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Et tu, Brute?

Si el plan de Trump para Gaza encontró el apoyo de toda la comunidad internacional, el de Ucrania no ha sido aplaudido por nadie

Zelenski y Trump discuten en el Despacho Oval de la Casa Blanca

Zelenski y Trump en el Despacho Oval de la Casa BlancaAFP

Aunque la historia nos dice que Julio Cesar murió en silencio, la magia de Shakespeare —algo bueno tenía que llegarnos desde la Pérfida Albión de nuestros mayores— ha hecho de las palabras que dan título a esta columna, nunca pronunciadas, el paradigma de la traición.

El lector habitual de mis artículos en El Debate, que alguno habrá, pensará que si traigo esto a colación a estas alturas del siglo es para hablar del último plan del presidente Trump para una hipotética paz en Ucrania. Sí, pero no. La traición final de Donald Trump a uno de los aliados de los EE.UU., a un pueblo al que su país dio garantías de seguridad cuando entregó a Rusia sus armas nucleares, no ha sido una sorpresa para nadie. Era uno de los escenarios más probables de su mandato y, aunque solo sea por eso, se queda muy lejos del crimen de Bruto.

El plan de Trump para la paz en Ucrania

¿Morirá Ucrania de esta última cuchillada? Probablemente no. Si el plan de Trump para Gaza encontró el apoyo de toda la comunidad internacional —Ione Belarra aparte, claro— el de Ucrania no ha sido aplaudido por nadie. Ni en Europa ni en los EE.UU. Tampoco por quienes tienen que firmarlo. El presidente Zelenski rebosa amargura: «Este es uno de los momentos más difíciles de nuestra historia. Es uno de los momentos de más presión sobre Ucrania. Ahora Ucrania puede encontrarse ante elecciones muy difíciles. O perder la dignidad o arriesgarse a perder a un aliado clave.» Pero ni siquiera Putin, que objetivamente es el gran beneficiado, ve en el plan otra cosa que una «base para un acuerdo de paz definitivo».

En realidad, si ni uno ni otro se atreve a rechazar el documento que los EE.UU. han puesto sobre la mesa —una mesa, conviene reiterarlo a pesar de que ya nos vayamos acostumbrando, en la que no está Europa— es porque ambos preferirían que lo haga el otro. ¿Quién querría ser la víctima de la enésima rabieta de Donald Trump?

Permita el lector que, para completar lo que lee en otros artículos en los que se da por supuesto que Putin aceptará las generosas condiciones que propone Trump, le aporte la perspectiva rusa publicada hoy en el Izvestia, el órgano del régimen. «Ya es evidente» —escribe el autor de un largo artículo de análisis, sometido desde luego a la aprobación del Kremlin— «que el plan de Trump no aborda uno de los objetivos declarados del Consejo Militar Conjunto: la desmilitarización de Ucrania». Su queja está justificada: los 600.000 efectivos que se imponen como límite máximo para el futuro Ejercito de Kiev son más del doble de los que Ucrania tenía en 2022. «Tampoco se menciona ninguna restricción a los misiles de largo alcance desarrollados por Ucrania…» —cuya existencia, por cierto, rara vez reconoce Moscú en público— «En este sentido, Moscú, como parte vencedora, podría exigir revisiones del documento».

Supongo que la censura del Kremlin habrá prohibido al analista mencionar un asunto todavía más complejo, el de las regiones de Jersón y Zaporiyia, oficialmente tierra rusa parcialmente ocupada por Ucrania. Pero Putin tiene paciencia. Si algo parece claro es que, con el paso del tiempo, Trump se ha ido alineando más y más con las exigencias del viejo agente de la KGB hasta llegar a exigir condiciones que casi suponen la rendición de Ucrania a cambio de, en esencia, un papel que renueve las vanas promesas del Memorando de Budapest. Siguiendo la misma dinámica, si yo fuera el dictador ruso, malvado como él, esperaría a que se acercara todavía un poco más y aceptara ser el palmero del acto de la rendición que Putin de verdad desea, la incondicional.

El regreso del derecho de conquista

Con todo, la cuchillada que justifica el título de este artículo, la que de verdad rememora la tragedia shakespeariana, no es la que pone contra las cuerdas a un pueblo valiente, como el ucraniano. Es la que mata el sueño de los pueblos de la tierra que, en el preámbulo de la Carta de las Naciones Unidas, se declaraban «resueltos a preservar a las generaciones sucesivas del flagelo de la guerra». Para hacer realidad ese sueño, una generación de políticos mucho mejores que los de ahora habían consagrado la integridad territorial de las naciones. Nadie, desde entonces, había visto reconocidas sus conquistas, algunas tan antiguas como las israelíes de la Guerra de los Seis Días.

Esta traición a la humanidad, en la que Trump se ha hecho cómplice de Vladimir Putin, es la que me hace increparle desde estas páginas, bien que añadiendo algún término que no encaja del todo en el elegante estilo de William Shakespeare: «¿tú también, pedazo de bruto?»

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