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16 de junio de 2024

Clarissa Eden

Clarissa Edenspearswms.com / Greg Funnell

Condesa de Avon (1920-2021)

La culta sobrina de Churchill, confidente de Cecil Beaton, Greta Garbo y Orson Welles

En su doble condición de esposa de un primer ministro y sobrina carnal de otro, esta dama de hondas inquietudes intelectuales conoció de primera mano los entresijos de la Gran Bretaña contemporánea

Icono Clarissa Eden
28/06/1920Londres (Inglaterra)
15/11/2021Londres (Inglaterra)

Anne Clarissa Spencer-Churchill

Escritora

Clarissa Churchill se topó por primera vez con Anthony Eden en 1936. Tenía 16 años de edad. Él, 39, y se desempeñaba como ministro de Exteriores, el más joven titular del Foreign Office de todo el siglo XX. Dada la diferencia de edad, y teniendo en cuenta los criterios de la época, era imposible que cuajara algo entre ambos. Además, el prometedor político estaba casado y era padre de dos hijos. Lo que, en cambio, no sorprendía era ver a Clarissa frecuentando a políticos de altos vuelos a tan temprana edad, pues era la hija del militar y banquero Jack Churchill, hermano menor de Winston, ya por entonces una figura de primer nivel.

Más llamativa en cambio es la propia trayectoria de Clarissa: a diferencia de la mayoría de las mujeres de su rango, y pese a no haber acabado sus estudios secundarios, realizó una temprana inmersión en ambientes culturales, entablando duradera amistad con Cecil Beaton, Isaiah Berlin, Evelyn Waugh, Lucian Freud y, más adelante, Orson Welles o Greta Garbo. Sin olvidar los viajes por media Europa; sin ir más lejos, poco antes del estallido de la II Guerra Mundial, se encontraba recorriendo Rumanía.

El conflicto golpeó a la joven desde el principio, por medio de un bombardeo alemán sobre Londres que se llevó por delante el domicilio familiar, hallando morada –la generosidad del tío Winston– junto a su padre en el número 10 de Downing Street, una residencia en la que haría las veces de consorte quince años después. Pero no se podía vivir del cuento y entendió que lo más oportuno, habida cuenta de sus privilegios, consistía en predicar con el ejemplo, por lo que empezó a prestar sus servicios en el Departamento de Cifra de un Foreign Office que su futuro marido volvía a dirigir. La curiosa coincidencia, sin embargo, fue otra: su compañero de despacho era Anthony Nutting, que en 1956 sería uno de los críticos más feroces de Eden durante la Crisis de Suez.

Antes de ese episodio, que marcaría su vida para siempre, Clarissa disfrutaría de varios años de una existencia, tan repleta como despreocupada, primero como redactora de Vogue y más adelante ejerciendo de asistente del realizador Alexander Korda. Eran los años de un Londres que retomaba una alegría de vivir en la que no podía faltar la intensa vida social. Y en un fashionable dinner de 1946 Clarissa volvió a coincidir con un Eden, ahora en la oposición, y sobre todo en proceso de divorcio con la muy elegante Beatrice Beckett: la inevitable distancia que impuso la guerra, la muerte en combate del hijo mayor y los adulterios mutuos hicieron añicos el matrimonio.

El idilio entre el político y la joven y culta 'socialite' fue lento. También sólido. Mas emergían escollos para poder formalizarlo. El más insalvable, en apariencia, eran los recelos que podían levantar en el seno del Partido Conservador las ambiciones de Eden –que volvió a asumir la cartera de Exteriores en 1951– de cara a la sucesión de Churchill si, además de favorito, se convertía en su sobrino político. 'Business and family do not always mix', escribe D.R. Thorpe, biógrafo de Eden, para después subrayar que el ministro «sintió un cierto grado de reserva sobre la medida en que podría presionar sus pretensiones de sucesión». Tampoco podía dejar la vida pública de forma abrupta.

Otro escollo tenía que ver con su situación marital de Eden y la fe católica –aunque no fuera especialmente creyente– de Clarissa: en los cincuenta el divorcio en el seno de las élites políticas seguía siendo tabú en Gran Bretaña. Y, por supuesto, no se podía obviar la diferencia de edad entre ambos. Razones de mucho peso como para que Clarissa rechazase la primera petición de matrimonio. Pero no la segunda, formulada en enero de 1952. La futura esposa también aceptó posponer la ceremonia hasta agosto para aprovechar la discreción mediática que ofrece el sopor veraniego.

