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29 de abril de 2024

HorizonteRamón Pérez-Maura

La injusticia triunfa

Lo normal sería que el Rey Juan Carlos vuelva a vivir al Palacio de la Zarzuela y tenga a su alrededor la misma intendencia que tuvo hasta el 4 de agosto de 2020. Ojalá, pero me temo que no será. Se admiten apuestas. Nada me alegraría más que equivocarme

Actualizada 20:48

Son muchos los españoles que sufren o han sufrido injusticias legales como la que ha padecido el Rey Juan Carlos. Habrá quien crea que el archivo de su causa por la Fiscalía es un triunfo suyo. Y, técnicamente, lo es. Pero a costa de un juicio de telediario, burdamente manipulado por este Gobierno y sus terminales mediáticas, que ha conseguido debilitar a la institución monárquica, que es el referente de la Constitución de 1978. La imagen del Rey que nos trajo las libertades ha sido demolida con la aquiescencia del Gobierno de la nación que forzó su salida de España sin que hubiera nada más que una investigación en su contra. A ojos de muchísimos españoles el Rey Juan Carlos es visto hoy como culpable. A ver si las televisiones públicas y privadas dedican a limpiar su figura tanto tiempo como dedicaron a derribar la primera referencia de la Transición española. Cuando ya es casi imposible restaurar su buen nombre, aunque el fiscal Anticorrupción Alejandro Luzón, haya archivado la causa, es evidente que ha triunfado la injusticia. Y eso es lo ha ocurrido en España. De forma muy desgraciada.
Ésta es la hora de reflexionar sobre cuán mal amparado ha estado el Rey Felipe VI en toda esta crisis. Por más que lo nieguen desde La Moncloa, todos sabemos que Don Juan Carlos ha estado en el exilio por una imposición de Pedro Sánchez. Su entonces vicepresidenta, Carmen Calvo, dio en Zarzuela la orden de sacar de España al Rey Juan Carlos y la Casa del Rey cumplió a pesar de que el discurso oficial fue que Don Juan Carlos se había ido por su propia voluntad. Uno de nuestros expresidentes del Gobierno lleva casi un año contraargumentando con contundencia que si Don Juan Carlos se fue porque quiso, también podía volver porque le diera la gana. El propio Gobierno –que realmente lo expulsó– avalaba –involuntariamente– el argumento.
Ni con una justicia altamente intervenida era sostenible esta situación de república bananera que tanto daño ha hecho a España en el mundo entero. A lo largo de los últimos dos años he atendido a muchos medios de comunicación extranjeros que me pedían que les explicase cómo era posible que en una democracia hubiera un ex jefe de Estado en el exilio sin estar procesado ni condenado por ningún tribunal. Huelga decir que era imposible dar una explicación que no dejase a España en mal lugar.
Mucho me temo que este final no deseado por Sánchez y sus conmilitones va a tener una prórroga. Ahora van a intentar lo inimaginable por hacer imposible la vida del Rey Juan Carlos en España. Lo normal sería que vuelva a vivir al Palacio de la Zarzuela y tenga a su alrededor la misma intendencia que tuvo hasta el 4 de agosto de 2020. Ojalá, pero me temo que no será. Se admiten apuestas. Nada me alegraría más que equivocarme.
Desde el momento en que el Gobierno llegó a poner al Rey contra la pared, obligándole a tomar distancia de su padre, Don Juan Carlos quedó en una situación de inmensa debilidad. Quizá si el Rey hubiera tenido mejores consejeros a su alrededor hubiera podido sortear las trampas del Gobierno con más eficacia y no hubiera aceptado el inverosímil exilio de Don Juan Carlos.
Pero hay algo incuestionable y en eso tenía razón quien quiera que aconsejase al Rey: iban contra la España de la Constitución de 1978 y esta España se encarna en la Monarquía. Construyeron una operación mediática contra el Rey Juan Carlos –al que sólo se le han podido demostrar pecados fiscales menores, como a tantos otros españoles– con la voluntad de llevarse por delante la Corona y con ella, la Constitución. El Rey hizo bien en dar prioridad a salvar la institución. Pero quizá en esta hora se pueda llegar a la conclusión de que faltaron consejeros, análisis o simplemente arrojo para plantarse contra un Gobierno cuyo presidente y ministros prometieron lealtad a la Corona. Por algo no juraron, claro.
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