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03 de mayo de 2024

Juan Rodríguez Garat
Juan Rodríguez GaratAlmirante (R)

Hasta el último ucraniano: rusoplanismo y desinformación

Corresponde a los españoles decidir la huella que España debe dejar en el largo camino que la humanidad tiene por delante para construir un mundo en paz

Actualizada 04:30

Ukraine Army recruits take part in a trench warfare training session with members of Britain's and New Zealand's armed forces personnel, at a Ministry of Defence (MOD) training base in southern England on March 27, 2023. (Photo by Ben Stansall / AFP)

Reclutas del Ejército ucraniano participan en una sesión de entrenamiento de guerraAFP

Es muy probable que una amplia mayoría de los que se dicen terraplanistas no crean de verdad que la tierra sea plana. Hay otros motivos, además de las propias convicciones, para participar en las redes sociales de estos grupos y aparecer como uno más entre ellos. Uno de ellos es el pecaminoso placer de discrepar de la mayoría –preferiblemente de forma insultante– que está detrás del éxito de redes sociales como la antigua Twitter. Otra razón para relacionarse con los iniciados –y me incluyo en la lista de los culpables– es la de pasar un rato divertido con sus razonamientos.
No hace mucho, uno de los gurús del terraplanismo se preguntaba: «Si la tierra es redonda, ¿por qué no se cae el agua de la parte de abajo?» Y, preventivamente, añadía un razonamiento clave que da nuevo valor a lo que ya habían dicho muchos antes que él: «… y que no me vengan con el camelo de la gravedad». Efectivamente, si la gravedad es un camelo y los cuerpos solo caen hacia un «abajo universal» –sea esto lo que sea– porque ese es el orden natural de las cosas, la tierra solo puede ser plana.

Cambiando la realidad

Quienes, en lugar de negar la gravedad, niegan que Rusia haya invadido Ucrania, pueden llegar a conclusiones igualmente extravagantes aunque no sean tan divertidas. Si la invasión es un camelo, es posible achacar todo lo que ocurre en ese país a la ambición hegemónica de los EE.UU., a los intereses económicos de la industria de defensa norteamericana, al nazismo que renace en Europa o, simplemente, a la omnipresente rusofobia de que tanto se queja el Kremlin. Es posible incluso –Lavrov acaba de hacerlo en nombre de un Putin que ya apenas puede salir de Rusia– acordar en el G-20 una declaración de condena de quienes se apoderan por la fuerza de territorio ajeno, como si eso no fuera lo que ocurre en Ucrania.
Habrá gente –tiene que haber de todo– que honestamente crea que lo que Rusia lleva a cabo no es una invasión, sino «una operación especial para proteger el Donbás». Si son coherentes, quienes piensen así verán con preocupación los esfuerzos de Rusia para apoderarse también, a costa de decenas de miles de vidas, de Jersón y Zaporiyia. Preocupados por el sufrimiento de los pueblos, seguramente condenarán también los bombardeos de las ciudades ucranianas, en una escala que multiplica por cien los que padecieron los habitantes del Donbás durante la guerra civil. Habrá gente así, no lo dudo; pero yo, debo decirlo, no conozco a nadie que piense y actúe de forma tan coherente.

Quienes así piensen, no pueden menos que lamentar el error de cálculo de Putin

Habrá también personas que crean que la invasión de Ucrania es una defensa preventiva contra la expansión de la OTAN. Quienes así piensen, no pueden menos que lamentar el error de cálculo de Putin, que ha insuflado vida a una moribunda Alianza y ha añadido dos aliados más a su sempiterno «enemigo». Por desgracia, tampoco he encontrado a nadie que defienda esta equilibrada postura.
Habrá, por último, individuos que piensen que Rusia tiene derecho a poseer Ucrania porque en su día lo hicieron los zares y después los comunistas. Por mucho que la carta de las Naciones Unidas diga lo contrario, habrá quien crea que es la ONU la que se equivoca y que es legítimo esgrimir la historia para arrebatar la tierra del vecino más débil, aunque previamente se hayan garantizado sus fronteras por acuerdo de las dos partes. Quienes piensen así, se darán cuenta de que lo que quede de Ucrania al final de la guerra habrá sido empujado para siempre al otro lado. Por eso, lamentarán la incompetencia del Ejército ruso que, teniendo en los primeros momentos de la guerra todas las bazas ganadoras, no ha sabido llegar más lejos. De estos, sí me consta que existen algunos en Rusia: Prigozhin era uno de ellos. Aunque cada vez quedan menos porque Putin, que hasta hace poco los toleraba, últimamente los está asesinando o metiendo en la cárcel.

