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El astrolabioBieito Rubido

Para qué sirve un banco

Actualizada 04:36

Hoy es san Francisco de Sales, patrón de los periodistas, pero no está el periodismo español para mucha fiesta. Más bien deberíamos hacer ejercicios espirituales y darnos una pasada por la ética, la deontología y la solidaridad con los profesionales maltratados por la imperante clase política. Ya les digo que no haremos nada. Pocas profesiones más cainitas que esta en la que yo trabajo. Por eso prefiero hablar de aquellos que tienen como advocación y patronímico a san Carlos Borromeo, es decir, los bancarios, empleados, y los banqueros, directivos y propietarios. Los bancos nunca tuvieron buena fama. Ya lo escribió Mark Twain cuando sentenció que «el banco es ese señor que te presta el paraguas cuando hace sol y te lo retira cuando llueve». Bordearon en ocasiones el pecado moral de la usura y han cometido todo tipo de tropelías. Pero son necesarios. Representan el circuito sanguíneo de una sociedad libre. Sin ellos nuestra economía no funcionaría. En los últimos años, su desprestigio creció entre los ciudadanos. Sobre todo, a raíz de la crisis financiera de 2008 y las revisadas hipotecas, que en su letra pequeña dejaban guarecerse todo tipo de trampas. Menos mal que los tribunales y el propio Banco de España los obligaron a no abusar de sus clientes. Pero la vocación por la perversión debe de venir de origen, pues ahora han encontrado una nueva forma de maltratar al cliente que consiste en invocar la tecnología digital para que el usuario de sus servicios sea cada vez más agraviado. Se han vuelto cuerpos hostiles con su propia clientela. Cuando quieren endilgarte un seguro, te persiguen hasta el límite del cuarto de baño de tu casa, que invaden incluso con llamadas intempestivas. Cuando quieres darte de baja, te remiten a una máquina que graba lo que tú dices a través del teléfono. Eso es solo una pincelada de esa cultura hostil de la banca española con sus usuarios. Ahora han encontrado la crueldad de no atender a la gente mayor. Hacen colas a la intemperie. No logran amigarse con las nuevas tecnologías, les reducen los horarios de atención y les cobran por respirar dentro de la oficina, ya que todavía no han encontrado la fórmula de exigir pago alguno por pasear por la acera de enfrente. Comienza a ser un clamor en toda España la necesidad de que la banca se tome muy en serio atender a los mayores de otra manera. Han sido sus clientes históricos. Los han mantenido en pie, con sus pequeñas o grandes cuentas. Ahí estuvieron y no se merecen el maltrato que reciben. Carmen Lovelle, histórica dirigente política gallega, fue la primera en alertar de ello en el otoño pasado con un esclarecedor artículo en El Debate. Hoy somos muchos los que nos sumamos a ella. Menos publicidad, menos patrocinio y más calidad de servicio.

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