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24 de abril de 2024

HorizonteRamón Pérez-Maura

Zelenski en Madrid

Ni contra la temida Unión Soviética había actuado la Alemania Federal así. En la misma línea va Suiza, que empieza a dejar de ser neutral, algo que no hizo ni contra los nazis

Actualizada 04:34

Hay cosas verdaderamente inverosímiles. Hace veinte días casi nadie en España había oído hablar de Volodimir Zelenski. Ayer, el alcalde de Madrid anunció que la rotonda que hay en el Parque del Conde de Orgaz, junto a la embajada de Ucrania, llevará a partir de ahora el nombre del presidente de Ucrania. Es un grano de arena en un desierto. Pero quizá un grano muy revelador. Es una muestra más de la inmensa derrota que está padeciendo Rusia en esta guerra en la que se ha metido por propia voluntad.
El lunes por la mañana Rusia ha hecho públicas algunas medidas que, según el portavoz del Kremlin, Dmitry Peskov, podrían detener la guerra de inmediato si Kiev las cumple: cesar toda acción militar, una reforma constitucional que garantizase la independencia de Ucrania, el reconocimiento de Crimea como territorio ruso y el de Luhansk y Donetsk como repúblicas independientes. A mí esto me suena como exigir una rendición. Pero lo cierto es que cuando estás intentando tomar la capital de Ucrania y varias otras ciudades relevantes y, a la hora de redactar este artículo, estás fracasando en todas, insistir tanto en los términos de un alto el fuego suena mucho a que las cosas van bastante peor de lo que esperabas. Y no es para menos.
Si repasamos cualquier fuente de información, redes sociales no al servicio del Kremlin incluidas ni columnistas rusófilos de los que lectores con criterio dicen que no está claro si se han vuelto locos o cobran del Kremlin –y otros con conocimiento de causa responden que pueden ser compatibles ambas teorías– nos daremos cuenta de que desde el 24 de febrero Rusia ha conseguido hacer que la Unión Europea vuelva a ser una referencia política, incluso entre sus más críticos, mientras que la OTAN, a la que muchos daban por muerta, está como si le hubiesen inyectado una droga excitante. De repente no solo Ucrania, sino Suecia, Finlandia y otros se dan cuenta de lo conveniente que pudiera ser para ellos formar parte de la Alianza Atlántica. Al tiempo que Alemania multiplica su presupuesto militar como nunca lo había hecho desde el final de la Segunda Guerra Mundial y deja de ser militarmente neutral. Ni contra la temida Unión Soviética había actuado la Alemania Federal así. En la misma línea va Suiza, que empieza a dejar de ser neutral, algo que no hizo ni contra los nazis.
Claro que los conflictos hoy en día tienen características diferentes a las de hace unos años. Y vemos ahora cómo múltiples hackers están actuando en apoyo del Occidente libre y democrático y en contra de la Rusia totalitaria donde se vota en la Duma Estatal la ley de censura previa más estricta que jamás se vio en ningún país y ni uno solo de los 450 diputados que la integran se atreve a discrepar. Ni uno.
Además de todo esto, Vladímir Putin ha alcanzado otros logros muy notorios. La mayor parte de Occidente ha prohibido el sobrevuelo de aviones rusos, ni el vuelo a Rusia de aviones que salgan de su territorio. Es decir: han aislado a Rusia a donde solo es posible viajar en coche o barco. Y no solo la han cortado comercialmente, también en lo deportivo: ni fútbol, ni olimpiadas, ni Fórmula Uno. Y eso es más difícil de explicar a tu ciudadanía, que por más unida y detrás de Putin que pueda estar, empezará a preguntarse por qué el mundo entero les impide participar hasta en Eurovisión, que es incluso menos relevante que el sorteo del Euromillón. Y por qué, de repente ya no les funciona ni Twitter, ni WhatsApp, ni Telegram, ni Facebook, ni Signal ni tantas otras redes relevantes. Redes todas ellas mucho menos importantes que el sistema bancario Swift, del que se les está excluyendo progresivamente, al igual que se dejan de admitir en el resto del mundo las tarjetas de crédito contra bancos rusos, ni se admite el acceso a los depósitos de bancos y ciudadanos rusos en Europa.
No creo que, a la población rusa, por más sumisa que pueda ser a este zar maldito, le pase lo mismo que a aquel ciudadano que se metió en la autopista a contra mano y se preguntaba por qué iban todos los coches en dirección contraria.
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