Ochenta años después
Fundamental saber que la alternativa es tarde o temprano el infierno, socialista o islamista. Y que es necesario tener miedo a lo que pueda esperar a nuestros hijos para perder el miedo a las consecuencias de actuar ahora
El pasado jueves se cumplían 80 años de la derrota militar del nacionalsocialismo alemán y el final de la Segunda Guerra Mundial en Europa. Se cerraba así una de las páginas más monstruosas de la historia de la humanidad. Generada, recuérdenlo, por ideas monstruosas europeas y con actores criminales europeos siempre en la Europa de la Ilustración. En el Europarlamento en Estrasburgo se celebró con este motivo un debate que volvió a demostrar no solo que la memoria palidece con el tiempo, sino que la política actual es ya en realidad sorda a los ecos de la historia.
El 8 de mayo de 1945 concluyó en Europa una guerra con colosales tragedias solapadas. Y el origen de este colapso de la humanidad estuvo en Alemania. Fue la nación que se consideraba el pueblo de los poetas y los pensadores, vanguardia del desarrollo, de la cultura y de la civilización, la causante inicial de esta guerra de agresión y de la inmensa y terrorífica excepcionalidad del genocidio industrializado que fue el Holocausto. Fue una operación cualitativamente única porque volcaba el interés y esfuerzo prioritario de un Estado moderno en el exterminio de otro pueblo, el judío.
Una prioridad que muchas veces eclipsaba el propio esfuerzo de guerra de una Alemania ya rodeada de enemigos y con una guerra que cambiaba de signo precisamente cuando se organizaba la «solución final».
La vesania criminal del nacionalsocialismo surge de la arrogancia de un idealismo totalitario que prima la utopía humana sobre el respeto a la sacralidad de la vida humana hasta caer al agujero negro del crimen total.
Pretendían lograr un mundo ideal libre de imperfecciones y debilidades. «Am Deutsche Wesen soll die Welt genesen», la esencia alemana sanará al mundo, es un lema que resuena y no es nacionalsocialista sino producto del romanticismo y del imparable avance de las emociones y los sentimientos sobre la racionalidad en la vida política y cultural de los alemanes. Muy pocos recordaron en Estrasburgo los orígenes supremacistas de esta guerra en la que lucharían al final una ideología criminal contra otra muy similar que tuvo la decisiva ventaja de tener de improbable aliado al defensor de la libertad.
De le percepción de superioridad siempre latente en el mayor pueblo de Europa tuvimos una réplica contemporánea trágica para los alemanes y para todo el continente muchos años más tarde. Fue cuando Angela Merkel tiró por la borda toda prudencia y responsabilidad y anunció una apertura de fronteras que se convirtió en un llamamiento a todos los que huían de sus países por los motivos que fueran a buscar refugio en el Alemania, el corazón de Europa.
Desde Alemania llamó Merkel, pero allí solo se llega cruzando muchos otros países europeos que ni querían fronteras abiertas ni se veían movidos por la ola de sentimentalismo que promovieron Merkel, su Gobierno y los medios alemanes, ya todos uniformados. Así se causó una colosal oleada inmigratoria que ha sido el peor golpe dado a la cohesión, a la seguridad y al bienestar de los alemanes desde hace exactamente 80 años.
«Wir schaffen es!», dijo Merkel en este grito de soberbia de «¡Nosotros lo vamos a lograr!». Aquella delirante manifestación de arrogancia con esa proclamación de que Alemania acogería a todo el que quisiera llegar no estaba lejos de los cánticos de los años treinta en los que se prometía que la conquista alemana del mundo haría felices a todos los que se lo merecieran.
Como no está tampoco muy lejos de la infinita soberbia del movimiento de los Verdes que han sido los promotores y los que han llevado a todos los partidos tradicionales alemanes a una política de ecologismo radical irracional y a una histeria climática que ha llevado a toda Europa a una política energética, industrial, agrícola y cultural volcada contra los intereses reales de los pueblos europeos.
Ha sido infinito el daño de ese mensaje mesiánico, tan arrogante, sentimental y romántico. Pero está ya tan interiorizado en la sociedad alemana como en otros momentos otras obsesiones y acabó imponiendo el concepto de «la neutralidad climática», que en delirante acción del nuevo Gobierno dirigido por Friedrich Merz ha sido incluido en una reforma de la Ley Fundamental alemana.
Una reforma hecha, por cierto, en una operación torticera y deshonesta que ha recurrido a una mayoría ya inexistente del Bundestag ya desautorizado por las elecciones de febrero porque la nueva relación de fuerzas en el Bundestag nuevo hacía imposible esta reforma. En todo caso la política suicida de Alemania, que ya sufre severamente sus efectos, fue traslada con plena complicidad del globalismo inane de Emmanuel Macron en París a toda la Unión Europea especialmente en últimos seis delirantes años de la alemana Ursula von der Leyen como presidenta de la Comisión Europa. Como era fácil de adelantar en un análisis racional y las fuerzas conservadoras aun en minoría en el Europarlamento ya advirtieron, esta política simbolizada por el Pacto Verde, ha resultado ser destructiva y suicida en la carrera de la competencia con otras regiones del mundo con proyectos de desarrollo sobrios. La unión Europea es cada vez más pobre y los ciudadanos de sus países menos libres. Y la ventaja en el desarrollo y crecimiento de Estados Unidos e incluso China aumenta sin cesar.
