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29 de marzo de 2024

Un grupo de Talibanes, el pasado mes de agosto, en Kabul, tras tomar el poder de Afganistán

Un grupo de Talibanes, el pasado mes de agosto, en Kabul, tras tomar el poder en AfganistánGTRES

Internacional

Afganistán se asoma al abismo de la guerra civil entre talibanes y Estado Islámico

Aunque de número reducido, los combatientes de Estado Islámico suponen un problema para los talibanes. La guerra entre ambos grupos fundamentalistas ha agravado la situación humanitaria

Los talibanes prometieron paz, pero es el miedo lo que cala en la ciudad oriental de Jalalabad, impactada por ataques del grupo yihadista Estado Islámico (EI) y sus represalias, con cadáveres que aparecen misteriosamente en los ríos.
En la noche, los habitantes de este centro comercial en la provincia afgana de Nangarhar se apuran para llegar a casa antes de que caiga la oscuridad y empiecen los disparos, asustados tanto por el EI como por las indiscriminadas represalias de los talibanes.
Antes una fuerza periférica en Afganistán, los analistas indican que la rama local del Estado Islámico incrementó su actividad desde que Estados Unidos acordó con los talibanes en 2020 la retirada de las fuerzas extranjeras del país.
Los guerrilleros fundamentalistas, contrarios a cualquier compromiso con Occidente, tienen unas tropas aproximadas de entre 2.000 y 4.000 combatientes en Afganistán, lejos de los 80.000 de los talibanes.
La principal diferencia entre ambos grupos sunitas islamistas es que los talibanes solo se centran en Afganistán, mientras que el EI aspira a crear un califato islámico desde Turquía hasta Pakistán.
Los segundos se «han fortalecido» gracias a que los talibanes tomaron el control y abrieron las prisiones, donde había muchos miembros del EI, dice Ibraheem Bahiss, especialista en Afganistán del gabinete International Crisis Group.
Desde entonces, «la violencia contra los talibanes ha aumentado» aunque ellos intenten restarle importancia, asegura.

Diferentes relatos

En su cuartel, escoltado por docenas de talibanes fuertemente armados, el temido jefe de la inteligencia de Nangarhar menosprecia la amenaza.
El Estado Islámico «ya no existe» en la ciudad o en el resto de la provincia, asegura el oficial, que responde al nombre de Dr. Bashir.
Pero en las calles de Jalalabad, sus hombres presentan un relato distinto. «Estos días hay al menos un ataque semanal», dice Sajjad, jefe de una unidad talibán cuyos hombres están en alerta «todo el tiempo».
Los atacantes «llegan en grupos de dos o tres» en bicitaxis motorizados y «disparan contra nosotros con Kalashnikóvs o pistolas».
Según Abdul Sayed, académico especializado en redes yihadistas, el grupo es responsable de casi cien ataques desde mediados de septiembre (un 85 % contra los talibanes) y Jalalabad es su principal zona de actuación.
El ataque más sanguinario fue el atentado suicida con bombas en el aeropuerto de Kabul, desde el que decenas de miles de afganos trataban de huir de los nuevos dirigentes talibanes durante la caótica operación de evacuación occidental.
Más de 200 personas murieron ese 26 de agosto, entre ellos 13 estadounidenses. Las autoridades talibanas dijeron recientemente que han enviado 1.500 soldados para reforzar Jalalabad. «Perseguimos a los yihadistas día y noche», asegura Sajjad.
Según su jefe, el Dr. Bashir, unos 400 miembros del EI han sido arrestados en los últimos meses, aunque la cifra de fallecidos asegura no tenerla.

Decenas de cadáveres

Los talibanes han recibido la acusación de eliminar a sus enemigos de forma clandestina. Naciones Unidas les atribuye al menos 72 asesinatos, incluidos 50 supuestos miembros del EI en Nangarhar.
Los descubrimientos macabros alimentan las sospechas. Durante el último mes, han emergido cadáveres en los canales de los suburbios de Jalalabad.
A poca distancia del municipio de Bakhtan, un lavador de bicitaxis asegura a AFP que ha visto «cuatro o cinco» cadáveres recuperados. Un empresario local habla de tres. Varias fuentes en la provincia aseguran que han recuperado en ríos y arroyos hasta 150 cuerpos.
En Nangarhar está fuertemente arraigado el salafismo, una austera rama del sunismo introducido en la zona por yihadistas sauditas como Osama bin Laden durante la guerra contra la Unión Soviética.
Los salafistas más expertos no niegan que la comunidad ha sido un caladero para las filas del Estado Islámico, pero critican que ahora son castigados indiscriminadamente. «No todos los salafistas son miembros del Estado Islámico», afirma un anciano a AFP.
«A menudo es gente inocente la que atrapan, y a veces matan», coincide Bahiss, advirtiendo que esta represión de los talibanes contra todo el salafismo puede terminar fortaleciendo al EI.
Aunque el grupo yihadista todavía no tiene capacidad de operar más allá de Afganistán y Pakistán, «los países occidentales vigilan la amenaza y se la toman en serio».
En Jalalabad, las acusaciones contra los talibanes han sido silenciadas por miedo a represalias, por las pocas pruebas disponibles y por el hecho de que los cuerpos mutilados no siempre son identificables.
Los familiares de las víctimas y los periodistas locales tienen miedo. Uno publicó una información en una red social sobre un ataque en Jalalabad y recibió rápidamente una visita de los talibanes. «No habrá más avisos», le dijeron.
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