Alain Besançon (1932-2023)
El filósofo anticomunista y cristiano
Discípulo directo de Raymond Aron, tras abandonar la ideología comunista dedicó seis décadas a desmenuzarla y avisar de sus peligros
Alain Besançon
Impartió la docencia en la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales e investigó en el Centro Nacional de Investigación Científica, dos de los pilares intelectuales de Francia, siendo además pluma influyente de las revistas 'Esprit' y 'Commentaire'. Figuró entre los fundadores de ésta última.
«Todo el tiempo que dediqué a la historia rusa y al comunismo soviético, estudiándolo y analizándolo, espero que se me tenga en cuenta a modo de penitencia», escribió Alain Besançon en su autobiografía, en un ejercicio de honestidad intelectual genuina, habitada por una no menos genuina fe católica, que redescubrió poco después de haber abandonado su militancia comunista allá por los años cincuenta. No estaba solo: en el cambio irreversible le acompañaron, aunque no de forma estrictamente simultánea, sus amigos François Furet, autor de El pasado de una ilusión, en el que también revisa críticamente la ilusión comunista, Annie Kriegel y Emmanuel Le Roy Ladurie. Menos Furet, todos ellos terminaron asentándose en el liberalismo conservador.
Besançon, en todo caso, obtuvo rápidamente el perdón intelectual: su tesis doctoral, titulada Los orígenes intelectuales del leninismo es una contribución esencial en el proceso de desmontaje de esa ideología. En ella explica hasta qué punto la ideología marxista-leninista se presenta como una explicación total del mundo, cómo el ímpetu revolucionario que transmitía era capaz de convencer a mentes como la suya y, por último, cuán importante era la matriz religiosa para entender este pensamiento, que confiaba al régimen la tarea de velar por la salvación de las almas. Palabra, asimismo, de quien vivió la experiencia.
Tampoco se puede obviar «La desgracia del siglo: sobre el comunismo, el nazismo y la singularidad de la Shoah», cuya traducción al español sería deseable. En esta obra, Besançon se niega a jerarquizar, en contra de la inmensa mayoría de los intelectuales de izquierda y «políticamente correcto» entre la ideología de la esvástica y la de la hoz y el martillo, al tiempo que subraya el carácter único -en la Historia- del Holocausto de los judíos durante la Segunda Guerra Mundial. Abre, por lo tanto, una brecha dentro de la perspectiva intelectual dominante que siempre se ha mostrado más benevolente hacia el pensamiento y la práctica del comunismo. La metodología del libro es original en la medida en que combina el análisis social e histórico con el espiritual, basándose este último en el «biblismo» perverso, tan intrínseco al nazismo como al comunismo.
Una perspectiva que se explica igualmente porque Besançon nunca desliga su fe en su producción bibliográfica. Es más: pone su inteligencia al servicio de su creencia. Admirador confeso de Benedicto XVI, algo más crítico con Francisco. Principalmente porque, pensaba, que rechazar frontalmente la democracia o hundirse completamente en ella son callejones sin salida para la Iglesia. En su opinión, el sentimentalismo no debe prevalecer sobre la inteligencia de la fe ni la Iglesia no debe deslizarse hacia una «religión humanitaria».
Muchos concluirán que Besançon era un pensador algo carca. Se equivocan: su maestro, la persona que forjó sus criterios, se llamaba Raymond Aron. Por eso se echará de menos su voz el próximo mes de octubre, cuando se conmemore el cuarenta aniversario de la muerte de uno del gran filósofo antitotalitario del siglo XX.