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02 de mayo de 2024

HorizonteRamón Pérez-Maura

Volar de mal en peor

Me parece importantísimo que del presente caso salgan unas condenas muy duras para que los potenciales inmigrantes se den cuenta de que pese a las ventajas aparentes de esta nueva vía de emigración ilegal, el resultado final puede ser malísimo

Actualizada 10:53

Todos hemos leído, incrédulos, la historia de la huida por las pistas del aeropuerto de Palma de Mallorca de un grupo de inmigrantes, probablemente marroquíes en su totalidad, después de forzar el aterrizaje del avión que volaba a Turquía con la excusa de un coma diabético a bordo. En lo que va de siglo XXI constantemente surgen nuevas dificultades para poder viajar con comodidad, sin ser tratados casi como delincuentes cada vez que pasamos los controles de seguridad de un aeropuerto. En la década de 1970 se secuestraban muchos aviones. Era un método terrorista muy común. Entonces se empleaban armas de fuego para realizar el secuestro. En este caso se ha empleado un arma mucho más poderosa en nuestros días: el sentimiento humanitario.
Celebro mucho saber que la jueza que instruye el incidente ha comprado la tesis de la Fiscalía y ha encerrado a todos los que salieron corriendo del avión y han podido ser capturados –entre los que se encontraba el que supuestamente estaba en coma–. Parece que hay una docena de fugados todavía. La verdadera trascendencia de esto es que se ha descubierto una nueva vía de emigración ilegal, con un coste mínimo y unos riesgos que nunca son vitales. Es decir, todos los inmigrantes ilegales que llegan a nuestras costas en pateras han pagado miles de euros por subirse a unas embarcaciones en las que, por su estado, sería arriesgado darse una vuelta por el estanque del Retiro. O sea, pagan una fortuna y se juegan la vida. En cambio, el nuevo modelo de emigración ilegal implica comprarse un billete de avión que en este caso costaba 200 euros –y los hay por mucho menos– y tener la seguridad de que no te vas a ahogar en el Mediterráneo. Tu vida sólo corre riesgo en la medida en que todos corremos un riesgo cada vez que salimos de casa. Lo peor que puede ocurrir es que te devuelvan a tu lugar de origen y pierdas 200 euros en lugar de 2.000 o más.
Es por esto por lo que me parece importantísimo que del presente caso salgan unas condenas muy duras para que los potenciales inmigrantes se den cuenta de que pese a las ventajas aparentes de esta nueva vía de emigración ilegal, el resultado final puede ser malísimo. Y habrá que formar y dotar de medios a las tripulaciones de los aviones para impedir que se pueda volver a emplear el truco del coma diabético. Algo cuya falsedad es facilísimo de comprobar si en los botiquines de las aeronaves se llevase un medidor de glucosa en sangre. Se obtiene el resultado en unos 15 segundos y es infalible. Y esos medidores, hoy en día, se compran por unos 30 euros –y algo sé de esto porque soy diabético tipo 1 desde hace 36 años y nunca he tenido un coma diabético–. 
Esperemos que no se produzca el habitual discurso progresista en defensa de los delincuentes, «pobre gente», «ellos no tienen la culpa de las miserables condiciones de vida que padecen», «hay que darles una oportunidad» y se piense más en cómo se ha puesto en peligro la vida de muchos pasajeros, obligando a cerrar el espacio aéreo durante horas. Me temo que se irán de rositas y no con todo el peso de la ley que ha pedido para ellos la Fiscalía. Se admiten apuestas.
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