La esencia del rusoplanismo

Si existen posturas coherentes –ciertamente minoritarias– para defender la política del Kremlin, no son las que predominan en los espacios públicos de debate, ni en Rusia ni en Occidente.
A raíz de la reciente visita del secretario de Estado Blinken a Kiev, el inefable Dmitri Peskov volvió a asegurar que los Estados Unidos sostendrán «su» guerra contra Rusia «hasta el último ucraniano». Sería una opinión defendible como cualquier otra si no fuera porque, en los días pares, el Kremlin dice exactamente lo contrario: que Rusia ganará la guerra porque los norteamericanos se cansarán pronto de apoyar a un Zelenski insaciable en sus demandas de apoyo.
Obviamente, a Putin le interesa transmitir a los ucranianos la idea de que los norteamericanos los utilizan como peones; y también convencer a los rusos de que, por poco que avancen las cosas sobre el terreno, la guerra puede ganarse. Se resigna, por ello, a que quienes vemos el conflicto desde fuera podamos percibir que los argumentos que emplea para una u otra campaña de desinformación son diametralmente opuestos.
No es la única contradicción que podemos advertir en las campañas desinformativas de la Rusia de Putin. También le interesa al Kremlin vender a los europeos la idea de que, con el apoyo a Ucrania, están sacrificando sus intereses económicos en beneficio de los EE.UU. La cosa podría tener cierto sentido, pero pierde toda credibilidad cuando, al mismo tiempo, los portavoces del Kremlin aseguran a los norteamericanos que sus líderes se están gastando el dinero de sus impuestos para resolver un problema de los europeos.

La división de quienes dificultan su campaña de conquista en Ucrania les conviene

Nada tiene de particular que Rusia trate de desinformarnos. La división de quienes dificultan su campaña de conquista en Ucrania les conviene. El disimulo y el engaño son, probablemente, derechos que encajarían en cualquier definición moderna de las leyes del conflicto armado. Solo la sociedad rusa tendría algo que decir sobre cómo se ejerce ese derecho… si tuviera voz.
Tampoco me parece irrazonable que haya personas que, por separado, defiendan cualquiera de las ideas que emplea el Kremlin para sostener su esfuerzo de guerra… aunque eso suponga que tienen que cerrar sus ojos a las demás.
Sin embargo, el que de verdad cree que Zelenski es un títere de Biden y, a la vez, que Biden es un líder sin personalidad que está siendo manipulado por Zelenski; el que asegura que Rusia no lucha por el territorio, pero ganará la guerra si consigue quedarse con una parte del suelo ucraniano; el que defiende que los EE.UU. están tratando de dominar Europa y, a la vez, hartos de sacrificarse para defender los intereses de los europeos; y el que cree que un occidente «ya agotado» apoyará la guerra «hasta el último de los ucranianos»… ese es quien, en mi opinión, merece el nombre de rusoplanista.

El peligro de la desinformación

Hay, en ambos lados del espectro político español y occidental, rusoplanistas inocentes, motivados los de la derecha extrema por su fe en el totalitarismo y los de la extrema izquierda por su radicalismo antinorteamericano. Personas así no ofrecen peligro alguno, pero son los menos.
Entre esta peculiar tribu urbana, se camuflan quienes por su propio interés –da igual que quieran vender sus libros o que cobren de la embajada rusa– quieren convencer a los españoles de que tomen decisiones contrarias a su seguridad, como sería mirar para otro lado ante los desmanes de líderes sin conciencia como Putin, repudiar a la OTAN o ser desleales con nuestros aliados, abandonar la UE o dejar de apoyar los principios de la carta de la ONU.
Hace algún tiempo participé en un debate en un canal de televisión con una de las figuras prorrusas del momento. Insistía el hombre en que había que dejar las manos libres al Kremlin porque, si fracasase la invasión, Rusia podía destruirnos con sus armas nucleares. Unos días después, Putin reconoció por primera vez públicamente que no tenía sentido militar ni político el empleo de este tipo de armas en Ucrania. En el programa de la semana siguiente, el argumento del personaje en cuestión para que dejásemos en paz a Putin era exactamente el contrario: si los pobres rusos ni siquiera pueden vencer a Ucrania ¿cómo pueden ser una amenaza para nosotros?
Corresponde a los españoles decidir la huella que España debe dejar en el largo camino que la humanidad tiene por delante para construir un mundo en paz. Pero, como lo que está en juego en Ucrania es importante, es prudente que decidamos cuál es nuestra postura después de escuchar no solo las distintas voces sino, también, lo que estas mismas voces dicen los distintos días. Suele ser por ahí por donde a quienes mienten se les ve el plumero.
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