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Florentino Portero
AnálisisFlorentino Portero

El Eje París-Berlín

El Eje París-Berlín ya no actúa como locomotora, pero representa mejor que nadie la situación de Europa. Unas elites cuestionadas. Una sociedad fragmentada. Unos parlamentos inmanejables por las diferencias entre los distintos grupos

Actualizada 04:30

Macron y Scholz

Emmanuel Macron recibe a Olaf Scholz en el Palacio del ElíseoAFP

No podemos entender la construcción de la Europa de la posguerra y, en general, la historia del proceso de integración continental sin reconocer la importancia crítica que ha tenido el entendimiento, más bien habría que decir el esfuerzo por entenderse, de los sucesivos gobiernos de Francia y Alemania. Son las dos grandes potencias del Viejo Continente. Italia ha sufrido de una crónica inestabilidad política, que ha limitado su influencia, aunque siempre ha estado ahí, demostrando una formidable capacidad de adaptación. El Reino Unido llegó tarde y se fue el primero. En todo momento se encontró incómodo en un marco jurídico y en un proceso político ajenos a su tradición. En tiempos fue el eje París-Bonn, pero fue capaz de superar la unificación de Alemania. Con la incorporación de nuevos miembros su peso en número de votos disminuyó sensiblemente. Sin embargo, continuó reteniendo una formidable capacidad de iniciativa. El Eje no es lo que fue, pero su auctoritas es indiscutible.

Los medios de comunicación occidentales resaltan la coincidencia de que tanto Francia como Alemania se encuentren sin gobierno. Más aún, que hallándose en una indisimulada crisis política parezcan decididas a ahondar en ella. No se ve cómo podrán salir del marasmo provocado por unos parlamentos fragmentados, nítida expresión de sociedades divididas y enfrentadas entre sí. Los viejos consensos que permitieron en su día reconstruir y desarrollar ambos países se perdieron en el camino. Hoy el ciudadano de a pie no ve más futuro que el que se pueda construir a costa del vecino.

¿Podrá Macron formar un gobierno estable? Es poco probable, porque las distintas agrupaciones parlamentarias están gestionando su desgaste. ¿Podrá resistir mucho más tiempo sin convocar elecciones presidenciales, antesala de unas parlamentarias cuando la ley lo permita? En ese caso, ¿Surgirá una nueva mayoría parlamentaria o Francia volverá a instalarse en otra legislatura estéril?

El canciller Sholz no pudo contener las tensiones en su compleja coalición y finalmente se vio obligado a convocar elecciones para el próximo mes de febrero. Los sondeos nos adelantan un parlamento igualmente fragmentado, en el que el ganador —todo apunta a que serán los cristiano-demócratas— tendrá serias dificultades para conformar una mayoría parlamentaria alternativa, que pueda sostener un nuevo gobierno con capacidad para hacer frente a los muchos problemas que tiene ante sí.

No todo es un problema político, no siendo este menor. Francia y Alemania se encuentran además en serias dificultades económicas. No es nada nuevo, pero eso no le resta gravedad. Los últimos presidentes de la república —Sarkozy, Hollande, Macron— han tratado de sacar adelante reformas que aligeren la carga fiscal del estado y faciliten la reanimación de la inversión y la innovación. Han fracasado. El futuro económico de Francia choca con el muro de los franceses, gentes dotadas de una gigantesca mochila de derechos inalienables. Están condenando a sus hijos y nietos a una vida mucho más mediocre, pero seguro que no se sienten responsables de ello. Alemania ha sido el motor industrial del Viejo Continente. Su papel durante la III Revolución Industrial ha sido extraordinario, al tiempo que se convertía en modelo de economía social de mercado. Eso ya es historia. Sus dirigentes, empezando por los empresariales, se obstinaron en cerrar centrales nucleares, generar una dependencia del gas ruso y del mercado chino, tratando de hacerlo compatible con el liderazgo en Europa y la garantía de su seguridad en manos norteamericanas. Todo un disparate que los ha llevado a la recesión y al cuestionamiento de los pactos sociales, agravados por la inmigración y el desconcierto.

El Eje París-Berlín ya no actúa como locomotora, pero representa mejor que nadie la situación de Europa. Unas elites cuestionadas. Una sociedad fragmentada. Unos parlamentos inmanejables por las diferencias entre los distintos grupos. Unas economías deprimidas, que han abandonado el camino de la innovación y la productividad en un momento en el que el conjunto del planeta trata de encontrar su sitio en la Revolución Digital ¿En qué nos diferenciamos el resto de los estados europeos de las dos potencias de referencia, más allá de que nuestras elites son aún más mediocres?

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