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Zoé Valdés
AnálisisZoé Valdés

Austeridad histórica en Francia: la propuesta de Bayrou y sus implicaciones nacionales

Fiel a su carácter de gran azote de la deuda pública, el primer ministro francés pronunció un discurso verdaderamente lúcido sobre la situación financiera del país y su adicción al dinero público

El primer ministro francés, François Bayrou, en Francia

El primer ministro francés, François Bayrou, en FranciaAFP

El pasado martes, el primer ministro galo, François Bayrou, sacudió al país al presentar un plan de austeridad sin precedentes en la historia reciente de Francia. Ni siquiera en los años finales de la era de François Mitterrand, cuando el gasto público y la asistencia social se expandieron considerablemente, se había visto una estrategia tan decidida para frenar la deuda nacional. El mensaje es claro: Francia enfrenta una encrucijada financiera, y solo una acción contundente podrá estabilizar –estabilizar, por ahora– una deuda que ha escapado a todo control.

En el contexto de la crisis, Francia se encuentra actualmente en una situación delicada. El endeudamiento público ha alcanzado niveles considerados insostenibles por analistas y organismos internacionales. La lenta recuperación económica, sumada a los efectos de crisis previas y el peso persistente de un Estado de bienestar generoso compulsivo, ha reducido el margen de maniobra del Gobierno. En este escenario crítico, hacia lo extraño, la presión de los mercados y de las instituciones de la Unión Europea se ha vuelto cada vez más intensa.

Dentro de las características principales del plan, la propuesta de Bayrou se distingue por su alcance y rigor, siempre ha sido un ente de rigor. Se trata de una hoja de ruta austera que, de aprobarse, se mantendría vigente durante varios años, como mínimo el tiempo necesario para frenar el crecimiento desbocado de la deuda. Este esfuerzo colectivo busca una reestructuración profunda de las finanzas públicas, basada en los siguientes ejes:

Reducción drástica del gasto público: se revisarán partidas en todos los sectores, desde la administración central hasta los servicios sociales, con el objetivo de optimizar recursos y eliminar duplicidades.Reforma en el sistema de asistencia social: aunque la protección social sigue siendo prioritaria, se prevén ajustes para hacerla más eficiente y sostenible en el mediano plazo.Ajuste fiscal: se contempla una revisión de los impuestos y tasas, buscando repartir la carga entre todos los sectores de la sociedad, con especial énfasis en que ningún grupo quede exento de contribuir al esfuerzo nacional.Transparencia y evaluación permanente: el plan será sometido a una supervisión rigurosa, con indicadores públicos de avance y espacios de diálogo social para adaptar las medidas si es necesario.

Una promesa de austeridad generalizada que significa un impacto social de amplitud fuera de liga. La promesa central es que ninguna persona quedará al margen del ajuste: desde los altos funcionarios hasta las personas beneficiarias de ayudas, pasando por empresas y distintos niveles de administración. Esta dimensión universal es, según Bayrou, la única vía para recuperar la confianza interna y externa y evitar medidas aún más drásticas en el futuro.

El anuncio ha generado un intenso debate. Por un lado, hay sectores que reconocen la necesidad y el coraje político de abordar el problema de raíz; por otro, existen temores fundados sobre las consecuencias sociales, especialmente para los más vulnerables, que no siempre coinciden quiénes son en dependencia de quiénes los consideran y de sus ideologías. Sindicatos, partidos de oposición y organizaciones civiles ya han manifestado reservas y han pedido claridad en la implementación y garantías de protección para quienes más lo necesitan. Los sindicatos no forzosamente defienden a los sindicalistas, y las asociaciones humanitarias se han olvidado de los franceses, y de sus agricultores.

Si el plan es aprobado e implementado tal y como se ha presentado, la perspectiva de futuro en Francia podría marcar un punto de inflexión en su gestión financiera. No obstante, el éxito de la estrategia dependerá tanto de la voluntad política como del acompañamiento social y la capacidad de amortiguar sus efectos más duros. Aun así, como Bayrou ha advertido, el objetivo inmediato es apenas estabilizar la deuda; la recuperación y el crecimiento sostenido serán retos posteriores. Y lo sitúa a él frente al presidente Emmanuel Macron, y deja a su sustituto en futuras elecciones en una posición muy comprometida. El país entra así en un periodo de incertidumbre y fatua esperanza, donde la responsabilidad colectiva y el sacrificio serán las claves para sortear la tempestad y sentar las bases de una nueva etapa de presumible estabilidad.

Nada garantizaría que su plan encontrará la mayoría en una Asamblea que se ha vuelto ingobernable

Fiel a su carácter de gran azote de la deuda pública, el primer ministro francés pronunció un discurso verdaderamente lúcido sobre la situación financiera del país y su adicción al dinero público. Y como cualquier centrista que se precie, intentó ofrecer garantías tanto a la derecha como a la izquierda: una medida laboral por aquí, la promesa de gravar a los ricos por allá. Sin embargo, nada garantizaría que su plan encontrará la mayoría en una Asamblea que se ha vuelto ingobernable.

La fragilidad política del momento es palpable. Cada grupo parlamentario, cada facción y cada líder de opinión hace sentir su peso, amplificando la complejidad de alcanzar consensos duraderos, y los coloca en un tablero sin basamento. Por más que el plan de Bayrou intente conciliar sensibilidades y equilibrar sacrificios, la realidad es que la pluralidad de intereses convierte a la Asamblea en un escenario volátil, donde cualquier avance podía disiparse a la mínima señal de descontento. De tal modo, el futuro inmediato de la reforma quedaba suspendido entre la necesidad imperiosa de cambio y la incertidumbre institucional, con la sociedad que observa inquieta, expectante, la posibilidad –o el riesgo– de un nuevo comienzo. No se ha llegado todavía a la esperanza de un Javier Milei y su motosierra.

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