Entre el periodismo de guerra y cierta frivolidad

Isabel Pisano empezó a despuntar como actriz en la década de los setenta a las órdenes de cineastas argentinos como Hugo Fregonese (en Pampa salvaje) o Leopoldo Torres Nilsson (en Boquitas Pintadas) antes de probar suerte en el cine español, siendo su papel más destacado la interpretación de una prostituta en Bilbao, dirigida por Juan José Bigas Luna. De España a Italia, donde logró, tras una larga insistencia, que Federico Fellini la incluyera en el reparto de su película Casanova con un papel secundario. Sin embargo, no apareció en la versión final debido a los inevitables recortes.

Con todo, su estancia en Italia fue fructífera en lo tocante a su otra gran pasión, y en la que destacó más que en la gran pantalla: el periodismo. Aprovechó su red de contactos en el universo cinematográfico italiano para entrevistar a sus estrellas, desde Alberto Sordi a Marcello Mastroianni, pasando por Claudia Cardinale. También escribió para cabeceras como Oggi o Il Giornale. Incluso, según relata Manuel Román en Libertad Digital, Pisano, presa de un afán de protagonismo del que no se desprendió hasta enfermar, posó enseñando sus encantos para la versión italiana de Playboy.

Pero supo volver a una actividad más seria y solvente al reinventarse como una corresponsal de guerra. Gracias a una prosa ágil y a un buen conocimiento de los distintos escenarios, cubrió por cuenta de medios como la RAI o El Mundo conflictos como los del Líbano, Chad, Bosnia y Somalia. En otro de mayores dimensiones, la Guerra del Golfo de 1990-91, conoció, durante una rueda de prensa, al líder palestino Yasir Arafat.

Ese mismo día se produjo el flechazo y ambos vivieron un idilio de varios meses, que Pisano estimó oportuno relatar en A solas con Arafat, ensayo en que combina la narración de interesantes aspectos privados que ayudan a entender a un controvertido personaje público –como los constantes cambios de domicilio por razones de seguridad– con la revelación de innecesarias intimidades.

Sea como fuere, no se puede desligar la vida amorosa de Pisano de su vida pública. Entre otras razones porque debe parte de su fama a su matrimonio –se afincaron en Madrid– con el músico argentino Waldo de los Ríos. La más que probable homosexualidad de este último desembocó en una sucesión de infidelidades por parte de su mujer, si bien nunca se divorciaron.

El suicidio de De los Ríos hizo de Pisano la heredera de una fortuna millonaria, que no supo administrar. A principios de este siglo, la escritora, periodista y antigua actriz siguió publicando libros, escribiendo guiones y hasta participando en un programa de telerrealidad. Hasta que el deterioro cognitivo forzó su ingreso en una residencia geriátrica.