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MontecassinoHermann Tertsch

La guerra de los perros

Muchos barrios de Alemania y otros países europeos, por supuesto en el Reino Unido, se han llenado de vecinos que odian a los perros. Es un hecho que cada vez se producen más situaciones conflictivas entre los miembros de comunidades musulmanas y los dueños de perros

No solo al Heraldo de México le ha fascinado la noticia de lo que han dado en llamar hobby dogging que, según las redes y diversos medios, se ha puesto de moda en Alemania y que consiste en sacar a pasear al perro con correa, pero sin perro. Sale uno con la correa y hace todos los ademanes habituales cuando se lleva a un perro de paseo atado. Dice este diario que el hobby dogging «se presenta como una actividad de ocio para los amantes de los animales que quieren evitar las molestias y costos de tener una mascota real, como facturas veterinarias, limpieza de heces, babeo o comportamientos agresivos».

Ni creo que vaya a ser una «moda» ni creo que haya amantes de los animales que consideren una gratificación sacar a pasear una correa sin animal. Lo que sí creo es que su aparición puede ser respuesta a fenómenos de más enjundia que la pereza. Porque en muchos barrios de Alemania y otros países europeos, por supuesto en el Reino Unido, se ha convertido en una actividad inquietante cuando no de riesgo el sacar a pasear a un perro por el barrio.

Y eso se debe a que sus barrios se han llenado, especialmente desde hace una década, de vecinos que odian a los perros. Que consideran a los perros, en especial, un animal impuro, repugnante y su mantenimiento cerca de los seres humanos un hecho ofensivo para su ideología religiosa. Casi tanto como al cerdo. Cada vez se producen más situaciones conflictivas entre los miembros de comunidades musulmanas y los dueños de perros en sociedades occidentales cultivadas, habituadas desde hace milenios al amor al animal doméstico.

Y así sucede que cada vez más paseantes de perros son conminados por elementos que se han erigido en guardianes de las esencias musulmanas en ciudades netamente cristianas hace aún muy poco, a no llevar a sus animales por ciertas calles o plazas que ya consideran suyas y donde han institucionalizado su cada vez mayor control sobre el espacio público en ciudades europeas. Esta extraoficial «policía de la sharía» o de la mera moral islámica, lo mismo increpa a mujeres por llevar los brazos desnudos, la falda corta o el pelo sin cubrir por un velo que por pasear un caniche o pastor alemán.

En las grandes ciudades británicas, ya casi todas gobernadas por alcaldes musulmanes gracias a la izquierda, se han hecho habituales estos encontronazos con las frases impotentes del dueño del perro, que intenta defenderse aludiendo a su condición de nativo, nacido en el barrio y a su derecho a pasear al perro. Y las respuestas de esa guardia del decoro mohametano que advierten que, si vuelven a ver al perro por esa zona, es perro muerto.

Igual que hay zonas de baño en los lagos del entorno de Berlín a las que los alemanes ya no han podido acceder por no cumplir con los códigos de vestimenta del islam. Quienes lo intentaban se topaban con fornidos vigilantes de la moral islámica que los expulsaban sin miramientos.

Hay ya clara evidencia de que los sectores más militantes de las comunidades musulmanas, hay que decir que jamás criticadas al menos públicamente por el resto de ellas, han entrado en una nueva fase superior de activismo. Esto va más allá de los atentados sangrientos y de las manifestaciones de apoyo a Hamas y otros grupos terroristas islamistas, que han demostrado su voluntad de controlar e imponerse por vía de la intimidación y la violencia en las sociedades occidentales que los han acogido. Sociedades que otorgan vivienda, sustento y servicios gratuitos a la gran parte no contribuyente de esta inmigración masiva.

En los dos últimos años se han intensificado de forma brutal los ataques a símbolos cristianos, rotura de cruces e imágenes, irrupciones en las iglesias, acoso a misas cristianas, quema de árboles navideños y belenes. También se ha intensificado el mensaje de líderes musulmanes que advierten que han llegado a las sociedades occidentales, no a adaptarse a la civilización que los acoge, sino a destruirla por la vía de la conversión a una ideología religiosa que solo genera estados fracasados.

Ya que la consideran incompatible con su voluntad radical de imponer el islam, que es la única religión que merece subsistir, porque es la única que responde a la voluntad de su dios sin piedad, brutal e implacable.

Cada vez son más los que en las redes y en público advierten de que todos los que no acaben acatando su suerte bajo el islam serán sometidos o destruidos. Pero si esta vanguardia islamista es preocupante, no lo es menos que no hay nadie en las comunidades musulmanas que los contradiga. Y todos ayudan a imponer a las autoridades occidentales concesiones que muestren la debilidad de las posiciones de la sociedad occidental de acogida. A cada cesión, como en regiones de España con el veto al cerdo en menús escolares, sucede otra demanda.

Los intentos de anular todas las expresiones de la cristiandad como son la Navidad o la Semana Santa se suceden al tiempo que se multiplican las manifestaciones públicas con los rezos musulmanes que paralizan calles y plazas o cercan catedrales como sucede últimamente. Mientras han llegado en poco tiempo millones de musulmanes, en su inmensa mayoría jóvenes en edad militar, que no proceden de ninguna hambruna. Han entrado sin control ninguno y muchos de ellos tienen por necesidad experiencia terrorista o militar.

Todo indica que los Hermanos Musulmanes, que es la organización que dirige las grandes operaciones, desde el terrorismo a los procesos de guerra híbrida religiosa y cultural contra el cristianismo, consideran que tienen ya la masa crítica suficiente para un asalto a mayor poder en todo Occidente. La financiación masiva y los lobbies de Qatar, de Turquía, de Marruecos o Arabia Saudí y paradójica y desgraciadamente también la financiación de la Unión Europea a ONGs e iniciativas de los Hermanos Musulmanes aceleran este proceso. Los únicos países occidentales que hacen frente a esta trágica evolución, con Hungría a la cabeza, son represaliados, acosados y atropellados por las autoridades europeas.

Se han disparado las matanzas de cristianos en África y Oriente Medio, la cuna del cristianismo, se va quedando sin iglesias y fieles, mientras en Europa y América surgen como setas las mezquitas con un discurso agresivo y totalitario y de total desprecio a las sociedades anfitrionas. Sociedades que posiblemente lo merezcan por su falta de voluntad, presencia de ánimo y músculo para defender lo propio.

Y por tener unas elites y clases políticas dirigentes que combinan su codicia insaciable de dinero del islam con sus intenciones de destruir las naciones históricas occidentales en aras de un globalismo para el que creen tener en la alianza de la izquierda con el islam su gran baza.

Aún hay esperanza de que la civilización occidental recupere su voluntad de existir y de recuperar las virtudes que hicieron de ella la mejor suerte de la humanidad. Hay señales muy claras de este renacer en todo Occidente. Pero debe estar claro que el rearme de las naciones ha de ser tan robusto y firme como urgente porque el proceso de reconquista va a ser en muchas partes traumático y la expulsión de los enemigos declarados de la libertad, de la compasión, la convivencia y la prosperidad habrá de ser contundente y urgente o no será.

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