El cáncer de Bruselas: o lo extirpamos, o acabará matando al paciente
Europa se indigna porque «papá» EE.UU. le quiere cortar la paga. Desde la II Guerra Mundial, EE.UU. ha sido el garante de la seguridad europea en vidas y dinero. Ahora que Washington le exige que pague sus propias copas, la respuesta es un berrinche colectivo

La presidenta de la Comisión Europea, Ursula Von der Leyen, y el presidente de EEUU, Donald Trump
En la raíz del conflicto entre Estados Unidos y la Unión Europea se encuentra un problema fundamental: la falta de democracia real en los procesos de decisión que dominan la UE y, en particular, la omnipotente burocracia de Bruselas.
Estados Unidos no es ajeno a este problema. Durante décadas, ha desarrollado un Estado administrativo que opera de espaldas a la voluntad de los electores. De hecho, se puede argumentar que el sustento ideológico de la situación europea actual, la conocida como la cultura woke, surge de las universidades de elite norteamericanas. Sin embargo, en Europa, este fenómeno es aún más extremo que en los USA.
En USA, gracias a la absoluta convicción que la libertad de expresión radical corrige todas las ideas locas que surgen de los iluminati, por fin se ha puesto pie en pared ante las locuras de una elite desnortada. Desgraciadamente, en Europa, para todo el entramado político–administrativo, desde su concepción, las élites diseñaron un sistema donde los burócratas que controlan la vida diaria de millones de ciudadanos están separados uno o dos niveles de sus verdaderos accionistas: los votantes. No hay ciudadano o movimiento que pueda enfrentarse a ellos; están dos murallas chinas detrás de cualquier ataque.
La clave de este diseño es asegurar que sus decisiones, inapelables y autoejecutadas, no puedan ser cuestionadas ni votadas por los ciudadanos a los que supuestamente sirven. Ejemplos hay muchos: desde las draconianas regulaciones agrarias que asfixian el campo, hasta las absurdas botellas de plástico con tapones adheridos o la locura de la desindustrialización europea, sacrificada en el altar de la eco-sostenibilidad.La reacción ante las críticas de EE.UU.
Cuando el vicepresidente J.D. Vance sometió a la UE a un brutal psicoanálisis, la reacción de las élites europeas fue tan infantil como reveladora. La derecha acusó a Trump de «vender» a Ucrania, como si el objetivo del presidente fuera solo negociar una transacción, sin importar las consecuencias. Curiosamente, los más indignados con esta supuesta «traición» no parecen muy dispuestos a alistar a sus hijos para defender el «futuro de Europa» que tanto dicen preocuparles. Eso sí, cuando toca pagar la factura, prefieren que siga haciéndolo EE.UU.
Los mas listos entre ellos, hablan de supuestas traiciones a la tradición de Roosevelt, Eisenhower, Kennedy o Reagan. Pero a la hora de pagar la factura, económica y fundamental, que supone el diagnostico de Vance, mutis por el forro. La izquierda, como siempre sibilina, organiza cumbres y reuniones para lograr un supuesto consenso. Cuando se da cuenta que con tanto gallo en el corral no hay consenso que valga, salva la cara aceptando, soto voce, que Europa necesita una defensa propia, pero no quiere pagarla. Sueñan con un ejército Europeo financiado con deuda a largo plazo pagada por otros, porque de lo contrario tendrían que admitir que el gasto en defensa es incompatible con la generosidad socioeconómica y ambientalista en la que llevan décadas instalados. Y, al igual que la derecha, no acepta, que habrá muertos, y que, esta vez serán nuestros.
En ambos lados ideológicos, la reacción es la misma: una rabieta infantil. Como un adolescente malcriado, Europa se indigna porque «papá» EE.UU. le quiere cortar la paga. Desde la II Guerra Mundial, EE.UU. ha sido el garante de la seguridad europea en vidas y dinero. Ahora que Washington exige a Europa que se pague sus propias copas, la respuesta es un berrinche colectivo.
Lo que Europa se niega a aceptar
En esta crisis de identidad europea, se ignora la reflexión central de Vance: Europa ha construido un sistema de gobernanza que opera de espaldas a sus votantes, y como tal, va a perder la legitimidad que se exige cuando le pides a tus votantes que manden a sus hijos a morir por la causa. Destrozan la competitividad industrial con políticas energéticas irracionales que encarecen artificialmente el producto europeo. Hiper-regulan hasta el mínimo detalle de la vida cotidiana, con una eurócracia todopoderosa que no responde ante nadie. Controlan la libertad de expresión en nombre de una cultura de hipersensibilidad donde el ofendido, por el mero hecho de serlo, siempre tiene razón. Y sobre todo, si el votante se sale de madre y dice lo que piensa, le tachamos de homófobo, xenofobo, misogino, o cualquier otro adjetivo ofensivo que se me ocurra, con el preferido siendo «fascista».
