su fin. Sus creencias les empujaban a guerrear continuamente y atesorar cabezas reducidas que les otorgaban prestigio. Y para lograr las armas, vendían a sus propias mujeres e hijos. Graña lo impidió ofreciendo otro tipo de mercancías para que esto no sucediera.

Alfonso Graña

Alfonso Graña

Sabiduría ancestral gallega al servicio de los jíbaros

Su ingenio transformó la vida cotidiana de los jíbaros compartiendo conocimientos prácticos que había aprendido en su Galicia natal: enseñó a construir molinos de agua, a confeccionar impermeables para recubrir las chozas, a levantar pequeños embalses que protegían de los ataques de caimanes. Les mostró cómo curtir pieles, desecar y salar la carne del «paiche» gigantesco pez del Amazonas, y a hacer tasajo de un mono muy apreciado por los iquiteños”.

Y, para obtener sal, construyó una salina aprovechando las aguas de un río salino, multiplicando la extracción mediante una sencilla maquinaria. Convertido en príncipe consorte Alfonso Graña supo que saber leer sería un arma poderosa para ayudar a su pueblo en gestiones que les resultaban inaccesibles y aprendió a leer y aprendió solo.

No solo sería el primer hombre blanco al que los jíbaros no mataron. Su suegro lo legitimó como heredero y sucesor y tras su muerte se coronó como Alfonso I, Rey de la Amazonia. Durante doce años, logró pacificar y unir a los aguaruna y huambisa. Su autoridad se extendió sobre un territorio de más de 250.000 kilómetros cuadrados, equivalente a media España.

Alfonso Graña con un grupo de indios

Alfonso Graña con un grupo de indios

Alfonso estableció una ruta comercial que unía las profundidades de la jungla con Iquitos. Dos veces al año descendía desde el Alto Marañón con dos balsas de cinco mil kilos de exóticas mercancías: monos, tapires, venados, castañas silvestres, tortugas, pescados salados, mapas y vocabularios de lenguas indígenas. Incluso bueyes vivos que vendía por el camino. De lo mucho que aprendió de los indios sobre plantas, y animales comercializaba sangre de drago —remedio para cortes y enfermedades de la boca- y otros mejunjes. Se cree que incluso también pudo vender a los americanos cabezas reducidas.

Gonzalo Allegue, en su obra Galegos ás mans de América, recuerda que en Iquitos llevaba al cine a los indios, a tomar helados y el librero les prestaba su Ford descapotable, y paseaba con ellos vestidos de frac y sombrero de copa. De paso, también Graña se ponía al día con las novedades de «los civilizados» en tertulias, mientras que estos lo acribillaban a preguntas sobre sus experiencias.

Standard Oil, el hidroavión e Iglesias Brage

Como conocía tan bien la selva y sus tribus fue requerido como guía por expediciones científicas y comerciales. Su autoridad fue reconocida por organismos internacionales. Ninguna empresa extranjera podía atravesar sus dominios sin negociar directamente con él. Tanto es así que en 1926 la petrolera norteamericana Standard Oil, propiedad de Rockefeller, organizó una expedición para sondear petróleo en el Alto Amazonas y se vio obligada a pactar las condiciones de su paso con Alfonso I de la Amazonia. Solo él podía evitar ataques, proveer víveres y señalar dónde sondear

Iglesias Brage con Jiménez, compañero de vuelo en el Jesús del Gran Poder

Iglesias Brage con Jiménez, compañero de vuelo en el Jesús del Gran Poder

Su control del territorio se demostró también en 1932, cuando una expedición estadounidense se perdió en la selva. Ya se habían quedado sin alimentos y estaban a punto de perecer cuando Alfonso los rescató y pudieron volver sanos y salvos a casa.

