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18 de abril de 2024

Vidas ejemplaresLuis Ventoso

Armada Española, ¿cuál era el problema?

Cuesta comprender la razón por la que se ha retirado ese apellido (pero gobernando quienes gobiernan…)

Actualizada 09:11

Desde los días de la Transición, una de las señas distintivas de nuestros nacionalismos centrífugos es su aversión militante a las palabras España y español. Su vía de escape eufemística, bastante tontolaba, consiste en sustituirlas por «Estado» y «estatal» (cualquier día hablarán de «tortilla estatal» para referirse a la tortilla española, o de una copa de «vino estatal»).
Pero en nuestro país existe un problema añadido al de los nacionalismos separatistas, y es la aversión de la izquierda española al patriotismo más elemental, algo que no sucede con sus pares de otras naciones. Por ejemplo, recuerdo al anterior líder laborista británico, Jeremy Corbyn. Sus ideas eran radicales, equivalentes a las de un Podemos. Pero nadie podía dudar de su afecto por su país. Además, si tenía que acudir un acto con la Reina, cumplía de manera esmerada con la etiqueta y protocolo requeridos, «of course».
Con una empanada mental llamativa, nuestro «progresismo» parece acomplejarse de España, un país maravilloso, que fue un imperio y que hoy es uno de los de mayor calidad de vida del mundo. Haciendo gala de un complejo inexplicable, el PSOE se pliega una y otra vez al nacionalismo identitario, el pensamiento más retrógrado que existe. Si tiene que elegir socio de gobierno en una comunidad autónoma, o un ayuntamiento, el PSOE preferirá siempre a un partido separatista antiespañol antes que entenderse con el PP (y no digamos ya con Vox, su bicha mientras se abrazan con Bildu y Junqueras). En el subconsciente de algunas mentes nebulosas, tipo Adriana Lastra, flota la idea de que España fue en realidad un invento de Franco. Esa aversión del mal llamado «progresismo» al orgullo nacional se percibe en múltiples tics, como por ejemplo el absurdo intento de convertir a la selección en «La Roja», que cuajó bastante en su día.
El Ministerio de Defensa ha decidido que a partir de ahora la Armada Española, que así se hacía llamar en sus logos, webs, cartas y comunicados oficiales, pase a ser denominada simplemente como Armada. Algunos de nuestros marinos de guerra lo defienden, con el argumento expuesto con elocuencia de que ese fue su nombre histórico, lo cual es cierto (como también que en otros momentos fue llamada Armada Real, Marina de Guerra de la República Española o, simplemente, la Flota). Pero lo superfluo acaba resultando casi siempre contraproducente. Toda vez que llevábamos ya unos años con la denominación Armada Española, la pregunta que toca hacerse es la siguiente: ¿qué ganan ese magnífico cuerpo y nuestro país retirando el apellido de «española»? No se me ocurre una respuesta. Aunque estoy seguro de que Rufianes, Oteguis, Junqueras, Echeniques y podemitas de pelajes varios preferirán Armada antes que Armada Española.
Tenemos el Gobierno que tenemos. Esta misma semana, Margarita Robles, que pasa por la moderada, acaba de retirar el nombre que tenían desde hace más de 70 años a ocho calles y una plaza del Arsenal de Ferrol, una purga acorde al revisionismo histórico sectario que practica el actual Gobierno. Resulta que en marzo de 2022 descubrimos espantados que los militares que daban nombre a esos espacios desde el siglo pasado son en realidad peligrosísimos reaccionarios, que han de pasar al basurero de la historia y convertirse en innombrables. Es ridículo.
Es en este contexto donde dejar a la Armada sin el apellido de española en su denominación oficial no parece una buena idea. ¿Por qué no dejar las cosas como están? ¿Cuál es el problema?
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