Mientras tanto, con Europa masajeándose el ombligo de complacencia del que se sabe superior, China y Estados Unidos los adelantan por la derecha, por la izquierda, por arriba y por abajo. Y, los europeos, indignados ante la arrogancia de los barbaros, siguen pretendiendo que otros paguen la fiesta.
Reforma o extinción: el dilema europeo
La terapia de shock propuesta por Vance puede salvar al paciente o matarlo. Lo que está claro es que la Europa actual necesita una cura urgente: Revitalizar su economía para recuperar competitividad. Construir una defensa propia real, no clientelar, y pagar por ella. Reformar su modelo de gobernanza para devolver el poder a los votantes. Si la Agenda 2030 no cuenta con respaldo ciudadano, debe ser revisada. Si el campo europeo se ve asfixiado por regulaciones que no cumplen sus competidores extranjeros, es hora de replantearlas o imponer las mismas reglas a los exportadores. Si ni los líderes políticos pueden soportar los tapones de plástico, tal vez sea momento de reconsiderarlos.
Europa puede desandar el camino de decadencia de las últimas tres décadas. Pero eso depende de sus líderes y votantes. Si lo hacen, Europa puede resurgir como un actor global relevante; si no, las consecuencias serán claras: Convertirse en un museo viviente, un parque temático de «lo que fue», al que vendrán millonarios americanos y chinos a tomar fotos y comprar souvenirs. Y si tienen suerte, les compran el castillo.
Extirpar el cáncer de la burocracia
El primer paso para evitar la decadencia irreversible es acabar con el monstruo burocrático en el que se ha convertido la UE. Bruselas se ha convertido en un monstruo autónomo, regulador de todo y responsable ante nadie. Las leyes que rigen Europa son decididas por tecnócratas que nadie eligió, rodeados de jueces nombrados por presiones políticas y con salarios millonarios cuyo único incentivo es mantenerse en el poder. Controlan todo hasta el punto que, cuando un gobierno nacional quiere pasar una regulación o ley impopular, siempre apela a «Europa», Bruselas, o, el más ofensivo, «los países de nuestro entorno». Si este sistema no se reforma, el rechazo a las instituciones europeas solo seguirá creciendo. Al final, Bruselas logrará lo impensable: que los europeos prefieran largarse de la fiesta.
Quizás deshacer el entramado corrupto que lleva construyéndose más de dos décadas no sea fácil
Quizás deshacer el entramado corrupto que lleva construyéndose más de dos décadas no sea fácil. Pero hay algunos pasos que, sin duda, pueden ayudar a reconectar a Europa con sus votantes. Para empezar, asegurar que la elección de los consejeros del gobierno europeo sea individualmente votada por el parlamento, así asegurando que la elección de inútiles tan frecuentes en el gobierno europeo, no se acabe, pero por lo menos que sea sometida al escrutinio de los representantes del pueblo, y así reducir – sino eliminar– el número de inútiles que acaban en el cementerio de elefantes en el que se ha convertido la comisión.
Segundo que las regulaciones de Bruselas sean sometidas a la aprobación del mismo parlamento, o que, por lo menos, el parlamento pueda derogar, por mayoría simple, aquellas regulaciones o «directrices» que no considere adecuadas, necesitándose un voto de ¾ del consejo para superar el veto del parlamento. Por último, que toda regulación o directriz que conlleve un gasto adicional requiera una fuente de ingresos que asegure que la implementación de dicha regulación no conlleve una carga adicional a las empresas europeas.
Ucrania y el desenlace inevitable
Volviendo a la cuestión que desató todo este debate: Ucrania. Si la situación explota, no hay duda de que Estados Unidos acudirá al rescate. Pero esta vez, las reglas del juego serán distintas: Washington exigirá que Europa ponga tanto el dinero como los muertos. Estados Unidos no va a ser un seguro, sino un reaseguro. Pero Europa tiene que asumir el precio de la prima. Mas allá de Ucrania, Vance ha puesto a Europa ante un cruce de caminos. Puede seguir eligiendo la comodidad de la complacencia, la decadencia y la obsolescencia, o tomar las riendas de su destino. La decisión está en sus manos. Pero el tiempo para decidir se agota. Podemos seguir llorando en nuestro cuarto porque papa ya no nos quiere, o salir del cuarto y ponernos a trabajar en McDonald’s.