Keir Starmer y Xi Jinping en una imagen de archivo
Cómo se fraguó el caso de espionaje con China que amenaza la estabilidad del Gobierno de Starmer
El laborismo británico, que hace apenas un año se encontraba estaba exultante celebrando su victoria en las elecciones, no para de ver cómo le crecen los problemas. Tras el malestar general con la inmigración, y el auge sin precedentes de Reform UK en los sondeos, ahora son dos hombres sin mayor peso político los que empezaron un terremoto que hace temblar los cada vez más frágiles cimientos sobre los que se sostiene el primer ministro, Keir Starmer.
Christopher Cash, exasesor parlamentario, y Christopher Berry, un académico vinculado a varios think tanks británicos, fueron detenidos en marzo de 2023 bajo sospecha de violar la Ley de Secretos Oficiales. Concretamente, se les acusó de entregar información política a un agente chino identificado como 'Alex'. En particular, se encontraron pruebas de que Cash comentó a Berry que Ton Tugendhat –por entonces diputado conservador y posteriormente ministro de Seguridad– recibiría un cargo de gabinete. Esa información, según la acusación, fue transmitida a Alex pocas horas después.
También se señala que Berry viajó en 2022 a la localidad china de Hangzhou, donde se reunió con un alto cargo del Partido Comunista chino cercano al presidente, Xi Jinping. Los fiscales afirmaban que esos contactos proporcionaron a Pekín «una ventaja táctica o estratégica» al permitirle anticipar movimientos en la política británica hacia China.
El caso, que generó un fuerte impacto mediático en su momento, dio un giro hace unas semanas cuando la Fiscalía de la Corona (CPS) decidió archivarlo, argumentando que el Gobierno británico no había aportado las pruebas necesarias para acreditar que China constituía una amenaza a la seguridad nacional. Concretamente, el alto funcionario Matthew Collins, viceconsejero de Seguridad Nacional, se negó a describir formalmente a China como una amenaza, pese a reconocer la existencia de «operaciones de espionaje a gran escala» y ataques cibernéticos dirigidos a instituciones británicas.
En realidad esta postura de Collins no fue un desafío a las autoridades, sino una continuación de políticas ambiguas entre Reino Unido y China desde que el conservador David Cameron inauguró la denominada «edad dorada de las relaciones con Pekín». China sigue siendo, según la retórica oficial, una mezcla incómoda de «socio económico indispensable» y «desafío estratégico».
Christopher Cash y Christopher Berry fueron acusados de espiar para China
Sin embargo, buscando atacar su debilidad, ahora la oposición acusa a Starmer de debilidad y apaciguamiento a la hora de plantar cara al gigante asiático. «Una grave amenaza a la seguridad nacional ha sido enterrada porque este Gobierno no se atreve a plantar cara a China», denunció esta semana la líder conservadora, Kemi Badenoch, durante la sesión de control en la Cámara de los Comunes.
El propio mandatario británico también cometió un error de cálculo y, tras varios días, anunció que publicará íntegramente las declaraciones de Collins remitidas a la Fiscalía, con la esperanza de demostrar que el colapso del caso responde a una herencia del anterior Gobierno conservador, que tampoco definió a China como amenaza.
Pero el movimiento no ha servido para calmar las aguas. Una investigación del diario The Times ha descubierto que Jonathan Powell, actual Consejero de Seguridad Nacional y hombre clave en Downing Street, fue una figura importante a la hora de frenar cualquier declaración que comprometiera las relaciones entre Londres y Pekín. Por si fuera poco, Powell fue uno de los arquitectos del marco de cooperación económica con China impulsado por el propio Starmer.
«Este caso no trata solo de dos hombres acusados de espionaje, sino de una línea roja que el Gobierno británico se niega a cruzar», resumió un antiguo miembro del MI5 citado por la BBC. «Reconocer a China como una amenaza implicaría redefinir toda la política exterior y económica del Reino Unido. Nadie en el poder parece dispuesto a hacerlo.» El llamado 'caso Cash y Berry' ha pasado así de ser una investigación sobre presunto espionaje a convertirse en un espejo incómodo de las contradicciones de la política británica hacia Pekín y, a su vez, de los silencios de Gobierno de Starmer.