La novela 'El Rey de los jíbaros' de Suso Martínez

La novela 'El Rey de los jíbaros' de Suso Martínez

Pero la hazaña que lo consagró ocurrió en 1933 durante la guerra que enfrentó a Perú y Colombia. La Fuerza Aérea del Perú había mandado tres hidroaviones desde Lima hacia la base militar de Iquitos. Una gran tormenta les hizo amerizar de emergencia en el río Nieva y el piloto Alfredo Rodríguez Ballón, un héroe nacional falleció. Graña construyó dos balsas gigantescas y pudo trasladar los hidroaviones averiados y embalsamó el cadáver del piloto y recorrió los más de 1.000 kilómetros de distancia hasta Iquitos. A través de ríos y selvas, la procesión fúnebre se convirtió en símbolo de respeto hacia el piloto y hacia su persona. Por este gesto, el gobierno de Perú reconoció su soberanía sobre la Amazonia.

'Alfonso I de la Amazonia, Rey de los jíbaros', libro de Maximino Fernández Sendín

'Alfonso I de la Amazonia, Rey de los jíbaros', libro de Maximino Fernández Sendín

Y al año siguiente conoció en Iquitos al también héroe del famoso vuelo del Jesús del Gran Poder el ferrolano Francisco Iglesias Brage, que planeaba realizar una expedición científica por el Amazonas. Alfonso le prometió toda la ayuda necesaria para que se desarrollara sin dificultades con las tribus hostiles y puso a su disposición a los cinco mil indios sobre los que reinaba. Al final el proyecto no se llevó a cabo.

Fue también muy interesante el contacto de Graña con misioneros en la selva. Con su ayuda emprendieron la evangelización del pueblo jíbaro.

Los que recogieron su testimonio

Nada de lo contado sobre Alfonso Graña pertenece a la ficción. En la sociedad española de los años treinta su figura era muy conocida gracias a artículos publicados en revistas y periódicos, acompañados de documentación gráfica. Hubo decenas de testigos presenciales de todo lo acontecido, y abundante material escrito que certifica la veracidad de su gesta.

Casa Museo Pazo da Cruz

Casa Museo Pazo da Cruz

Entre quienes dejaron constancia destaca el librero Cesáreo Mosquera, que recogió por escrito muchas de sus aventuras, el periodista Víctor de la Serna y sobre todo, el máximo experto en su persona: Maximino Fernández Sendín, principal fuente de estas líneas y que exhibe algunas de sus pertenencias en un museo etnográfico, el Pazo da Cruz. Este investigador identificó su casa natal y erigió allí una placa: «Casa natal de Alfonso Graña, Rey de los jíbaros.»

Placa de la casa natal de Alfonso Graña

Placa de la casa natal de Alfonso Graña

Un regreso fugaz y muerte

Alfonso Graña solo volvió a España una vez, apenas quince días, que le bastaron para saber que quería volver cuanto antes a la tierra que ya sentía como propia.

Nunca regresó a Galicia. Sus días terminaron entre los indios jíbaros en 1934, y su cuerpo fue sepultado en un lugar desconocido. En 2010, unas pruebas de ADN confirmaban que el intérprete que lo acompañaba en sus viajes a Iquitos, un mestizo de sangre española e india, era su hijo. Su linaje continúa vivo en su nieto, Kefrén Graña, líder de la Federación Wampis que vigila y controla los recursos naturales de aquel reino que una vez gobernó su abuelo.

Kefren Graña

Kefrén GrañaJacob Balzani

Durante doce años había ejercido un poder real sobre miles de indígenas, siendo admirado y sobre todo, querido. Su muerte, recogida por Víctor de la Serna en el diario Ya así rezaba: «Alfonso Graña, el español que reina como señor único de la Amazonia, por encima de tratados y fronteras, sobre un territorio tan extenso como España, donde el hombre tiene, como en el Paraíso, todo al alcance de su mano.»

Y aunque su tumba permanezca oculta entre la espesura, su nombre sigue resonando como uno de los relatos más extraordinarios de la emigración gallega, una gesta mítica. Galicia, tierra de emigrantes y de meigas, allende los mares daba al mundo nada menos que un rey en la selva amazónica.

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