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03 de mayo de 2024

HorizonteRamón Pérez-Maura

PP y Vox: fin a la doble moral

Cuando me dicen que Vox es un partido anticonstitucional porque quiere acabar con las autonomías, lo que yo creo que es un error, me gusta preguntar si Esquerra Republicana de Cataluña defiende la autonomía para Cataluña. A mí me ha parecido entender otra cosa a Junqueras, Aragonès y otros…

Actualizada 04:27

Vivimos tiempos frenéticos. Pandemias y guerras que cambian profundamente nuestro mundo. Ya nada es igual que hace tres años. Y los cambios seguirán acelerándose. Esta semana hemos vivido otra transformación trascendental en España que ha generado una furia perfectamente previsible en la izquierda española y su infinidad de medios afines –que son la inmensa mayoría–. Se ha acabado con la doble moral imperante hasta ahora en nuestra política. La que permitía a los socialistas pactar con partidos totalitarios, defensores de dictaduras, anticonstitucionales y amigos de asesinos, pero que no permitía al PP pactar con formaciones que quieren hacer una reforma constitucional. Es decir: son constitucionalistas porque reformar la constitución con los instrumentos de que dispone la Carta Magna es ser plenamente constitucional. Cuando me dicen que Vox es un partido anticonstitucional porque quiere acabar con las autonomías, lo que yo creo que es un error, me gusta preguntar si Esquerra Republicana de Cataluña defiende la autonomía para Cataluña. A mí me ha parecido entender otra cosa a Junqueras, Aragonès y otros… Pero Esquerra es un aliado firme del Gobierno Sánchez y eso no tiene nada de malo ni de antidemocrático para los que descalifican a Vox.
El que el tercer partido de la democracia española haya tenido vetado el acceso al poder en España ha sido una excelente fórmula para facilitar el mantenimiento del Gobierno Frankenstein del que hablaba Alfredo Pérez Rubalcaba, el mismo que hoy hace exactamente 18 años se desgañitaba diciendo «¡Merecemos un Gobierno que no nos mienta!» y al que Sánchez sólo se atrevió a reivindicar después de muerto. No era para menos. Como para que Sánchez hable de mentir.
A estas alturas de la película no creo que haya nadie que se atreva a decir que Alberto Núñez Feijóo es un político de ultraderecha. Es más, a esa ultraizquierda que descalifica a Vox, le convendría recordar que Feijóo tiene el «mérito» de haber dejado a Vox sin representación en Galicia. Y no parece que sea la tierra gallega una cuna del progresismo. Pero allí Vox no rasca nada. Por eso tiene Feijóo una mayor legitimidad para negociar con Abascal y supervisar las negociaciones de su partido con la nueva formación.
Lo que no se puede en una democracia es descalificar a 3.656.979 españoles, más del 15 por ciento del electorado. Hay que preguntarse por qué surgen esos votantes e intentar encauzar su voto. Uno de los grandes éxitos de la Transición española fue cómo se evaporó el voto del franquismo. Sólo consiguieron un escaño, el de Blas Piñar, presidente de Fuerza Nueva, en las elecciones de 1979. El mérito de que la derecha franquista se disolviese fue, guste o no, de Manuel Fraga, que logró absorber esa tendencia en un partido que acabó llevando, con Aznar, al centro del espectro político. Hazaña que nunca se le ha reconocido con justicia a Fraga.
En España tenemos una fractura del Parlamento, surgida en los últimos años, en que hay dos o tres partidos de centro y derecha y tres o más de izquierda y ultraizquierda. Por eso es una tragedia para ellos que el PP y Vox pacten. Han intentado dar mucha voz a la crítica del presidente del Partido Popular Europeo, Donald Tusk, al acuerdo entre el PP y Vox, pero hay que entender esa crítica como la explicaba en El Debate el pasado viernes Ana Martín: Vox es aliado del partido en el Gobierno en Polonia, Ley y Justicia. Y el Partido de Tusk es opositor a Ley y Justicia encabezando la candidatura de Plataforma Cívica. En Polonia, tras cuarenta años de comunismo, Ley y Justicia, un partido de derecha, tiene como cabeza de su oposición a un ex primer ministro que preside el PPE y un partido de centro derecha al que se han unido en coalición liberales, socialdemócratas y ecologistas. La situación en Polonia no tiene nada que ver con España. Y, aunque las preocupaciones de Tusk sean comprensibles pensando en sus propias elecciones, el centro derecha europeo debe preguntarse por qué ya no gobierna en ningún país relevante. Algo está fallando.
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