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Vidas ejemplaresLuis Ventoso

Izquierda sumisa ante el «apartheid» separatista

Da muchísima vergüenza que no defiendan a un niño de cinco años acosado solo porque su familia reclama su derecho legal a estudiar español

Actualizada 09:23

El día 1 de diciembre de hace 66 años el mundo cambió para bien. Lo hizo por un simple gesto de una persona que parecía socialmente insignificante, una costurera negra de 42 años, que tuvo agallas para hacer lo debido en un instante determinado. Sucedió a las seis de la tarde en un autobús municipal de Montgomery, la capital del estado sureño de Alabama, por entonces de 110.000 habitantes. Rosa Parks, costurera, casada con un barbero y simpatizante de la causa de los derechos civiles, venía de acabar su larga jornada en unos grandes almacenes y tomó el autobús. Una ley de 1900 obligaba a segregar en el transporte a blancos y negros, con los segundos relegados al fondo del vehículo. Si el bus se llenaba, los negros debían incluso levantarse y ceder sus puestos a los pasajeros de la raza superior. Pero Rosa, con toda su tranquilidad y sus gafitas de miope, se negó. La encarcelaron. La condenaron a una multa. Pero su acto de dignidad aceleró la lucha contra el racismo institucional. Un año después, aquella repulsiva segregación ya había desaparecido de los autobuses de Alabama.

Las autoridades de Alabama que defendían el «apartheid» argumentaban que el sistema funcionaba «perfectamente», que no había «ningún problema». Me ha venido a la memoria la historia de Rosa Parks porque son exactamente las mismas palabras que emplea el poder separatista catalán para justificar la inmersión lingüística, una aberración que permite de facto perseguir el idioma español. Un rodillo contra la lógica, en cuyo nombre se cometen indignidades como acosar a un niño de cinco años y a su familia solo por exigir, acorde a la ley, un 25 % de clases en castellano.

«No hay ningún problema con la lengua», proclama el consejero nacionalista del ramo en su visita a la escuela de Canet de Mar, localidad costera de 14.000 habitantes, a 47 kilómetros de Barcelona. El responsable de Educación catalán viajó allí este jueves, pero no para apoyar a la familia que sufre amenazas a todas horas y un pestilente vacío social. Se desplazó para explicitar su respaldo a quienes en nombre de la lengua les hacen la vida literalmente imposible a esas personas.

¿No hay ningún problema con la lengua en Cataluña? Claro que lo hay. Se ha aceptado como razonable un auténtico disparate. El 48,6 % de los catalanes hablan a diario en español; un 36 %, catalán; y un 7,4 % ambas lenguas (y eso según los datos del instituto estadístico de la Generalitat separatista, ergo habrá todavía más castellanohablantes). Pero siendo el español el idioma más utilizado en Cataluña se ha aceptado un modelo donde se ignora la realidad lingüística, el mundo real, para imponer en la escuela casi un 100 % de catalán (nótese que la sentencia del Supremo que anuncian que incumplirán tan solo exige un 25 % de castellano en las aulas). Se persigue so pena de multa rotular los comercios en español, una lengua oficial del Estado según la Constitución. Se permite que algunas escuelas catalanas operen como madrasas del separatismo, donde se ha hecho la vida imposible a niños hijos de policías y guardias civiles, o a aquellos cuyos padres desean que sean educados en el idioma que realmente utilizan todo el día: el odiado español. 

Sí, existe un problema, y muy grave y sencillo: España es el único país del mundo donde se tolera que en una de sus regiones se persiga el idioma del Estado, que para más señas es además uno de los tres más hablados del mundo.

¿Y cómo hemos llegado a este delirio? Pues me temo que porque, una vez más, a España le ha fallado su pierna izquierda (amén de la abulia del marianismo en este asunto). Da mucha vergüenza ver que nuestro Gobierno súper guay, el mismo que convocó una reunión de urgencia del presidente y el ministro del Interior nada más conocer una supuesta agresión homófoba en Malasaña (que luego no existía), es sin embargo incapaz de salir a defender con rotundidad y contundencia a un chaval de cinco años y a su familia, sometidos a un auténtico linchamiento social solo por pedir que se cumpla lo que exige la ley. Marlaska, Sánchez, la ministra de Educación, las ministras podemitas, siempre prestas a sulfurarse por nimiedades justicieras… todos poniéndose ahora de canto, no vayamos a molestar a los independentistas que sostienen al jefe, un presidente de cartón piedra, el más débil de nuestra democracia. 

Me avergonzaba ayer de la profesión periodística viendo en Las Mañanas de TVE a dos tertulianos de periódicos de izquierda madrileños defendiendo enfáticamente la inmersión lingüística del nacionalismo catalán. No pronunciaban una sola palabra de sólido apoyo a la familia perseguida, su prioridad era defender la inmersión. ¿A tal extremo tiene que llegar el servilismo sectario a favor de Sánchez? ¿No les queda un poco de dignidad profesional para obviar, aunque sea por una vez, las consignas doctrinarias de la causa y hablar en conciencia?

Nuestra izquierda, y es asombroso decirlo, pero es así, está apoyando de hecho el «apartheid» con que el separatismo quiere anular a todos los ciudadanos libres que todavía se atreven a disentir en Cataluña, a sentirse españoles y explicitarlo. Nuestra izquierda se ha convertido en el mejor aliado de los partidos que aspiran a destruir España y que persiguen con saña a los disidentes. Nuestra izquierda –ay– si viviese en la Alabama de los cincuenta seguramente no apoyaría a Rosa Parks. O al menos no lo haría muy alto, porque ya saben: «Todo funciona perfectamente».

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