La Estrategia Nacional de Seguridad de Estados Unidos
La defensa de la democracia y de la libertad en el mundo ha dejado de ser una prioridad en la política exterior norteamericana
El presidente de Estados Unidos, Donald Trump
Hace escasos días, este mismo diario digital me preguntaba si el presidente Trump aceptaría la exigencia de Putin de que en Ucrania se celebraran nuevas elecciones, al tiempo que consideraba dicha exigencia como una manifestación del cinismo de Putin, por considerar que, después de todo, su legitimidad democrática es inferior a la del presidente Zelenski. Pues bien, Trump no sólo ha aceptado esa exigencia, sino que la ha hecho suya (como otras exigencias rusas, las territoriales en particular). Sin embargo, me hubiese bastado con leer la nueva Estrategia de Seguridad Nacional de los EEUU para obtener la respuesta: como es ya notorio, Zelenski, contrariamente a lo que argumentaba antes por estar su país en guerra, estaría ahora abierto a esa posibilidad de celebrar elecciones y «quitarse de en medio» (permítaseme la expresión) para facilitar un acuerdo de paz en Ucrania, que él mismo considera injusto.
Dicha estrategia de seguridad es un documento de aproximadamente 30 páginas, prologado por el presidente de los Estados Unidos. En dicho prólogo, se dicen cosas tan grandilocuentes como que «durante los pasados nueves meses hemos evitado que el mundo cayera en el abismo de la catástrofe y el desastre…llevando estabilidad y paz al mundo», y que «no hay administración (norteamericana) que haya conseguido semejante cambio en tan poco tiempo en toda la historia». El estilo del lenguaje empleado deja traslucir mucha autosuficiencia, además de ser paternalista con Europa. Ha sido el ministro de Asuntos Exteriores de Alemania el primero que ha salido al paso diciendo que Alemania «no necesita de consejos externos para decidir su destino», y no es casual que haya sido así porque el documento acusa explícitamente a Alemania de haber permitido que algunas empresas químicas alemanas se hayan implantado en China, y de paso consuman petróleo ruso.
La lectura del documento revela un supuesto cambio histórico de paradigma: el objetivo de la estrategia no es otro que el de «salvaguardar los intereses vitales de Estados Unidos». Esto significa que la defensa de la democracia y de la libertad en el mundo deja de ser una prioridad en la política exterior norteamericana, y lo mismo sucede con esos otros valores con los que yo identifico a «Occidente» (división de poderes, derechos humanos y estado de derecho). El documento reconoce ,por tanto, una nueva «predisposición a no intervenir» (aislacionismo moderado) en los asuntos internos de otros países, y a respetar sus formas de gobierno, cualesquiera que sean, si dichos países se alinean con los intereses vitales de los Estados Unidos, como ha quedado patente tras la reciente gira del presidente norteamericano por las monarquías del Golfo Pérsico. Si eso a es así, ¿por qué habría el presidente Trump de aceptar mi argumento de que la petición de Putin es incongruente, y hasta deshonesta? ¿Acaso no quieren ambos doblegar a Zelenski?
Dicho documento deja claro que en «el hemisferio occidental» (para ellos lo es todo el continente americano) debe entenderse que existe «un corolario trumpista» a la Doctrina Monroe, y que, en consecuencia, sus alianzas con los países iberoamericanos, y su ayuda a los mismos («Estados unidos –dice– es el país más generoso de la historia») estarán moduladas según permitan o no a otras potencias (China, Rusia) implantarse en dicho continente.
Por lo que a nosotros respecta, la estrategia de seguridad nacional nos dedica un capítulo bajo el epígrafe Promover la Grandeza de Europa. Como ya es notorio, en él se afirma que nuestro viejo continente, si no corrige sus actuales tendencias en materia de inmigración y sus sofocantes (sic) regulaciones internas (que atribuye a las políticas de la Unión Europea) deberá hacer frente a una posible «desaparición civilizacional», en un período de 20 años o menos. De continuar la tendencia actual –añade– algunos países miembros de la OTAN poco tendrán que ver en el futuro con aquellos que firmaron la Alianza en 1948 y «no es obvio que aún estarán entonces en condiciones de ser aliados de los Estados Unidos».
Yo empiezo a creer, leyendo entre líneas, que esta estrategia es también como una propuesta de reparto de «zonas de influencia» en el mundo a Rusia, China (donde el status quo en Taiwán sigue siendo, sin embargo, intocable), e incluso a la India. A Brasil ni lo menciona por su nombre. Estados Unidos lo quiere todo en Iberoamérica, y asegurarse la libertad de tránsito en los canales de navegación internacionales que lo proveen de materias primas estratégicas (Estrecho de Taiwán, Canal de Panamá, Canal de Suez, etc). A cambio, es permisivo con Rusia en Europa, y no se inmiscuirá en los asuntos internos de China. ¿Y Europa? ¿o lo que quede de ella? Al servicio de la metrópoli.
- Guillermo Martínez-Correcher es embajador de España