Todo esto son regalos del romanticismo alemán como lo es incluso el marxismo y desde luego el nacionalsocialismo, la incorregible vocación de los alemanes a querer corregir, ocupar, salvar o educar al resto de sus vecinos y del mundo. En el resto del mundo no le han hecho ni caso a esta nueva oleada de ideología redentora ecologista. Pero en Europa la han impuesto con unos efectos devastadores.
Volviendo a los efectos de colosal letalidad del anterior experimento alemán, hay que recordar que la guerra que concluyó hace ahora 80 años mató a 60 millones. El nazismo que planeaba un Tercer Reich de mil años se quedó en 12 años. El nazismo, como ideología criminal ominosa dejó de existir como proyecto político.
Pero quedó el comunismo, la otra ideología redentora inventada por alemanes en pos del mundo ideal que solo genera los más monstruosos infiernos. El comunismo asesinó en poco mas de un siglo a cien millones, sigue hoy vivo y presente en muchos parlamentos y gobierna por ejemplo en Cuba, en Venezuela y también en España. Porque muchos no quieren recordar que el 8 de mayo se liberó una parte de Europa, la que tuvo la suerte de ser liberada desde Normandía y desde África por fuerzas norteamericanas y sus aliados. La otra parte de Europa, solo cambió una tiranía asesina por otra y esta segunda mucho más longeva. Porque ni siquiera murió tras caer el muro de Berlín y liberarse los países centroeuropeos, bálticos y balcánicos que habían sufrido 40 años de terror del socialismo soviético.
El comunismo y su proyecto totalitario se transformó con muchas diversas mutaciones, en socialismo vegano, carnívoro y caníbal según el daño y la violencia y coacción aplicada para conseguir sus fines. En el mundo desarrollado aplicó los consejos de Antonio Gramsci y la Escuela de Frankfurt que había puesto todos los huevos de la serpiente por las universidades de las élites norteamericanas en los años treinta y cuarenta y después de nuevo en Europa. Y así fue conquistando todos los campos de la actividad humana desde la universidad a la educación primaria, la información, los medios, la comunicación, la cultura, la Iglesia y después los partidos no ya solo de la izquierda sino también de lo que fueron los partidos conservadores y democristianos de la llamada centroderecha. Todos ellos forman hoy con las clases dirigentes económicas, financieras, jurídicas y culturales salidas de todas esas universidades y adaptados sus intereses personales a la presión de la coacción ideológica permanente, un frente amplio en el que la mayoría se ofendería si se le llama comunista, pero que tiene unos fines que son los del socialismo y el fin de la libertad individual y la civilización occidentales de las democracias y la pluralidad. Llámenlo socialdemocracia si quieren, pero lo excepcional es que una vez más partiendo de Alemania se logró extender u conquistar prácticamente la totalidad del arco político de los países occidentales. Hoy la CDU está muy a la izquierda del SPD de los años sesenta tras su congreso de Bad Godesberg.
La auténtica pluralidad que supone la existencia de opciones distintas a los partidos socialdemócratas es ya combatida sin escrúpulos por la Unión Europea utilizando el dinero público para destruir a todos los que se oponen a su proyecto antinacional. Por medio de la ingeniería social, del igualitarismo colectivista, de la destrucción de los valores referenciales de la civilización occidental y la masiva coacción ideológica en Europa están utilizando la vía del socialismo vegano para llevarnos al mismo sitio al que se dirigen el carnívoro de formas más brutales de regímenes o el directamente caníbal de Cuba, Venezuela, cada vez más España, pero sobre todo China. Porque China es en realidad el objeto de su envidia. La forma de tratar a sus ciudadanos del régimen del Partido Comunista Chino es lo que tanto han aplaudido los grandes transformadores del Foro de Davos, desde Bill Gates a Klaus Schwab.
Para hacer frente a esta colosal ofensiva liberticida, tenemos recursos, los defensores de la libertad y la verdad. Fundamental saber que la alternativa es tarde o temprano el infierno, socialista o islamista. Y que es necesario tener miedo a lo que pueda esperar a nuestros hijos para perder el miedo a las consecuencias de actuar ahora. Un acicate para ello es el homenaje 80 años después a tantos millones de víctimas de las ideologías redentoras totalitarias en el siglo XX, proyectos criminales a las que hay que combatir siempre, por seductoras que parezcan sus formas. Porque todas tienen el mismo fin, erradicar en el individuo las ansias de libertad y de verdad que siempre tendrá el ser humano que se sabe con alma.