El compromiso fue anunciado el 12 y solemnizado, civilmente el 14 en un lugar de Londres sugerido por el Arzobispo de Canterbury, el cínico Geoffrey Francis Fisher, que también aprovechó la ocasión para criticar duramente la inmoralidad de Eden en un editorial. A Clarissa la colleja moralista se la dio un Waugh preso del furor del converso, le reprochó su transgresión de la doctrina católica. La amistad entre ambos nunca volvió a ser la misma. La flamante esposa se granjeó, asimismo, la animadversión de su primo hermano Randolph Churchill, hijo de Winston y enconado enemigo de su marido.

Clarissa y Anthony Eden el día de su boda en 1952 en el jardín del n°10, con su tío y tía Winston y Clementine Churchill.

Clarissa y Anthony Eden el día de su boda en 1952 en el jardín del n°10, con su tío y tía Winston y Clementine ChurchillANL / Rex / Shutterstock

Ninguna de estas peripecias truncó la carrera sucesoria de Eden: el 'Viejo León' logró que los Conservadores le aceptasen como su heredero y el nuevo primer ministro tuvo la inteligencia de convocar inmediatamente elecciones una vez alcanzado el poder en abril de 1955. Quería su propia legitimidad y no la procedente del «dedazo». Logró su objetivo con una mayoría aún más amplia que la alcanzada por Churchill cuatro años antes.

El escenario parecía inmejorable. Pero la política tiene sus reglas inalterables y una de ellas es que ser un brillante segundo de a bordo no garantiza ser un buen jefe. Eden, con achaques de salud desde una intervención quirúrgica y de mente dubitativa, fue multiplicando las torpezas. Hasta que llegó la que selló su destino: tras meses de tensión con el Egipto de Nasser a cuenta de la nacionalización del Canal de Suez decidió, a finales de octubre de 1956 tras incontables tiras y aflojas, comprometer a Gran Bretaña en una azarosa operación militar conjunta con Francia e Israel para doblegar al país árabe. Ganaron en el campo de batalla, perdieron en el campo diplomático tras un nada honroso alto el fuego impuesto por Washington y Moscú. Dijo Churchill al respecto: «Yo jamás me hubiera metido en semejante cosa, pero de haberlo hecho nunca me habría detenido».

Al desastre sin paliativos se sumó el extraño comportamiento de su mujer a lo largo de la crisis. Si bien tuvo las agallas de ir de incógnito a la manifestación contra la guerra en Trafalgar Square y de aguantar estoicamente el duro debate en la Cámara de los Comunes sentada al lado de la mujer del jefe de la Oposición, se dejó llevar por la frivolidad al declarar públicamente días después del alto el fuego –con miles de soldados británicos aún estacionados en Egipto– que a veces sentía «cómo el Canal de Suez fluye por el salón de mi casa».

Dejó de hacerlo cuando el matrimonio optó por tomarse unas semanas de descanso –Eden estaba física y psicológicamente exhausto– en la casa que el escritor Ian Fleming y su esposa Anne tenían en Jamaica. Nueva polémica. Cuando volvieron a Londres en diciembre, Clarissa entendió que los días de su marido en Downing Street estaban contados; pero esta vez expresó su parecer con más tacto: «Todos nos miraban con más tacto». El 10 de enero de 1957, Eden presentó su dimisión a la Reina Isabel II. Aunque, a diferencia de Churchill, fue incapaz de controlar el proceso sucesorio del que salió como nuevo primer ministro Harold MacMillan, a quien Clarissa, mujer de carácter difícil y permeable al resentimiento, no perdonó nunca las «lágrimas de cocodrilo» que, según ella, derramó con motivo de la renuncia de su marido.

La pareja iba por fin a tener una existencia tranquila. Sobre todo gracias a la dedicación de Clarissa: Thorpe señala en su biografía que «sin la ayuda de su mujer, no podría haber vivido veinte años de una jubilación muy activa». El antiguo primer ministro, creado conde de Avon en 1961, dedicó ese tiempo a viajar, a escribir, a intervenir esporádicamente en la Cámara de los Lores y a no mostrar arrepentimiento alguno por la operación de Suez. Así fue hasta su muerte en 1977. Desde entonces, su viuda retomó su intensa vida de actividades sin olvidarse de preservar la memoria de su marido. Pero no publicando su propio libro de memorias, sino deslizando sus confidencias a historiadores. Original hasta su último suspiro: Clarissa Churchill, condesa de Avon, último testigo de un esplendor británico que se desvanece.

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