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Residentes se reúnen con banderas sirias durante las celebraciones que conmemoran el primer aniversario de la ofensiva islamista que derrocó al gobernante sirio, en el centro de Hama

Celebraciones que conmemoran el primer aniversario de la ofensiva que derrocó al régimen sirio, en HamaAFP

Un año después de la caída de Al-Assad, Siria lucha por reconstruirse bajo la amenaza de la violencia sectaria

El país árabe sigue luchando por cerrar muchas de las heridas abiertas que dejó una larga guerra civil y más de cincuenta años de una brutal dictadura

El 8 de diciembre de 2024, Siria entró en una nueva era, la era post-Assad. Una ofensiva relámpago lanzada por una amalgama de grupos rebeldes –liderados por la organización terrorista Hayat Tahrir al-Sham (HTS)– logró derrocar en tan solo once días al dictador sirio, Bashar al-Assad. Hace ahora un año, Al-Assad –con ayuda de su gran aliado, Rusia–, se vio obligado a huir del país que había comandado con puño de hierro durante 24 años y, antes que él, su padre Hafez al-Asad, poniendo así fin a más de medio siglo de régimen de la familia Al-Asad y a 14 años de guerra civil.

Esa mañana, sirios de todas partes del país árabe –y del mundo– se echaron a las calles para celebrar que la libertad, por fin, había llegado. Bashar al-Assad ya estaba a miles de kilómetros de Siria, concretamente en Moscú, donde vive asilado desde entonces. Poco, o nada, ha trascendido de la nueva vida de la familia del dictador en la capital rusa. La bandera revolucionaria, renombrada como la enseña de la Independencia, con tres franjas horizontales verde, blanca y negra, y tres estrellas rojas en la franja blanca, lució en todas las concentraciones.

La ciudad siria de Daraa (sur), donde prendió la revolución contra Al-Assad cuando, en marzo de 2011, unos niños fueron encarcelados y torturados por pintar en una pared la frase «Llegó tu turno, doctor», al calor de los levantamientos en el resto del mundo árabe, vivió con especial optimismo y esperanza la llegada de los rebeldes a Damasco. Ahora, un año después del derrocamiento de la dictadura, la situación en Siria sigue siendo frágil. El líder de HTS, un yihadista exmiembro de Al-Qaeda conocido hasta entonces por su nombre de guerra, Abu Mohamed al-Golani, se erigió como presidente interino del país.

Cambió la ropa de camuflaje por el traje. En su primer discurso, prometió velar por todos los sirios y, especialmente, habló de ofrecer seguridad a las diferentes minorías que conforman el país. Desde entonces, dejó atrás su apodo de guerra y pasó a utilizar su verdadero nombre, Ahmed al-Sharaa, inaugurando así una nueva época para un país con demasiadas heridas abiertas tras más de diez años de cruenta guerra civil y 53 bajo una violenta dictadura. De hecho, con el derrocamiento del dictador, todas sus atrocidades empezaron a salir a la luz, como fue el caso de la cárcel de Saydnaya, de la que pocos han salido con vida.

Al menos 130.000 personas desaparecieron forzosamente en Siria desde el estallido de la revolución en 2011

Miles de familiares de presos se agolparon durante los primeros días a las puertas de este matadero humano para poder obtener alguna información de sus seres queridos. Algunos lograron reencontrarse con ellos tras años desaparecidos; la mayoría, sin embargo, no obtuvieron las respuestas que buscaban. Según cálculos de Naciones Unidas, al menos 130.000 personas desaparecieron forzosamente en Siria desde el estallido de la revolución en 2011, aunque otras organizaciones de derechos humanos elevan la cifra a unas 300.000. Esta es una de las grandes heridas abiertas aún por cerrar un año después de la llegada de Al-Sharaa al poder.

«El proceso de justicia transicional de Siria debe centrarse en las demandas y preferencias de las víctimas, los supervivientes, los defensores de los derechos humanos, los activistas, los abogados y otros miembros de la sociedad civil sirios que han dedicado más de una década a buscar justicia por las violaciones cometidas», defienden los expertos Elise Baker y Ahmad Helmi, del Atlantic Council. En este sentido, argumentan que el proceso de justicia en el país árabe debe estar dirigido por la propia sociedad civil y no monopolizado por las autoridades del Gobierno de transición.

Violencia sectaria

Las tensiones sectarias, avivadas durante el régimen de Al-Asad, son otro de los grandes desafíos de la transición en Siria. El pasado mes de marzo, la minoría alauí –secta a la que pertenece la familia del dictador sirio– fue objeto de una brutal masacre a manos de fuerzas vinculadas con las nuevas autoridades del país árabe. Una investigación de la agencia de noticias Reuters reveló que cerca de 1.500 miembros de esta minoría fueron asesinados en las provincias de Latakia y Tartús entre el 7 y el 9 de marzo.

Los drusos también han sufrido esta violencia y, el pasado mes de junio, protagonizaron fuertes enfrentamientos con clanes beduinos –apoyados por las autoridades– en la ciudad de Sweida (suroeste), lo que implicó la entrada de Israel en el conflicto a favor de esta minoría. Desde la caída de Al-Assad, más de 3.400 sirios han perdido la vida como consecuencia de la violencia sectaria. «Sin medidas de fomento de la confianza para garantizar la aceptación de las minorías clave, Siria se vuelve más susceptible a la injerencia extranjera, ya que estas minorías refuerzan sus vínculos con actores externos», apunta un informe del Centro de Estudios Estratégicos e Internacionales (CSIS).

Desde la caída de Al-Assad, más de 3.400 sirios han perdido la vida como consecuencia de la violencia sectaria

A todo esto hay que sumar, además, la devastación y la grave crisis humanitaria en la que se encuentra sumido el país árabe. Muchas regiones del país carecen de los suministros más básicos, como electricidad o agua corriente. La Agencia de la ONU para los Refugiados (ACNUR) ha alertado de que 16 millones de personas necesitan ayuda humanitaria en el país, el 90 % de la población vive en la pobreza y el 66 % en pobreza extrema, debido al colapso económico y la destrucción de infraestructuras.

A pesar de que gran parte de la comunidad internacional –incluido Estados Unidos– ha optado por dar un voto de confianza al islamista Al-Sharaa y levantar la gran mayoría de las sanciones económicas que pesaban sobre Siria, estas medidas no han logrado paliar las carencias que sufren a diario los ciudadanos de a pie. Por ahora, el presidente interino –sobre el que ya pesan acusaciones de autoritarismo– ha logrado sacar al país de su aislamiento internacional, convirtiéndose, el pasado mes de noviembre, en el primer dirigente de Siria en ser recibido por un presidente de Estados Unidos –en este caso Donald Trump– en la Casa Blanca. País que, menos de un año atrás, ofrecía por el exmiembro de Al-Qaeda una recompensa millonaria.

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