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05 de mayo de 2024

El presidente Pedro Sánchez, durante su visita al paso de Rafah, Egipto

El presidente Pedro Sánchez, durante su visita al paso de Rafah, EgiptoEFE

Sánchez dinamita la posibilidad de que España vuelva a acoger conversaciones de paz entre Israel y Palestina

El primer viaje oficial del presidente del Gobierno ha acabado con Israel convocando a la embajadora española en Tel Aviv

El primer viaje de Estado de un recién investido presidente suele dejar entrever las principales líneas de actuación del nuevo Gobierno en política exterior, así como quiénes serán sus socios clave en el plano internacional. En España, se suele repetir una constante. Los nuevos presidentes optan por viajar a Marruecos, en su primer viaje de Estado oficial. Todo parecía apuntar a que Pedro Sánchez, tras conseguir poner fin a una crisis diplomática que ya duraba más de un año –a cambio del reconocimiento del plan de autonomía marroquí sobre el Sáhara Occidental–, no cambiaría tan arraigada tradición.
Sánchez, sin embargo, se caracteriza, entre muchas otras cosas, por su capacidad de seguir sorprendiendo. El presidente del Gobierno anunció que su primer viaje no sería otro que a Israel, del que ha salido escaldado y con la embajadora española en Tel Aviv convocada para «ofrecer explicaciones». El líder del Partido Socialista pretendía seguir la estela de muchos otros jefes de Estado europeos que ya han visitado el país hebreo como muestra de su solidaridad, tras la masacre perpetrada por Hamás, el pasado 7 de octubre, en la que asesinaron a 1.200 israelíes, en su mayoría civiles, y 239 personas fueron tomadas como rehenes.
España, además, ostenta hasta diciembre la presidencia del Consejo de la Unión Europea, por lo que la visita de Sánchez a Israel cumple un doble cometido, sus palabras y su postura iban a ser analizadas al milímetro. Acompañado del primer ministro de Bélgica, Alexander De Croo, cuyo país asumirá la próxima presidencia rotaria de la UE, Sánchez finalizó el viernes una gira por Oriente Próximo que ha contado con paradas en Tel Aviv, Ramala – sede del gobierno y la capital de facto del Estado de Palestina– y El Cairo.
La prensa hebrea se encargó de caldear el ambiente ante la llegada del presidente del Gobierno, destacando la postura «antiisraelí» de algunos de los nuevos ministros. El diario Yedioth Ahronoth hizo mención explícita a Sira Rego, titular de la cartera de Juventud e Infancia y a Ernest Urtasun, de Cultura, que votaron en contra de una resolución en el Parlamento Europeo que condenaba los ataques terroristas de Hamás en Israel. Rego, de raíces palestinas, publicó el mismo día de la masacre un tuit, apoyando el derecho de Palestina «a resistir tras décadas de ocupación, apartheid y exilio».
Con todo esto, Sánchez que ya anunció, durante el debate de investidura, que España reconocería el Estado de Palestina puso rumbo al Estado judío, un día antes de que entrara en vigor el alto el fuego entre Israel y Hamás, tras más de un mes y medio de guerra. En Israel, el presidente del Gobierno español se reunió con su homólogo israelí, Isaac Herzog, el primer ministro, Benjamin Netanyahu, y el líder de la Autoridad Nacional Palestina, Mahmud Abbas. Como las imágenes valen más que mil palabras, Sánchez mostró un semblante serio ante Netanyahu, mientras que con el líder palestino dejo entrever una medio sonrisa.
Sánchez recriminó al primer ministro israelí que «la lucha contra el terrorismo no puede ser sólo con la fuerza». El presidente del Gobierno recordó a Netanyahu que «Israel tiene que seguir las leyes internacionales y las leyes internacionales humanitarias en su respuesta». Bibi –apodo con el que se refieren al primer ministro israelí– contestó a Sánchez mostrando los terribles vídeos de la masacre y que, poco después, vería en primera persona, con la visita al kibutz de Be'eri, donde Hamás asesinó a 80 personas.
En su encuentro con Abbas, mucho más distendido, defendió que debería ser la Autoridad Nacional Palestina quien se encargara de la administración de la Franja de Gaza, una vez finalice la guerra y, además, volvió a insinuar que España estaba dispuesta a reconocer el Estado de Palestina. Una promesa que hizo realidad desde Egipto, mientras que los rehenes israelíes en manos de Hamás eran trasladados hasta el paso de Rafah, que conecta la Península del Sinaí con Gaza, Sánchez anunciaba que, si la Unión Europea no se pone de acuerdo, España «tomará sus propias decisiones». O lo que viene a ser lo mismo, España reconocerá el Estado palestino.
Israel contestó de inmediato convocando a la embajadora de España en el país hebreo y, de paso, también al embajador belga, a los que ha acusado de «apoyar el terrorismo». La exigencia de Sánchez de que el país hebreo debe aplicar «un alto el fuego permanente» ha sido interpretada como un guiño a Hamás. El ministro de Asuntos Exteriores israelí, Eli Cohen, ha respondido que «después de la pausa, reanudaremos la operación de combate hasta que el dominio de Hamás en la Franja de Gaza sea eliminado y todos los rehenes sean liberados».
Antes incluso de que Sánchez diera el último bombazo informativo a modo de despedida de su gira por Oriente Próximo, Israel ya mostró su malestar anunciando que no asistiría al Foro Unión por el Mediterráneo (UpM), programado para el próximo lunes, en Barcelona. Esta decisión aleja más que nunca las pocas posibilidades que tenía España, aunque Sánchez pensara lo contrario, de acoger unas conversaciones de paz entre Israel y Palestina, como las celebradas en Madrid, en 1991, antesala de los Acuerdos de Oslo.
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