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La derecha francesa provoca su propio naufragio


Las divisiones internas y la indefinición doctrinal y estratégica frente a Le Pen y Macron han llevado al partido antaño hegemónico a la irrelevancia

Macron Le Pen Francia

Emmanuel Macron y Marine Le Pen durante el debate de las últimas elecciones en FranciaAFP

La decisión del presidente de la cúpula de Los Republicanos (LR) de no participar en el segundo Gobierno presidido por Sébastien Lecornu es la última peripecia de una serie trágica que está llevando al partido –el que más tiempo ha gobernado Francia desde 1958, fecha del advenimiento de la V República– a la irrelevancia política.

No tanto por la decisión en sí –puede ser incluso acertada, teniendo en cuenta la poca esperanza generada por el nuevo intento de Lecornu– como por la forma en que se tomó: ha sido impuesta por el presidente de LR y ministro saliente del Interior, Bruno Retailleau, en contra del criterio del grupo parlamentario, controlado con mano férrea por Laurent Wauquiez. De nuevo, la perspectiva de una escisión acecha a la derecha francesa.

Sería, de producirse, el (auto)tiro de gracia de un proceso autodestructivo iniciado en 2012. Aquel año, Nicolás Sarkozy, presidente desde 2007, fue derrotado por el socialista François Hollande en la carrera hacia el Elíseo. Sin embargo, la Unión por un Movimiento Popular (UMP), la formación en la que Jacques Chirac había logrado agrupar a gaullistas, liberales, democristianos y centristas, y que Sarkozy había consolidado, obtuvo 229 diputados en las elecciones legislativas que siguieron. Vencida, pero no aplastada.

La UMP disponía, pues, de un ingente capital político para encarar la oposición a la gestión de Hollande y sus gobiernos. Mas la alegría fue de corta duración: en noviembre de 2012, la áspera rivalidad entre François Fillon y Jean-François Copé por el control del partido desembocó en un combate de traperos, con acusaciones de tongo incluidas. Al final ganó Copé, si bien su presidencia, que duró hasta su dimisión forzada en 2014, estuvo viciada desde el principio.

Es la razón principal por la que Sarkozy decidió volver a la contienda política, pese a a su promesa de no hacerlo. Al retomar el control del partido, propuso renombrarlo: Los Republicanos. Pero el ajuste cosmético apenas difuminaba los problemas endémicos de la formación, empezando por las divisiones internas. La consecuencia más palpable fue la ineficiencia de la oposición de Los Republicanos a las poco edificantes políticas de Hollande.

El resultado ya se había visto en los comicios europeos de 2014, los primeros en los que la formación de centro derecha que, bajo sucesivas denominaciones, había regido los destinos de Francia durante 39 años entre 1958 y 2012, fue superada por Marine Le Pen y sus tropas.

Era la primera vez y no precisamente la última, como los hechos se han encargado de demostrar. En esta primera etapa del camino hacia la irrelevancia jugó un papel crucial la indefinición doctrinal y programática de Los Republicanos.

Tanto sus bases como su dirigencia estaban divididas en varios puntos esenciales. El más problemático, en clave estratégica, era el europeo: la derecha francesa siempre ha estado dividida al respecto entre partidarios de la integración, en clave federalista y los defensores, llamados «soberanistas», de una Europa de las Naciones, de corte intergubernamental. Pero también el asunto del matrimonio homosexual, que partió a Los Republicanos en dos durante su proceso de aprobación, impulsado por Hollande, en 2012-2013, si bien ya nadie dentro de la derecha apuesta por su derogación. Ni el muy católico Retailleau.

Con todo, tanto la relación con Bruselas como el debate antropológico –que también incluye a la eutanasia– han lastrado de forma duradera al partido y se han superpuesto a la interminable guerre des chefs. Ésta, precisamente, conoció un punto álgido con motivo de las primarias de 2016, en las que participaron un Sarkozy convertido en caricatura de sí mismo, los ex primeros ministros Alain Juppé y François Fillon, así como una ristra de segundones que nunca han terminado de despuntar.

Ganó Fillon y su posterior calvario judicial privó a Los Republicanos de lo que pensaban que iba a ser una alternancia clásica. Este quinquenio negro par el partido fue narrado por los periodistas Gérard Davet y Fabrice Lhomme en dos libros de titulares muy significativos: La haine, el odio, y Apocalypse, que no precisa traducción.

El odio siguió en pie –hoy entre Wauquiez y Retailleau, que llegaron por separado hace tres días a la última convocatoria de partidos impulsada por Emmanuel Macron– mientras que el apocalipsis fue alcanzado por los 4.78% de la candidata Valérie Pécresse en las presidenciales de 2022. Entre tanto, Macron se había encargado de deshilachar al partido fichando, para sus gobiernos, a figuras suyas como el mismísimo Lecornu, Bruno Le Maire, cuya efímera vuelta, esta vez al ministerio de Defensa, ha desencadenado la ira de Retailleau y la enésima crisis en el seno de Los Republicanos.

La escisión y cinco partidos

¿Será la definitiva? Lo cierto es que, pese a haber sido, con su sesentena de diputados –¡Ay las fenecidas épocas de las mayorías absolutas– un socio crucial de Macron en su segundo mandato, su incapacidad estratégica a ensanchar espacio político entre el presidente de la República y Le Pen, La derecha francesa está hoy fraccionada, además de Los Republicanos, en cuatro partidos escindidos de la formación original: Horizons, del ex primer ministro Édouard Philippe, Agir (Actuar), la Unión Demócrata Independiente y la Unión de las Derechas por la República. El naufragio está consumado.

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